PIEDRAS COMO CASAS
Las rocas son los huesos del monte. Afiladas, contundentes, sin misericordia, si se desprenden a botes de lo alto de la tierra. Redondas, como caparazones o huevos de la prehistoria, si bajan navegando igual que tortugas empujadas por las aguas grises.
Cuando la naturaleza reposa bien enraizada, esas rocas son eternas, miran hacia los siglos, algunas pintan coloradas lanzas aborígenes. Se dejan escalar, se ofrecen para tostar pieles de muchachas adormecidas. Son el esqueleto de la carne que es la tierra.
¡Ay de que alguien atente contra sus cimientos! En este caso se desbarajustan. La gravedad las llama hacia el valle, el torrente se les ofrece como vehículo sin aviso. En- tonces es la calamidad.
La gobernadora del Putumayo les midió la cintura: “cayeron piedras como casas”. Las fotos exhibieron las calles de Mocoa transformadas en pistas de enormidades. Así debió de ser el comienzo de los tiempos, cuando los dinos saltaban de flor en flor desolada.
Hoy las mujeres reflexionan recostadas en las piedras. Los niños brincan saludando a las visitantes resbaladizas y hoscas. Todos hurgan entre escombros a ver si se salvó alguna cacerola.
En el aire se respira un hedor de cuerpos y el vaho de una hormona suprarrenal atenta a un próximo derrumbe. El país envía frazadas –¿es lo mismo que cobijas?-, chaquetas de tierra fría, papas fri- tas. Los sobrevivientes lloran por radio en idioma pastuso.
Pocos advierten que aquello que devasta sus casas son los huesos de la montaña, las rótulas, las cabezas de fémur, los hombros, el cráneo. Alguien murió allá arriba. Alguien con dignidad y sensibilidad.
Alguien semejante al río Whanganui, el tercero más grande de Nueva Zelanda, que hace dos semanas fue declarado por el parlamento persona jurídica con derechos y obligaciones. Los maoríes, esos colosos pobladores que se tatúan, desde siempre habían luchado para que su río fuera reconocido como antepasado, como entidad viva.
Los cien mil mocoanos, entre indígenas y colonos, merodean sobre un doble cementerio. El de sus ahogados amoratados y el de la montaña cuyo esqueleto golpeó y ahora se tumba callado delante de fotógrafos y helicópteros.
Las piedras como casas dieron paso a casas como piedras. El cielo se pregunta cuáles fueron primero
Los cien mil mocoanos, entre indígenas y colonos, merodean sobre un doble cementerio. El de sus ahogados y el de la montaña.