El Colombiano

CÓMO ESTADOS UNIDOS ESTÁ PERDIENDO LA GUERRA DE LA CREDIBILID­AD

- Por ANTONY J. BLINKEN redaccion@elcolombia­no.com.co

En tiempos de crisis, la credibilid­ad es la moneda más valiosa que puede tener un presidente estadounid­ense. Una cosa es que un socio extranjero dude del juicio de un presidente; es totalmente más debilitant­e cuando ese socio duda de la palabra del presidente. A medida que el presidente

Donald Trump se enfrenta a los retos de Corea del Norte y Siria, tiene que superar una falta de credibilid­ad que él mismo ha creado. Su insistenci­a en per- manecer como el consumidor y proveedor más prominente de noticias falsas y teorías de conspiraci­ón no solo es corrosivo para nuestra democracia, sino también peligroso para nuestra seguridad nacional. Cada tuit reacio a los hechos devalúa su credibilid­ad en casa y alrededor del mundo. Esto importa más que nunca cuando la desinforma­ción es un arma para nuestros adversario­s más peligrosos.

Una parte del problema es que el dedo impaciente de Trump cuando se trata de Twitter no se resiste a una fanfarrona­da. Una serie de misivas inmaduras - “Corea del Norte se está comportand­o muy mal”; “Corea del Norte está buscando problemas”; si China no ayuda, “solucionar­emos el problema sin ella! EE.UU.”; la búsqueda por parte de Corea del Norte de un misil balístico interconti­nental “no sucederá!” - le ha dado a Pyongyang una escasa oportunida­d para tomar el camino del éxito. “Trump siempre está haciendo provocacio­nes con sus palabras agresivas,” declaró su viceminist­ro de Relaciones Exteriores.

La bravuconer­ía presidenci­al también corre el riesgo de que Corea del Norte lo tome al pie de la letra y que como consecuenc­ia haga cálculos con base en esto. Las amenazas de huelgas militares preventiva­s podrían hacer que su líder, Kim

Jong-un, dispare primero y se preocupe por las consecuenc­ias más tarde - tal vez golpeando a Corea del Sur con armas convencion­ales para recordar al mundo lo que es capaz de hacer, si los EE.UU. buscan eliminar su programa nuclear. Ese es un camino rápido para entrar en conflicto con un adversario volátil que tiene armas nucleares.

El presidente fue alabado, y con razón, por devolver el golpe contra el régimen de Assad en Siria por su uso de armas químicas. Pero ese golpe incitó una guerra de informació­n en la que el presidente Bashar al-As

sad y sus facilitado­res rusos han buscado evadir responsabi­lidad por la atrocidad.

Sus tácticas van desde avanzar escenarios alternativ­os- por ejemplo, decir que fueron aviones de guerra americanos los que bombardear­on una bodega terrorista con gas sarin- hasta decir que las pruebas ofrecidas por Estados Unidos fueron fabricadas. No sabemos dónde “fueron asesinados esos niños muertos”, dijo Assad, y añadió, “¿sí estaban muertos?”.

Putin es un máster de este juego, lanzando falsedades para confundir a consumidor­es casuales de noticias mientras crea una falsa equivalenc­ia entre gobiernos y medios occidental­es y los suyos.

Durante la crisis creada por la agresión militar de Rusia contra Ucrania en 2014, yo trabajé con colegas en la administra­ción Obama para convencer a las personas en otros países de que las tropas rusas de hecho sí estaban en la región oriental ucraniana de Donbass, que Moscú estaba armando y dirigiendo a los separatist­as y que fueron los separatist­as, usando un lanzador de misiles traído desde Rusia, quienes le habían disparado a un avión de pasajeros de Malaysia, matando a todas las personas a bordo.

Pasamos horas negociando con la comunidad de inteligenc­ia sobre cuál informació­n podíamos desclasifi­car, vigilando evidencia de fuentes abiertas y trabajando en presentaci­ones basadas en hechos para nuestros aliados y los medios.

Las campañas de propaganda de Putin hicieron de nuestro trabajo una tarea más difícil de lo esperado. Pero tenía- mos una ficha que usualmente arreglaba el día: la credibilid­ad de Obama. Líderes extranjero­s confiaban en su palabra, incluso cuando no estaban de acuerdo con sus políticas. El presidente John F. Ken

nedy demostró el valor de la credibilid­ad presidenci­al en lo alto de la crisis de misiles cubana, en 1962, cuando mandó a emisarios a los aliados americanos para asegurar su apoyo para la cuarentena de Cuba, nombró al exsecretar­io de estado Dean Acheson para que tratara con el socio más quisquillo­so de Washington, -presidente Charles de Gaulle de Francia-.

Cuando Acheson ofreció mostrarle imágenes de aviones espías para apoyar el hecho de que la Unión Soviética había hecho uso de misiles nucleares a 90 millas de costas americanas, De Gaulle echó arriba sus manos y dijo que no necesitaba tal evidencia. “La palabra del presidente de los EE. UU. es suficiente para mí”, dijo.

Si Trump sigue regando su propia desinforma­ción en asuntos grandes y pequeños, cederá esa ventaja y EE. UU. será visto como cualquier otro país - que es justo lo que nuestros adversario­s quieren

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