¡OTRA VEZ!
Esta sociedad descompuesta no se cansa de producir monstruos humanos (¡tal vez sería mejor llamarlos inhumanos!), corruptos, malos individuos y criminales de todos los pelambres. Por eso, no es de extrañar que cada día los ávidos medios de comunicación, necesitados de mejorar su cantidad de escuchas o espectadores (algo que, en inglés, se llama rating, y que aquí hemos incorporado al lenguaje cotidiano, porque todo lo que suene así da estatus), inicien sus sesiones para expeler crímenes, infortunios y tragedias, etc., y debamos comenzar la procesión cotidiana cargados de dolor, tristeza y aburrimiento.
Esta semana, por ejemplo, se conoció el terrible e inconcebible asesinato de la niña Sara
Ayolima Salazar Palacios quien, sin cumplir tres añitos, fue además maltratada y abusada sexualmente, hechos que al parecer han tenido lugar en Armero-Guayabal en el Departamento del Tolima. Un crimen horripilante que no cabe en ninguna mente y que, a todos, nos debiera hacer sentir avergonza- dos, desgarrados y despedazados. ¿Será posible que hayamos caído tan bajo? ¿Que nos ensañemos con nuestras niñas y mujeres de forma brutal y enfermiza? ¿Que ya ni siquiera nos estremezcamos ante la barbarie, en medio de una indolencia asustadora?
Pero no es este el único caso, porque hemos escuchado de otros crímenes que involucran a niños y ancianos, sobre todo a mujeres indefensas que son ultrajadas sin piedad por sus compañeros sentimentales o por sus allegados, que han hecho de ellas meros objetos que se usan y tiran. También, en Tarazá, el día lunes de esta semana fueron encontrados asesinados los tres miembros de una familia, incluidas una mujer de 20 años y una niña de apenas catorce. Incluso, hace una semana larga fue degollada otra niña de quince años en el barrio Aranjuez, solo porque era hermana de la exnovia del homicida que el pasado martes cayó desde el piso 25 del Palacio Nacional y falleció.
Y, mientras esta cadena de crímenes, bestialidades y brutalidades se sucede, los políticos indecorosos y los oportunistas de turno (los lizcanos y compañía) salen otra vez a los medios a pedir la imposición de la cadena perpetua porque, alegan, no hay otra solución para tan crudo asunto; por eso, furiosos, blanden sus conocidos proyectos de ley que solo sirven para cosechar votos de cara a las futuras contiendas electorales y, una vez más, para mentirle a la población.
Penas severas ya tenemos y no necesitamos más, máxime si se piensa que el 95% de los hechos punibles nunca se esclarecen; lo que se debe combatir es la impunidad. A la comunidad debe decírsele que es necesario repensarnos como seres humanos y como colectivo deseoso de vivir en paz; que es indispensable empezar a sembrar valores, así como se deben diseminar árboles, que requieren ser cultivados y preservados.
Por eso, nos tenemos que movilizar como lo han hecho los habitantes de la Virginia donde murió la niña; y gritar a los cuatro vientos, atravesados por el sufrimiento, que condenamos estas salvajes manifestaciones de violencia porque son inadmisibles. Es hora de decir basta ya porque esto no puede seguir así, mientras algunos inescrupulosos se lucran del populismo punitivo y la demagogia. Los males que nos asuelan nos obligan a ingerir de manera decisiva en la educación, en los valores y en las familias; en las normas que inspiran la coexistencia. No podemos seguir anclados en la apatía y en medio de este silencio cómplice que nos avergüenza como seres pensantes y nos pone en el peor escenario en el cual una criatura civilizada pueda vivir sobre la faz de la tierra.
En fin, hoy debemos expresar al parodiar al gran poeta español Luis Cernuda, que somos colombianos sin ganas; con la diferencia de que permanecemos en estas tierras, porque este salvaje terruño es el nuestro y no nos queremos exiliar; y aquí, no en las lejanías, están nuestras tragedias, los pocos afectos, las tristezas y los muchos dolores de siempre