LA BULLA DE LA PARRANDA SANTA
Claro que ya no es posible, a estas alturas, retornar a los tiempos en que poner música bailable durante la Semana Santa se consideraba no sólo una profanación sino un irrespeto contra el sentimiento religioso de gran parte de la gente. Pero sí puede asegurarse una modulación razonable que no interfiera las ceremonias litúrgicas y facilite el derecho de los feligreses a concentrarse con mínimo recogimiento, en la única época del año en que hay una concurrencia masiva en los templos.
Las emisoras, no solo las culturales y sin excepción, transmitían por lo menos música selecta, no toda formada por motetes, cantatas, misas u oratorios. Emitían programas especiales destinados a la reflexión sobre el significado de estas jornadas recordatorias de la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo.
El cine y la televisión ayudaban mediante la difusión de producciones ilustrativas de acento histórico, incluso algunas repetitivas y monótonas.
El que no fuera creyente al menos asumía una actitud moderada y no se escudaba en cierto neofanatismo laicista desafiante. Sucedía hará treinta años, como decir la antigüedad para quienes posan de modernos, inteligentes y de ideas avanzadas porque se sienten con pleno derecho a borrar del diccionario y de las costumbres la palabra respeto.
El receso de Semana Santa ha sido también, por motivos obvios, una pausa propicia para el descanso en familia o en soledad reconfortante. La expresión parranda santa era ofensiva. Hoy parece hasta aceptable y chistosa. La estridencia, la bulla, la competencia entre cafeterías, bares y cantinas por alcanzar el mayor grado en decibelios eran inaceptables, en las ciudades y sobre todo en los pueblos.
Hoy en día, si a un Alcalde se le ocurre decretar horarios de silencio, lo cogen desde los noticieros de la capital y se la montan como enemigo de la cultura, del pluralismo religioso y del Estado laico.
Podrían eludir la contradic- ción y criticar por parejo a todos los que atentan contra el buen gusto, así como, con razón, han cuestionado que se condecore a un cantautor carismático por escribir y cantar frases tontas y concluir que dizque aporta una valiosa creación a la música popular y urbana.
A los depositarios de la autoridad, a la llamada sociedad civil y a no pocos medios de comunicación les ha faltado coherencia para orientar con sentido educativo, claro que sin incurrir en un prohibicionismo ineficaz, para que no se disuelvan las líneas que separan el respeto del irrespeto, el buen gusto del malo y pésimo, la calidad y la ordinariez, el derecho inalienable a la religiosidad individual y colectiva y la bulla insolente, bochornosa, primitiva, de los que se lanzan en estos días a festejar lo que han venido llamando la parranda santa
Hoy en día, si a un alcalde se le ocutrre decretar horarios de silencio, lo cogen desde los noticieros de la capital y se la montan como enemigo de la cultura, del puralismo religioso y del estado laico.