El Colombiano

DE QUIETUD Y DESOLACIÓN

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No llueve. Un olor a cemento reina a las cinco de la tarde del domingo. Hay tan poco que ver que resulta increíble. La quietud y la soledad en el corazón del Centro parece un cuadro absurdo. Solo un lotero atraviesa ese rectángulo de cemento, el de la esquina surorienta­l del cruce de Junín con La Playa, pero no con un talonario de billetes de lotería colgando del cinto, como suele uno imaginárse­los, sino con una tabla de un metro cuadrado cargada al hombro, en la que descargó los quintos durante el día. Va a guardarla porque a esta hora, el que jugó, jugó y el que no, que no tiente a la suerte. No digamos que hay silencio, porque de una esquina cercana, la del Pasaje Boyacá, llega el sonido amplificad­o de canciones de Diomedes Díaz, Y hoy cantan/ versos solitarios

que nacen de un hombre/ que se fue volando/ con alas hechas de ilusiones/ que no

realizó, cantadas a dúo por un sujeto, el vendedor, dueño de una voz terrosa pero efusiva. En la esquina, los semáforos que controlan los autos que descienden por La Playa o los que ascienden por Junín, tienen momentos en que dan sus órdenes de colores a nadie, como si fueran locos que hablaran solos. La palma, adorno vegetal de este ángulo, se mece lentamente empujada por un viento suave, acorde con el ritmo del mundo un domingo por la tarde. El suelo, que otros días poco se ve, porque permanece tapado por transeúnte­s, vendedores y mercancías disímiles, se percibe: es de baldosas vitrificad­as y arenón. Tiene huecos y está desgastado.

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