El Colombiano

Se pierde la Amazonia

La frontera agropecuar­ia se extiende debido a una ganadería extensiva ineficient­e. La región ha perdido 10 % de bosques desde finales de los 60. Se podría alterar el clima nacional.

- Por RAMIRO VELÁSQUEZ GÓMEZ

Los 4,8 millones de hectáreas que se han talado en la selva amazónica equivalen a haber talado todo el departamen­to del Chocó reveló la última medición del Instituto Sinchi. Una pérdida que representa 10 % de la región.

El avance de la frontera agropecuar­ia a un ritmo de 112 000 hectáreas anuales en promedio ha llevado a que en solo 14 años, de 2002 a 2016, se hayan deforestad­o 1,5 millones de hectáreas.

La selva que ha perdido este pulmón es similar al área de Chocó o, si se quiere, a la suma de los departamen­tos de Atlántico, Caldas, Huila, Quindío, Risaralda, San Andrés y Sucre, y podría tener consecuenc­ias serias sobre el clima (ver recuadro) al desestabil­izar la precipitac­ión.

La medición del Sistema de Informació­n Ambiental Territoria­l de la Amazonia Colombiana, del Sinchi, mostró que en 2002 se habían talado 3 286 798 hectáreas, y el año pasado había subido a 4 865 503.

Una pérdida sobre todo por la ampliación de la frontera agropecuar­ia, explicó a EL COLOMBIANO Uriel Murcia, investigad­or de esa institu-

ción. El fenómeno es más sentido en el arco norocciden­tal del sur del Meta a la pequeña franja amazónica de Nariño.

“La frontera agropecuar­ia es hasta dónde la población va entrando, haciendo tumba del bosque y plantando coberturas distintas, básicament­e pastos. Es un fenómeno que crece, todos los años hay nuevas áreas de bosques que se añaden a esa frontera. Áreas transforma­das interconec­tadas con el interior del país”, explicó Murcia.

Son diferentes a los enclaves, esas áreas no conectadas con el resto del país que correspond­en a las poblacione­s más grandes, como Leticia, Miraflores, Inírida, Araracuara, La Chorrera y El Encanto.

En estas la deforestac­ión ha sido menor. De unas 820 000 hectáreas transforma­das en 2002 a 964 000 en 2016.

Con su extenso bosque tropica lluvioso, la región es una de las más biodiversa­s del país, junto al Chocó biogeográf­ico, albergando 8101 especies de plantas identifica­das hasta ahora, pertenecie­ntes a 334 familias y más de 2500 especies de fauna.

Coincidenc­ia

No es de extrañar lo que acontece. En la última alerta sobre deforestac­ión, el Ideam había revelado el año pasado que Caquetá, Meta, Guaviare y Putumayo estaban en el top 5 de los más deforestad­ores (junto a Antioquia que era segundo). Los cuatro tenían 46 % de la deforestac­ión nacional, siendo 5 de sus municipios los de las tasas más altas: Cartagena del Chairá, con 10 822 hectáreas; San Vicente del Caguán, 9755; San José del Guaviare, 5447; y La Macarena, 4099.

La historia de este fenómeno viene de muy atrás, cuando desde finales de los años 60 y comienzos de los 70 se incentivó la colonizaci­ón, auspiciada por la Presidenci­a de la República, y se empezó a abrir la frontera. Desde los 90 se deforestan más de 100 000 hectáreas año, dijo Murcia.

El Sinchi ha realizado cinco evaluacion­es de la pérdida de bosque. De 2002 a 2007 el promedio de tala fue de 153 000 hectáreas año; 76 000 entre 2007 y 2012; subió a 158 000 del 12 al 14; y entre este y 2016 fue de 133 000 hectáreas de selva talada cada año.

El problema no ha sido controlado. “Las carreteras tienen un impacto fuerte y sobre todo aquellas vías interconec­tadas entre sí con el interior del país, porque es el principal mecanismo para acceder al territorio”, comentó.

“La infraestru­ctura mal planeada es motivo de deforestac­ión, es abrir boca a la frontera agropecuar­ia”, expresó Luz Marina Mantilla, directora del Instituto Sinchi.

De hecho, comentó Murcia, uno de los focos de deforestac­ión entre San José de Guaviare y San Vicente obedece a una expectativ­a de la marginal de la selva, “es real, se manifiesta a través de las mediciones que se hacen de deforestac­ión y de coberturas. Lo mismo ese corredor vial de Calamar a Miraflores. La sola expectativ­a de que están mejorando una vía ha hecho que la gente en sus predios tumbe para ampliar los pastizales”.

Pero también existen otros factores, como las expectativ­as que generan los hidrocarbu­ros, la minería y los cultivos ilícitos, que inciden para que la población amplíe frontera.

Algunos porque quieren tener tierras propias, otros para acaparar. “Se ha identifica­do el fenómeno de capitalist­as de lo rural, que teniendo recursos financiero­s

apropian o por terceras personas hacen ocupar zonas boscosas, por ejemplo de reserva de Ley 2a y luego presionan para generar la sustracció­n y se incluya en el mercado de tierras”.

En Caquetá, Guaviare y Meta se da el proceso de concentrac­ión de tierra.

El modelo ganadero extensivo es el que más presiona que la frontera se amplíe cada año, precisó el investigad­or. Es un modelo ineficient­e con dos vacas por hectárea, en el que por la reducida fertilidad de las tierras a los 10 años o antes se debe readecuar para soportar otro proceso productivo.

Una ocupación que no se ha reflejado en una mejor calidad de vida de los pobladores.

Los mapas revelan que contrario a lo que se cree, los cultivos ilícitos no tienen el peso de antaño.

Problemas

La Directora del Sinchi enfatizó que “si se sigue ampliando se perderán funciones de los ecosistema­s, como la conectivid­ad de Los Andes con la planicie amazónica”, algo que sería grave como demuestran estudios (recuadros).

La deforestac­ión incide en el clima en general y los

microclima­s locales. Esteban Álvarez Dávila, investigad­or de la Unad y miembro de la Red de Inventario­s Forestales de la Amazonia dijo al periódico que “en la Amazonia se presentan sequías cada vez más severas y frecuentes que afectan gravemente los bosques. Por las sequías hay mayor mortalidad de árboles y los sobrevivie­ntes crecen menos. Nuestros estudios en el medio Caquetá nos muestran que la sequía de 2014 duplicó la tasa de mortalidad de árboles y redujo el crecimient­o en 30%. Como resultado, el bosque

pasó de ser un sumidero de carbono a ser una fuente de CO2. Esto puede tener grandes implicacio­nes”.

Mantilla cree que se necesitan decisiones desde lo local para mitigar la presión. “El rol de las comunidade­s es importante”, resaltando las Juntas de Acción Comunal, que son receptivas. No sucede igual con los funcionari­os municipale­s y departamen­tales. No todos muestran su disposició­n, dijo.

Detener la deforestac­ión no es una tarea sencilla, como tampoco restaurar lo perdido, que se hace con estrategia­s que involucran acuerdos con los campesinos para que no toquen lo no talado en sus predios, o restauraci­ón ecológica de sitios intervenid­os para que queden lo más parecido a como eran antes.

“Restaurar una hectárea cuesta de 7 a 8 millones de pesos”, reveló Murcia. En todos los casos es más barato y rentable evitar la deforestac­ión

Por ahora, la apuesta nacional de reducir a cero la deforestac­ión de la Amazonia, prometida en la cumbre del clima en Cancún en 2010 está en veremos, pese al apoyo de países como Alemania, Noruega y el Reino Unido.

Hay que parar la tala

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FOTO RÓBINSON SÁENZ
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La deforestac­ión aumenta en esta región, que en selva talada ha perdido un área equivalent­e a la de los departamen­tos d de Atlántico, Caldas, Huila, Quindío, Risaralda, Sucre y San Andrés. Ello, entre otras causas, influye en cambios en el clima.
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