LO RECONOCIERON AL PARTIR EL PAN
Entre los primeros seguidores de Jesús, además de los doce apóstoles (término griego que significa enviados) hubo un buen número de hombres y mujeres. Lucas (24, 13-35), que no dice su propio nombre, pero sí el de su amigo Cleofás, podría haber sido uno de sus “otros 72 discípulos” mencionados en el capítulo 10 de su Evangelio. Como a Lucas y Cleofás después de los hechos del Calvario, también a nosotros nos pueden surgir sentimientos de desánimo provenientes de experiencias dolorosas, cuando las cosas no nos han salido como esperábamos.
En medio de estas situaciones, Jesús resucitado viene a caminar con nosotros. A veces nos resulta inicialmente difícil reconocerlo, y por ello necesi- tamos de la fe para descubrir su presencia que puede manifestarse de muchas maneras; por ejemplo, a través de una persona que nos quiere o de alguien que solicita nuestra atención. Pero es especialmente en la Eucaristía donde Jesús nos sale al encuentro para que podamos escuchar y comprender en comunidad la Palabra de Dios y alimentarnos de ella. Esto es lo que ocurre en la primera parte de la Eucaristía, que corresponde a las lecturas bíblicas.
Lucas y Cleofás, al detenerse en una posada del camino, como se acostumbraba hacer con los huéspedes le ofrecieron a aquel forastero, a quien todavía no habían reconocido, un poco de pan y de vino. Nosotros, en el ofertorio de la Euca- ristía, después de oír la Palabra de Dios, ofrecemos el pan y el vino que representan cuanto ha sido creado por Dios y fabricado por el trabajo humano para compartirlo como hermanos. Como ocurrió con los discípulos de Emaús, nuestra disposición a compartir nos prepara para reconocer la presen- cia real de Cristo resucitado entre nosotros y ser alimentados con su vida nueva.
La fracción el pan es como los primeros cristianos llamaban la Eucaristía. Al repetir en ella lo que Jesús dijo que hiciéramos en conmemoración suya, se actualiza para nosotros su sacrificio redentor y su paso de la muerte a la vida, una vida nueva que se hace presente en medio de nosotros, y que en la comunión nos alimenta espiritualmente para que podamos continuar el camino de nuestra vida renovados y plenos de esperanza (1 Pe 1, 21)