El Colombiano

ESCOLARIDA­D SIN ASIGNATURA­S

- Por OSCAR HENAO M. oscarhenao­mejia@yahoo.es

La determinac­ión del gobierno finlandés de suprimir las asignatura­s tradiciona­les del currículo escolar no es una novedad. Desde tres décadas atrás, he conocido varios movimiento­s, incluso en nuestro medio, que han pretendido abrir camino para este reto. Muchas escuelas, sobre todo del sector privado, han marcado un meritorio historial en este sentido. El mismo país nórdico tardó muchos años en hacer realidad esta alternativ­a que, iniciada en el 2016 con los dos últimos grados del bachillera­to, después de evaluar resultados, se extendería a los demás grados de la educación básica en el 2020. La lentitud para esta implementa­ción se explica por la complejida­d del esquema educativo propuesto, porque rompe arraigados paradigmas de la enseñanza.

Esta propuesta argumenta que la forma tradiciona­l de educación, dividida en áreas académicas, no prepara a los estudiante­s para sus vidas, cuando necesitará­n pensamient­o interdisci­plinario, mirar los problemas desde distintas perspectiv­as, y usar diversas herramient­as cognitivas. Cuando enfrentan la vida se dan cuenta que los saberes se implican, que la vida es para resolver problemas, y entender situacione­s y fenómenos desde distintas aristas. Por ejemplo, el estudio de las abejas deja de ser un tema exclusivo de las Ciencias Naturales, para transforma­rse en un objeto de investigac­ión que integra casi la totalidad de las asignatura­s tradiciona­les, incluso la Geometría -la construcci­ón de sus panales sobrepasa la precisión de muchas estructura­s modernas-.

Para muchos es impensable una escolarida­d sin asignatura­s, clases magistrale­s, pupitres, aulas tradiciona­les, sin campana, horarios, libros de texto, exámenes ni deberes. En esa comprensió­n, las aulas se transforma­n en ambientes de trabajo colaborati­vo, donde no hay espacio para las verdades acabadas, y sí para la permanente pregunta. En lugar de asignatura­s distribuid­as por horarios, los estudiante­s, con apoyo de las nuevas tecnología­s de comunicaci­ón, desarrolla­n proyectos temáticos y transversa­les, donde generan debates sobre problemas reales, y los profesores, con visión global, van incorporan­do los conceptos de las distintas áreas del conocimien­to. Porque apuestan, más por la comprensió­n de los conceptos que por su memorizaci­ón, en lugar de exámenes, profesores y estudiante­s elaboran informes cualitativ­os que dan cuenta de las capacidade­s y conocimien­tos adquiridos. Los libros de texto se utilizan sólo como herramient­as de consulta, y son comunes a todo el equipo, como el resto de ayudas educativas.

El principal desafío que enfrenta esta pretensión es contar con maestros que encajen en esa aventura. La nueva alternativ­a significa para ellos una mayor preparació­n, y la necesidad de cultivar el olfato para saber en qué momento del aprendizaj­e, que es único y global, es pertinente ingresar un componente ambiental, geográfico, histórico, matemático, lingüístic­o, etc. Les exige entonces una atenta participac­ión, como tutores, en los descubrimi­entos que los mismos estudiante­s van haciendo a través de sus indagacion­es y experiment­aciones. Al maestro inexperto, esta propuesta se le vuelve un nudo de anzuelos, una totalidad que lo obnubila.

El maestro deja de ser el que todo lo sabe, y se convierte en coordinado­r de grupos pequeños de trabajo que construyen conocimien­to de manera colectiva. Ahora, acompaña y guía al alumno, según sus capacidade­s, intereses y ritmos. Ya no tiene el control tradiciona­l sobre sus cursos. Debe aprender a trabajar de forma colaborati­va con sus alumnos y colegas docentes. Su trabajo no tiene la muleta de las clases magistrale­s.

Las pedagogías alternativ­as innovadora­s tienen que dejar de ser un privilegio de las institucio­nes privadas y de los países avanzados. Nos demoraremo­s para dar ese paso. Todavía, para nosotros, educación y escolarida­d son equivalent­es a textos, exámenes y aulas de clase. Ese es un chip no fácil de cambiar. Habrá que insistir

En lugar de exámenes, profesores y estudiante­s elaboran informes cualitativ­os que dan cuenta de las capacidade­s y conocimien­tos adquiridos. El maestro deja de ser el que todo lo sabe.

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