FLORA MORENO: LA ENTREGA A LOS DEMÁS FUE SU LEMA
Es difícil y poco grato hablar de una amiga cuando ella muere. Pero ¿cómo no destacar, así sea someramente, su paso por la vida, sus siembras y cosechas?
Desde niña conocí a la familia de Flora Helena Moreno Lon
doño y fui muy cercana a Marta Olga, la hermana menor. Ese hogar estaba conformado por los padres, 6 hijas mujeres y 1 hombre, de los cuales solo vive la mayor, Ligia Moreno de Posada, pionera de Colombo Orquídea. Tanto por el lado paterno, como por el materno venían de parentelas muy patriarcales y practicantes de su religión. En el hogar de los padres de Flora, el rosario era costumbre diaria, con toda la parentela presente, aun en tiempos de su famosa finca Xochimilco, la más linda de ese entonces en La Ceja, el rezo del rosario era cotidiano. Era tanto el catolicismo en esa familia, que el primer cardenal que visitó Medellín se hospedó en el hogar de ellos. Pasó el tiempo y cada hermano de Flora se destacó en un campo distinto, pero vivían sin alardes. Merce, una mujer hermosa entró a la comunidad de las Carmelitas Descalzas de clausura y se consagró a servir a los demás, viajó a catequizar indígenas en África, donde fundó un convento al cual le dejó su fortuna. También hay que destacar la fundación Monem de la familia Moreno, dedicada a darle casas a familias de escasos recursos, entidad que Flora coordinó durante mucho tiempo, buscando recursos y alianzas, a la par que estudiando las necesidades de cada hogar.
Cuando la madre de Flora enfermó, ella se consagró a cuidarla durante 10 años, aunque tenían enfermeras y las demás hermanas hacían turnos. Pero como dice el refrán “Si alguna vez se sacrificó, no lo dejaba sa- ber”. En ese tiempo conoció al destacado urólogo Mario Giral
do Henao (gran amigo de mi marido y mío), con quien se casó, matrimonio del cual nacieron Carlos Mario, Gabriel Jaime, Andrés, Maria Adelaida, Maria Adelaida, Ana Patricia y Juan Luis, todos ellos sobresalientes.
Durante el emotivo entierro tres nietas cantaron bellamente, Aníbal Obando leyó el poema que envió su hijo –nieto de Flora- y escuchamos el panegírico que escribió su hijo mayor, Carlos Mario, del cual copio algunos apartes: “Nuestra adorada mamá nos dejó recuerdos imborrables, ejemplo y huellas imborrables. Recuerdos de amor por su familia, con un gesto de bondad, una sonrisa siempre acogedora con ese consejo oportuno cuando cada uno lo necesitaba. Su sentido común que nos inspiraba, su capacidad de corregirnos sin re- clamos. “Florita”, como la conocían sus sobrinos y amigos, tenía una personalidad positiva, permanentemente positiva; con la fuerza de la serenidad y ese optimismo contagioso. Ella nos transmitió el compromiso con los más humildes y necesitados… Nos enseñó a amar a Dios y confiar con fe en su permanente compañía… Mami: hoy sentimos profunda tristeza por tu ausencia entre nosotros, pero ante todo celebramos con enorme alegría tu encuentro con Dios, tu abrazo eterno con Mario, el compañero de toda tu vida, nuestro inolvidable papá… Nos quedamos con el recuerdo de tu ternura, dulcemente pre presente ente en nuestras vidas... Te imaginamosmaginamos feliz y con esa sonrisa isa permanente que llenó de amor mor nuestras vidas”