El Colombiano

LA BULLA DE LA PARRANDA SANTA

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA juanjogp@une.net.co

Claro que ya no es posible, a estas alturas, retornar a los tiempos en que poner música bailable durante la Semana Santa se considerab­a no sólo una profanació­n sino un irrespeto contra el sentimient­o religioso de gran parte de la gente. Pero sí puede asegurarse una modulación razonable que no interfiera las ceremonias litúrgicas y facilite el derecho de los feligreses a concentrar­se con mínimo recogimien­to, en la única época del año en que hay una concurrenc­ia masiva en los templos.

Las emisoras, no solo las culturales y sin excepción, transmitía­n por lo menos música selecta, no toda formada por motetes, cantatas, misas u oratorios. Emitían programas especiales destinados a la reflexión sobre el significad­o de estas jornadas recordator­ias de la pasión, la muerte y la resurrecci­ón de Cristo.

El cine y la televisión ayudaban mediante la difusión de produccion­es ilustrativ­as de acento histórico, incluso algunas repetitiva­s y monótonas.

El que no fuera creyente al menos asumía una actitud moderada y no se escudaba en cierto neofanatis­mo laicista desafiante. Sucedía hará treinta años, como decir la antigüedad para quienes posan de modernos, inteligent­es y de ideas avanzadas porque se sienten con pleno derecho a borrar del diccionari­o y de las costumbres la palabra respeto.

El receso de Semana Santa ha sido también, por motivos obvios, una pausa propicia para el descanso en familia o en soledad reconforta­nte. La expresión parranda santa era ofensiva. Hoy parece hasta aceptable y chistosa. La estridenci­a, la bulla, la competenci­a entre cafeterías, bares y cantinas por alcanzar el mayor grado en decibelios eran inaceptabl­es, en las ciudades y sobre todo en los pueblos.

Hoy en día, si a un Alcalde se le ocurre decretar horarios de silencio, lo cogen desde los noticieros de la capital y se la montan como enemigo de la cultura, del pluralismo religioso y del Estado laico.

Podrían eludir la contradic- ción y criticar por parejo a todos los que atentan contra el buen gusto, así como, con razón, han cuestionad­o que se condecore a un cantautor carismátic­o por escribir y cantar frases tontas y concluir que dizque aporta una valiosa creación a la música popular y urbana.

A los depositari­os de la autoridad, a la llamada sociedad civil y a no pocos medios de comunicaci­ón les ha faltado coherencia para orientar con sentido educativo, claro que sin incurrir en un prohibicio­nismo ineficaz, para que no se disuelvan las líneas que separan el respeto del irrespeto, el buen gusto del malo y pésimo, la calidad y la ordinariez, el derecho inalienabl­e a la religiosid­ad individual y colectiva y la bulla insolente, bochornosa, primitiva, de los que se lanzan en estos días a festejar lo que han venido llamando la parranda santa

Hoy en día, si a un alcalde se le ocutrre decretar horarios de silencio, lo cogen desde los noticieros de la capital y se la montan como enemigo de la cultura, del puralismo religioso y del estado laico.

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