EL CORONEL TIENE QUIEN LE ESCRIBA
Este país no para de sorprendernos. O, en este caso, de dispararnos. Lo explico: el viernes en la noche conocí al coronel de la Policía Néstor Armando Pineda Castellanos, jefe del Distrito #10, Santa Fe de Antioquia. Conversamos animadamente después de cenar. El diálogo resbaló como por un tobogán tras una arepa, un jugo y unos huevos revueltos. Empezamos por el fútbol, como suele ocurrir: ¿Debe estar o no la Policía en los estadios?
Me contó de su experiencia con algunos integrantes furibundos y pesados de la barra Barón Rojo, del América, la misma que sentenció que no respondía por lo que pudiera pasar en Cali con los hinchas que fueran a ver el partido entre Cortuluá y Nacional. Él, entonces, estaba joven, rayando el cuero y la casaca camino de sus grados de oficial. Igual, recordó a los fanáticos de Santa Fe y Millonarios. “Hay que quitarles hasta los cordones de los zapatos para que no se maten”, describió.
Cada cierto tiempo batía sus manos que soltaban la chispa amarilla de su anillo de oro. Tranquilo, sin la voz recia y mandante de su oficio. Le noté cierta nostalgia y propiedad cuando hablaba de Bogotá, que no tengo dudas es su ciudad. Habló de ese Sur de la capital donde se muelen a golpes los cardenales y los embajadores. Rojos y azules. Los policías de este país conocen tantas ciudades como estadios. Saben de memoria en qué momento del juego puede prenderse la licuadora de la intolerancia.
Él miraba al Cauca, al río, aunque a esa hora de la noche apenas podían verse las estrellas titilando sobre el cañón. No se descubría el remanso que hay en frente de la colina y la mesa desde donde de día uno hunde los ojos en los pliegues de montañas de tierra cansada y descuajada por las hachas de los abuelos. Ese río en donde un par días atrás descubrieron un cadáver que reflotaba. Esos ríos nuestros, que son tumbas.
Iván le dio las gracias al coronel por haber cuidado con esmero al embajador de la China que hace apenas 15 días les entró a unos frijoles con pescado - vaya maridaje tan explosivomientras conocía los lares del Tonusco. Un policía abnegado es el coronel Pineda. Y buen conversador: hablamos desde
Donald Trump hasta de los rostros malos de la infancia. Postales del barrio y la ciudad.
A las once de la noche, en su sobriedad oliva, el coronel dijo “debo madrugar mañana. Voy para Caicedo”. Y ayer sábado, cuando lograba carburar mi cerebro y vencer el trasnocho, me despierto con la noticia de que “a mi coronel Pineda” lo emboscaron en la carretera. Que había sido evacuado en helicóptero de aquellas breñas con un tiro en el hombro y otro que le centelleó el cuero cabelludo.
Pensé, mucho, en los cientos de uniformados que le ponen el pecho a la brisa en un país tan azaroso. El coronel tuvo hoy quien le escriba, quien se duela de su suerte. Pero qué decir de esos miles que cada día se van a la cama así, después de un pedazo de arepa y una tajada de queso, para salir a toparse con los tiros de una criminalidad que no descansa y que suele arrebatarnos los sueños