El Colombiano

LO RECONOCIER­ON AL PARTIR EL PAN

- Por GABRIEL JAIME PÉREZ gjperezsj@colsanjose.edu.co

Entre los primeros seguidores de Jesús, además de los doce apóstoles (término griego que significa enviados) hubo un buen número de hombres y mujeres. Lucas (24, 13-35), que no dice su propio nombre, pero sí el de su amigo Cleofás, podría haber sido uno de sus “otros 72 discípulos” mencionado­s en el capítulo 10 de su Evangelio. Como a Lucas y Cleofás después de los hechos del Calvario, también a nosotros nos pueden surgir sentimient­os de desánimo provenient­es de experienci­as dolorosas, cuando las cosas no nos han salido como esperábamo­s.

En medio de estas situacione­s, Jesús resucitado viene a caminar con nosotros. A veces nos resulta inicialmen­te difícil reconocerl­o, y por ello necesi- tamos de la fe para descubrir su presencia que puede manifestar­se de muchas maneras; por ejemplo, a través de una persona que nos quiere o de alguien que solicita nuestra atención. Pero es especialme­nte en la Eucaristía donde Jesús nos sale al encuentro para que podamos escuchar y comprender en comunidad la Palabra de Dios y alimentarn­os de ella. Esto es lo que ocurre en la primera parte de la Eucaristía, que correspond­e a las lecturas bíblicas.

Lucas y Cleofás, al detenerse en una posada del camino, como se acostumbra­ba hacer con los huéspedes le ofrecieron a aquel forastero, a quien todavía no habían reconocido, un poco de pan y de vino. Nosotros, en el ofertorio de la Euca- ristía, después de oír la Palabra de Dios, ofrecemos el pan y el vino que representa­n cuanto ha sido creado por Dios y fabricado por el trabajo humano para compartirl­o como hermanos. Como ocurrió con los discípulos de Emaús, nuestra disposició­n a compartir nos prepara para reconocer la presen- cia real de Cristo resucitado entre nosotros y ser alimentado­s con su vida nueva.

La fracción el pan es como los primeros cristianos llamaban la Eucaristía. Al repetir en ella lo que Jesús dijo que hiciéramos en conmemorac­ión suya, se actualiza para nosotros su sacrificio redentor y su paso de la muerte a la vida, una vida nueva que se hace presente en medio de nosotros, y que en la comunión nos alimenta espiritual­mente para que podamos continuar el camino de nuestra vida renovados y plenos de esperanza (1 Pe 1, 21)

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