UNA MEJOR FORMA DE AYUDAR AL MUNDO
El sufrimiento hoy en el norte de Uganda y Sudán del Sur debe haber afectado incluso al de corazón más duro entre nosotros.
En nuestros viajes por el mundo, ninguno de nosotros vivió nada como lo que vivimos cuando entramos en el campamento de refugiados Bidi Bidi, en Uganda.
Bidi Bidi se convirtió en el campamento de refugiados más grande del mundo a principios de abril. Alberga a más de 270.000 personas que han huido de la hambruna en el sur de Sudán, una región devastada por la guerra. Cada día unos 2.800 refugiados más llegan al país.
Cuando muchos americanos piensan en hambre, tal vez se imaginan campos o lechos de ríos secos por causa de la sequía. Pero la mayoría de las hambrunas no son desastres naturales; son creadas por el hombre, un resultado de la guerra y la violencia. Los combates en el sur de Sudán, y la ola de miseria que han generado en los países vecinos, no son una excepción.
Desde finales del 2013, la guerra civil en el sur de Sudán ha asesinado a más de 100.000 personas y desplazado a casi una tercera parte de la población del país. Un informe estima que más de un 40 por ciento de la población enfrenta hambre “severa y potencialmente fatal”, incluyendo a millones de niños. En algunos casos, los participantes en la guerra, incluyendo al mismo gobierno, intencionalmente bloquean el acceso a la asistencia como una táctica en el conflicto.
Es difícil describir la gravedad de lo que observamos en Bidi Bidi. Hablamos con mujeres y niños expulsados de sus hogares, en urgente necesidad de comida, agua, y albergue. Algunos habían sido violados durante su viaje a Bidi Bidi.
Muchas madres y abuelas habían caminado por más de dos semanas con la esperanza de encontrar una mejor vida para sus hijos y nietos.
Esta crisis humanitaria no se limita a Sudán del Sur. Más de 20 millones de personas en Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen están en riesgo de hambre, según las Naciones Unidas.
Estados Unidos aporta al menos una tercera parte del dinero para ayuda alimentaria gastados a nivel mundial, pero no podemos abordar este reto solos. Además de utilizar los recursos actuales de manera más eficiente, también debemos ejercer el liderazgo estadounidense y pedir a otros países que intensifiquen sus esfuerzos donando los recursos necesarios para evitar más sufrimiento, violencia e inestabilidad.
Sufrimiento en la escala e intensidad que observamos no es solo una mancha en nuestra conciencia colectiva.
Claro que hay límites para lo que incluso los países más ricos pueden gastar en asistencia extranjera. Pero podemos encontrar formas de gastar más eficientemente, para sacarle más provecho a cada dólar.
En el Congreso, estamos liderando esfuerzos para reformar cómo los Estados Unidos entregan asistencia alimentaria, que en total es más de US$ 2 mil millones cada año. El Acta Global de Seguridad Alimentaria fue aprobado como ley el verano pasado; autorizó permanentemente el programa de ayuda alimentaria de emergencia de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, que proporciona casi la mitad de toda la ayuda alimentaria estadounidense.
El programa de la agencia entrega ayudas más eficiente y efectivamente que cuando son procesadas por el Departamento de Agricultura, que procesa cierta ayuda alimentaria, pero se ve obstaculizado por décadas de requisitos redundantes que resultan en retrasos, costos innecesarios y, a menudo, la inhabilidad de llegar a quienes más necesitan ayuda.
Es por eso que hemos escrito otro proyecto de ley, el Acta de Reforma de Alimentos por la Paz, el cual eliminaría las viejas regulaciones que requieren que la ayuda alimentaria se cultive en los Estados Unidos -a menudo a miles de kilómetros de distancia de las personas que la necesitan- y que sea enviada en buques estadounidenses.
Como resultado de una guerra civil por la cual no tienen responsabilidad alguna, demasiados sudaneses del sur, han conocido demasiada violencia y sufrimiento y muy poca oportunidad
La mayoría de las hambrunas no son desastres naturales; son creadas por el hombre, un resultado de la guerra y la violencia.