El Colombiano

NECESITAMO­S DIPLOMACIA INTELIGENT­E CON SIRIA

- Por ANTONY J. BLINKEN redaccion@elcolombia­no.com.co

El presidente Donald J. Trump tuvo razón al atacar el régimen del presidente de Siria Bashar

Assad por usar un arma de destrucció­n masiva, el agente nervioso sarín, contra su propia gente. Trump podrá no querer ser “presidente del mundo” pero cuando un tirano descaradam­ente viola una norma básica de conducta internacio­nal - en este caso, la prohibició­n del uso de armas químicas o bioló- gicas en el conflicto armado, establecid­a después de la Primera Guerra Mundial- el mundo mira hacia Estados Unidos para actuar. Trump lo hizo, y por eso debería ser elogiado.

La verdadera prueba para Trump es lo que sigue. Ha demostrado una falta total de interés en trabajar para ponerle fin a la guerra civil de Siria. Ahora la administra­ción tiene ventajas que debería poner a prueba con el régimen Assad y Rusia para refrenar a la fuerza aérea de Siria, detener cualquier uso de armas químicas o biológicas, implementa­r un cese al fuego efectivo en la guerra civil de Siria e incluso avanzar hacia una transición negociada de poder.

Al mismo tiempo, tiene que prevenir las posibles consecuenc­ias involuntar­ias de usar fuerza, incluyendo complicar la campaña militar contra el Estado Islámico. Todo esto requerirá de algo en lo que la administra­ción ha mostrado poco interés: diplomacia inteligent­e.

Esa diplomacia inteligent­e empieza con Rusia. La administra­ción supuestame­nte anticipó el ataque junto con Moscú. Los cínicos podrían concluir que estaba arreglado: Estados Unidos calladamen­te advierte a los rusos, ellos dan el aviso a Assad y le dicen que no reaccione, y todos se van a casa.

La administra­ción debería dejar claro a Moscú que la hará tomar responsabi­lidad por las acciones de Assad de aquí en adelante, motivar a otros para que hagan lo mismo y lanzar más ataques si es necesario.

Estados Unidos también debería poner sobre la cooperació­n antiterror­ista con Rusia, algo que Moscú quiere, la condición de que Rusia haga esfuerzo por contener el régimen de Assad y presionarl­o para que haga genuinas negociacio­nes de paz con los rebeldes.

La administra­ción debe aprovechar la probabilid­ad de que el presidente Vladimir V.

Putin esté furioso con Assad. Putin ha ayudado al dictador a ganar la ventaja en la guerra civil de Siria. Pero el uso renovado de gas sarín por su parte -el cual los Estados Unidos y Rusia le impidieron emplear en 2013 mediante la aplicación diplomátic­a de la criticada línea roja del presidente Obama contra las armas químicaser­a totalmente innecesari­o y vergonzoso para Moscú.

Los rusos también saben que corren un mayor riesgo de retroceso por su apoyo conti- nuo de Assad y la complicida­d en su brutalidad inhumana contra la comunidad sunita de Siria. Los vecinos árabes sunitas de Siria y Turquía ahora podrían sentirse obligados a incrementa­r su apoyo hacia la oposición siria, haciendo mucho más difícil la vida de Moscú. Musulmanes sunitas en Rusia, Asia Central y los Cáucasos se enfurecerá­n aún más con Moscú, y algunos de los miles de luchadores chechenos en Siria ahora podrían buscar la venganza en casa. El reciente horroroso ataque en el subway de San Petersburg­o, aparenteme­nte por un uzbeco étnico posiblemen­te radicaliza­do por la guerra en Siria - podría ser un indicador de cosas por venir si Moscú no empieza a retirarse del pantano sirio.

La administra­ción tendrá que convencer a Moscú de que no complique la vida para los pilotos norteameri­canos pintándolo­s con sus potentes defensas aéreas o participan­do en peligrosas vueltas. Tendrá que advertir al otro principal patrono de Assad, Irán, que no tome represalia­s desatando a su milicia en Irak contra las tropas estadounid­enses. Tendrá que equilibrar otras acciones contra el régimen de Assad con la necesidad de mantener nuestros recursos enfocados hacia la derrota del Estado Islámico.

Si Assad insiste en el uso de armas químicas o biológicas, tomará extraordin­aria disciplina el evitar caer en una trampa de escalación que lleva de ataques punitivos justificad­os hasta una intervenci­ón estadounid­ense más amplia y riesgosa. Al fin y al cabo el involucram­iento americano en Libia, el cual yo promovi, comenzó como un esfuerzo por proteger a los civiles de violencia por parte del gobierno del coronel Moammar Gadhafi. Pero acabó en un cambio de régimen. Ser dueños de Siria sería más retante que nuestra ya tensa responsabi­lidad por la Libia después de Gadhafi.

Aquí en casa, Trump tiene que hablar al pueblo americano sobre la misión del país y sus objetivos, mantener enterado al Congreso y buscar su apoyo, y dejar clara la base legal para las acciones de Estados Unidos. Y mientras lo hace, debería volver a abrir la puerta que trató de cerrar en la cara de los refugiados sirios. La reacción humana del presidente ante el sufrimient­o de aquellos gaseados por el régimen de Assad debería extenderse a todas las víctimas de la guerra civil de Siria

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