NECESITAMOS DIPLOMACIA INTELIGENTE CON SIRIA
El presidente Donald J. Trump tuvo razón al atacar el régimen del presidente de Siria Bashar
Assad por usar un arma de destrucción masiva, el agente nervioso sarín, contra su propia gente. Trump podrá no querer ser “presidente del mundo” pero cuando un tirano descaradamente viola una norma básica de conducta internacional - en este caso, la prohibición del uso de armas químicas o bioló- gicas en el conflicto armado, establecida después de la Primera Guerra Mundial- el mundo mira hacia Estados Unidos para actuar. Trump lo hizo, y por eso debería ser elogiado.
La verdadera prueba para Trump es lo que sigue. Ha demostrado una falta total de interés en trabajar para ponerle fin a la guerra civil de Siria. Ahora la administración tiene ventajas que debería poner a prueba con el régimen Assad y Rusia para refrenar a la fuerza aérea de Siria, detener cualquier uso de armas químicas o biológicas, implementar un cese al fuego efectivo en la guerra civil de Siria e incluso avanzar hacia una transición negociada de poder.
Al mismo tiempo, tiene que prevenir las posibles consecuencias involuntarias de usar fuerza, incluyendo complicar la campaña militar contra el Estado Islámico. Todo esto requerirá de algo en lo que la administración ha mostrado poco interés: diplomacia inteligente.
Esa diplomacia inteligente empieza con Rusia. La administración supuestamente anticipó el ataque junto con Moscú. Los cínicos podrían concluir que estaba arreglado: Estados Unidos calladamente advierte a los rusos, ellos dan el aviso a Assad y le dicen que no reaccione, y todos se van a casa.
La administración debería dejar claro a Moscú que la hará tomar responsabilidad por las acciones de Assad de aquí en adelante, motivar a otros para que hagan lo mismo y lanzar más ataques si es necesario.
Estados Unidos también debería poner sobre la cooperación antiterrorista con Rusia, algo que Moscú quiere, la condición de que Rusia haga esfuerzo por contener el régimen de Assad y presionarlo para que haga genuinas negociaciones de paz con los rebeldes.
La administración debe aprovechar la probabilidad de que el presidente Vladimir V.
Putin esté furioso con Assad. Putin ha ayudado al dictador a ganar la ventaja en la guerra civil de Siria. Pero el uso renovado de gas sarín por su parte -el cual los Estados Unidos y Rusia le impidieron emplear en 2013 mediante la aplicación diplomática de la criticada línea roja del presidente Obama contra las armas químicasera totalmente innecesario y vergonzoso para Moscú.
Los rusos también saben que corren un mayor riesgo de retroceso por su apoyo conti- nuo de Assad y la complicidad en su brutalidad inhumana contra la comunidad sunita de Siria. Los vecinos árabes sunitas de Siria y Turquía ahora podrían sentirse obligados a incrementar su apoyo hacia la oposición siria, haciendo mucho más difícil la vida de Moscú. Musulmanes sunitas en Rusia, Asia Central y los Cáucasos se enfurecerán aún más con Moscú, y algunos de los miles de luchadores chechenos en Siria ahora podrían buscar la venganza en casa. El reciente horroroso ataque en el subway de San Petersburgo, aparentemente por un uzbeco étnico posiblemente radicalizado por la guerra en Siria - podría ser un indicador de cosas por venir si Moscú no empieza a retirarse del pantano sirio.
La administración tendrá que convencer a Moscú de que no complique la vida para los pilotos norteamericanos pintándolos con sus potentes defensas aéreas o participando en peligrosas vueltas. Tendrá que advertir al otro principal patrono de Assad, Irán, que no tome represalias desatando a su milicia en Irak contra las tropas estadounidenses. Tendrá que equilibrar otras acciones contra el régimen de Assad con la necesidad de mantener nuestros recursos enfocados hacia la derrota del Estado Islámico.
Si Assad insiste en el uso de armas químicas o biológicas, tomará extraordinaria disciplina el evitar caer en una trampa de escalación que lleva de ataques punitivos justificados hasta una intervención estadounidense más amplia y riesgosa. Al fin y al cabo el involucramiento americano en Libia, el cual yo promovi, comenzó como un esfuerzo por proteger a los civiles de violencia por parte del gobierno del coronel Moammar Gadhafi. Pero acabó en un cambio de régimen. Ser dueños de Siria sería más retante que nuestra ya tensa responsabilidad por la Libia después de Gadhafi.
Aquí en casa, Trump tiene que hablar al pueblo americano sobre la misión del país y sus objetivos, mantener enterado al Congreso y buscar su apoyo, y dejar clara la base legal para las acciones de Estados Unidos. Y mientras lo hace, debería volver a abrir la puerta que trató de cerrar en la cara de los refugiados sirios. La reacción humana del presidente ante el sufrimiento de aquellos gaseados por el régimen de Assad debería extenderse a todas las víctimas de la guerra civil de Siria