El Colombiano

Escuchar canciones, así la tristeza no te deje hablar...

- DIEGO LONDOÑO @Elfanfatal

Desde niño me criaron con radio estaciones que sonaban sus canciones en acetatos (muchas veces se rayaban en el acto y no entendía muy bien qué pasaba), me cuñaron a la cuna con una grabadora marca Silver y escuché “música vieja” desde que tengo uso de razón. “Son las 10:00 de la mañana, radio reloj tu compañía a todas horas”, una emisora en el AM, que ponía desde boleros de Javier Solís y Orlando Contreras, hasta Las Hermanitas Calle, con su visceral y agresiva canción La cuchilla. Mi abuela, la musical Josefina me crió con su música preferida, por eso a veces, este punkero llora de tristeza cuando escucha un tango que le remueve las tripas y le arruga el corazón.

En alguna oportunida­d, me entrevista­ron en la cadena Caracol Radio, en esa emisora de la que hablé anteriorme­nte, Radio Reloj, allí pude conocer la voz que me arrulló desde que era un niño. Don Jorge Carrasquil­la, la voz exagerada y seseadora que encantó a cientos de señoras en toda Colombia. Mi abuela, solo por hablar de un caso, era fascinada con cada palabra que emitía Carrasquil­la. Allí estuve, muy a.m. en la cabina de grabación sin saber quiénes eran las personajes que allí se encontraba­n. Hasta que me saludaron al aire, y la voz era, sin lugar a dudas, la que me acompañó detrás del radio al crecer. Rompí en un llanto silencioso y apenado. -¿Qué le pasa Diego, está bien? –me preguntó al aire, por los 830 de la amplitud modulada en Medellín. -Sí, todo está bien, gracias Don Jorge. Pero mis lágrimas no paraban, sollozaba como un niño. Al rato, y luego de tomar agua me tranquilic­é, y pude conversar con calma con un grande de la radio informativ­a y musical, don Jorge Carrasquil­la, con él hablé sobre la publicació­n de uno de mis recientes libros. Al terminar, un par de abrazos, agradecimi­entos y salí de allí muy pensativo. Mi abuela había muerto dos semanas antes, y esa escena en la cabina de radio había despertado todo el dolor que llevaba por dentro, y no solamente por la muerte de una de las personas que más adoraba en la vida, sino porque me recordó de qué estaba hecho: de la radio, de las canciones, de la música, y de voces que calan en la mente y en el corazón cada que cerramos los ojos y revisamos la partitura de nuestra vida. Ahora sintonizo los 830 am, y las cosas no son iguales. La vida cambia y las emisoras evidenteme­nte también. Y cuento esta historia, que tiene que ver con mi afición a la música y, con una nueva etiqueta que me encantaría no olvidar: coleccioni­stas de recuerdos sonoros, porque eso somos. Las canciones son los tatuajes que ha dejado cada historia en el alma. Por eso no discuto si llegó el vinilo, se fue, y ahora regresa; si el casete es fiel y romántico pero poco práctico; si el cd se llena de moho y no nos deja eternizar la vida en canciones; o por el contrario, si el mp3 y los archivos digitales deshumaniz­an el valor físico y artístico de la música. Yo, por mi parte, prefiero guardar los sonidos en la cabeza, en el corazón y revivir mi vida con cada uno de ellos. Mientras escribo esto, gira y gira sin detenerse a 33 revolucion­es un disco que contiene la banda sonora de esta historia: Piel Canela, en la versión de Eydie Gorme y el trío Los Panchos, para recordar mis recorridos en la mañana, con una abuela que me enseñó a comer plátano maduro y a cantar tangos, así la tristeza no te deje hablar. Y no todo tiene que ser crítica o rigurosida­d musical, a veces también hace falta un poco de amor, así que gracias por leer, esta, una parte de mi vida que quizá también se comparta con la vida de todos ustedes.

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