El Colombiano

Los libros que esperan otros ojos en La Bastilla

Entre Ayacucho y Colombia, alrededor del Centro Comercial del Libro, los vendedores de volúmenes de segunda ofrecen lecturas permanente­mente.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Como si llevara en sus manos un puñado de oro en polvo y temiera se le derramara entre los dedos, uno de los vendedores del Pasaje La Bastilla llega corriendo donde uno de sus compañeros y le pregunta presuroso: “¡Juancito! ¿Dónde es que usted pone las palomas heridas? ¿En el árbol?”.

Se dirige a Juan Carrillo y se refiere al árbol que le da sombra al negocio de libros de este hombre nacido en Molagavita, Santander, que ya es más paisa que Peralta, el personaje de Tomás Carrasquil­la cuyos Cuentos vende, porque lleva más de media vida en Antioquia. Durante un cuarto de siglo ha estado dedicado a la venta de libros leídos.

“Sí, arriba en esa horqueta —contesta, señalando con la mirada el sitio donde el tallo se bifurca— . Pero, pásemela, voy primero a darle un poco de agua”. Es una tórtola de las que abundan en la urbe. Aunque aún está viva y despierta, no emite sonidos. El vendedor se aleja y abandona su puesto sin importarle que cualquiera, un transeúnte de tantos, agarre uno de los volúmenes que tiene encima.

Juan Carrillo empezó trabajando para otro, en uno de los puestos establecid­os en el primer piso del Centro Comercial del Libro, que la gente llama Banco del Libro. Llegó a ser dueño de una de las tiendas, en el segundo piso. Aún la tiene, pero llegan tan pocos clientes que él, como otros venteros, entendió que debía salir al espacio público si quería seguir viviendo del libro.

Los más vendidos

En ese Pasaje situado entre Colombia y Ayacucho, varios vendedores exhiben sus ejemplares en tablones que no tocan el suelo, gracias a las canastas plásticas enrejadas, que de día sirven de soporte y de noche, de guardadero. El código Da Vinci, de Dan Brown; Harry Potter, de J. K. Rowling; La elección, de Og Mandino; Hombres de capa y espada, un libro de ficciones de Mario González Restrepo, son los que primero saltan a los ojos de los transeúnte­s cuando ingresan al Pasaje por Colombia.

Por esta entrada lo recibe Manuel Zuluaga. No tiene un puesto estacionar­io, sino que camina con un morral terciado al hombro repleto de libros y con tres ejemplares en la mano: La aventura de Miguel Littín clandestin­o en Chile, de Gabriel García Márquez; la Constituci­ón Política de Colombia, y Leyes eternas, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

Extraña viejos días cuando los libros del último de estos autores estaban en su furor.

Los de Dan Brown, dice, se venden por épocas. Cuando se acerca la Semana Santa y la gente se pone mística, interesada en temas sagrados, sean reales o míticos, acude como picada por un bicho raro a buscar esos libros. De resto, no; más bien despacio.

“Me da pesar decirle lo que le voy a decir, pero los que más se venden son los violentos. Los que hablan de ‘paracos’ y de mafiosos. ¡Hasta las monjas vienen aquí a comprar Mi confesión, de Carlos Castaño! Es en serio, no le estoy mintiendo”. es el número de la calle Colombia, un extremo del pasaje de los libreros. El otro es Ayacucho, calle 49. años aproximada­mente llevan los vendedores de libros en este Pasaje, alrededor del Centro Comercial del Libro.

Desplazado por la violencia partidista, Manuel llegó a Medellín en los años sesenta procedente de Aquitania, corregimie­nto de Cocorná.

“¿Qué hay en el morral? Variedad: Cien años de soledad, El Coronel no tiene quien le escriba, Vivir para contarla y la Cándida Eréndira, de García Márquez; Cuentos de Tomás Carrasquil­la; Pa que se acabe la vaina, de William Ospina; dos o tres de Saramago, que también salen, y Colombia Amarga, de Germán Castro Caycedo. Si quiere que le diga, para mí Castro Caycedo es más escritor que Gabo. ¿Ah? Yo que le digo”.

El dicho aquel...

Contra la pared de una casa de chances, por debajo del vidrio por el que la vendedora de la suerte mira el mundo, ese mundo en el que no da tregua el paso de los transeúnte­s que van o vienen, que se arriman a com-

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