El cine que cuenta la guerra
El séptimo arte, además de entretener, ha funcionado para contar la realidad, para reflexionar sobre ella. En Colombia ha habido películas sobre la violencia, pero no las suficientes.
Estás en la silla de la sala de cine. Ni siquiera miraste el color, ni quien hay al lado tuyo. La película empieza. Te han dicho que tiene que ver con la guerra. De pronto, el balón cae a un campo minado, y los niños quieren su balón, pero no se puede ir hasta allá. Un cerdo se para en una mina y sale por el aire. Los niños, sin embargo, siguen queriendo el balón, y el corazón, en esa silla a la que no le miraste el color, se derrite de tristeza. Sabes que afuera, en la vida real, y no solo en esa película de Carlos César Arbeláez, Los colores de la montaña, hay muchos niños que tampoco pueden ir por su balón. Quieres llorar.
La violencia en el cine. Porque el cine también es para decir, para contar, para no olvidar. Aunque el crítico de cine Oswaldo Osorio cuenta que en Colombia las películas que tratan el conflicto son pocas, y hace las cuentas rápidas: de unas 230 cintas que se hicieron en el siglo XXI, de esas, si acaso el 20 por ciento están relacionadas con la guerra. El grueso de la producción colombiana, añade, tiene que ver con el de consumo, esos temas que les va bien en la taquilla. “Películas de usar y tirar”.
La gente cree que son más, señala, porque hay unas que han tenido mucha visibilidad y han sido hechas por directores importantes, y como las han hecho de forma seria y comprometida, les ha ido bien con la crítica y en los festivales.
El crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga escribe: “La producción sobre el conflicto armado o sobre temas vinculados a esa realidad ha sido la más atendida y protegida por académicos y especialistas, pero en muchos casos se ha mirado como una generalidad o una tradición homogénea y sin fisuras. Y lo cierto es que es una tradición que tiene su propia historicidad, sus debates internos, sus grandezas y miserias humanas”.
El cine colombiano, para Oswaldo, tiene deudas narrando su realidad. Una muestra son los falsos positivos, de los que se han hecho si acaso dos películas, Violencia y Silencio en el paraíso. Luego recuerda que el tema del narcotráfico no se tocaba antes de 2004, por una autocensura, pero luego vinieron, entre otras, María llena eres de gracia y Sumas y restas.
En el tema del conflicto, añade el crítico, se necesitan directores comprometidos con la realidad, y esos son pocos. Son más quienes quieren hacer cine industrial. pedagógica para acercar el conocimiento a otros grupos sociales, y además encontrarse con el otro: las historias transmiten una experiencia, que puede ser útil para saber cómo otros la resolvieron.
Contar el conflicto, no importa el formato incluso, encuentra a las personas en el dolor, y las puede hacer conscientes de la realidad, de lo que les pasa a otros. Los acerca. Los pone en sus zapatos. El antropólogo añade que el cine también sensibiliza y puede ayudar a entender las causas y crear empatía con las víctimas.
Sin embargo, a Oswaldo le parece que no todos están interesados en repensar el conflicto, porque buscan en el cine más el entretenimiento.
Ejemplo para él es La mujer del animal, la más reciente de Víctor Gaviria, que solo llegó a los 19.137 espectadores en el país en cuatro semanas de exhibición. Quizá, añade, por el prejuicio de para qué ir a ver una película tan violenta. Y ahí está el quid, eso que hay que entender: “En el cine no se va a ver la realidad en sí misma, sino un acercamiento y un análisis sobre ella. Una obra de arte, donde un director, un artista con una sensibilidad, va a decir algo sobre la realidad, la va a comentar. La va a poetizar”.
El crítico sigue: el drama que se muestra en La vendedora de Rosas no se entiende en sí mismo pasando por el lado de alguien que vende rosas en la calle y dando una moneda. El drama se entiende cuando se ve el filme de Gaviria.
Todavía hay tiempo para contar, para reinvindicarse con la memoria. Por eso ahora el postconflicto debería llegar al cine, que es también hablar del pasado. Víctor Gaviria lo expresó para un artículo de este diario en enero de 2017: “Aún falta hacer películas de esos dolores grandes que a la gente le ha tocado padecer por el conflicto. Ese tipo de películas todavía no se han realizado. Llegarán esas historias de las víctimas, de lo cotidiano que la guerra ha destruido y eso es el tesoro de la gente, las cosas del día a día, lo que las balas no dejaron contar”.
El conflicto en la pantalla gigante del cine, entonces, para encontrarnos en esa Colombia que ha dolido tanto