El Colombiano

Las mamás tienen sus cuentos

En relatos,os, poemas y novelas habitan madres tan disímiles como las del mundo real.

- JOHN SALDARRIAG­A ESTEBAN PARÍS

Que madre no hay y sino una? Eso depende. En los libros andan las madres en una multitud incontable. able.

Se ven pasar las abneganega­das, las amorosas, las asesinas, las bonitas, las inconscons­cientes, las indiferent­es,es, las bravas, las feas, las alegres,egres, las rezanderas, las pudorodoro­sas y hasta otras con poderes sobrenatur­ales.

¿Esa que se ve allá, no es acaso una de las asesinas? as? La delata el arma. Medea. Eurípides cuenta que ella asesinó sinó a sus hijos por vengarse de su esposo, Jasón, un aventurero turero argonauta que la dejó paraara casarse con la hija de un rey. Sí, nada menos que con Glauce, lauce, quien lo convertirí­a en yerno de nadie menos que el emperador Creonte, de Corinto.o. Medea no lo pudo soportar.

Como la literatura noo quiere dejar cómodos a los lectoresct­ores sino ponerles la tarea dee pensar en situacione­s diversas,sas, la abnegada y amorosa Hester Pryne, el personaje principal ncipal de La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne, tuvo queue enfrentars­e a un mundo puritano, el de Boston, Massachusa­chusetts, en el siglo XVII, por or haber quedado en embarazo zo sin tener marido. En un juiciocio público la obligaron a vivir con la letra A sobre su pecho, , para que todo el mundo la señalaraña­lara por adúltera... Abnegadaad­a y tierna, sí, porque ella, a pesar de los ataques, llenó de amor a su hija Pearl.

Dos madres amantes, antes, amantes con ardor febriles, briles, aunque no de sus hijos,s, sino de sus parejas sentimenta­les,ntales, son Anna Karenina, la de Tolstoi, y Madame Bovary, ary, la de Gustave Flaubert. Ellas las ignoraron a sus críos porr concentrar­se en sus romancesnc­es y vivirlos a plenitud.

¿Autoritari­a? Ese debe be ser un apellido para Bernarda narda Alba, cuya vida narra Federicode­rico García Lorca en La casa de Bernarda Alba. Al quedar viuda se tornó mandona. Se preocupaba por las apariencia­s y la honra de sus hijas. Les prohibió salir a la calle... Hasta que la mayor de ella recibió a un pretendien­te, con lo que les cambió la vida... Pero no digamos más de esta.

En la casa de los Buendía, en Cien años de soledad, la que ponía el orden era Úrsula Iguarán. Su temple le alcanzó, no solamente para mantener en pie los asuntos de su esposo y primo, José Arcadio, la de sus cuatro hijos, tres de sangre — José Arcadio, Aureliano y Amaranta— y una adoptada, Rebeca, sino en el destino de varios de los integrante­s de generacion­es posteriore­s. Hasta que murió a una edad que oscilaba entre los 115 y los 122 años, completame­nte ciega. “Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede”, dijo una vez.

Revolucion­arias

Para interesada­s saltan dos madres: Gertrudis, la de Hamlet, de Shakespear­e, y la

señora Bennet, de Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen. Aquella era la reina de Dinamarca. Se casó con Claudio, hermano y asesino de su esposo el rey, para conservar su posición, lo que mortificó a Hamlet, el príncipe. La segunda era una mujer imprudente que se esforzó por casar a sus cinco hijas con hombres ricos.

Richard Ford, el escritor norteameri­cano, quien estuvo en la Feria del Libro de Bogotá, aporta una mamá a esta extraña procesión. Tiene una novela que derramad sensibilid­ad: Mi mad madre. Es un cúmulo de recuerdo recuerdos desordenad­os sobre ella, ahoraah muerta, con lagunas y dudas,d en el que queda muy claroc el remordimie­nto del p personaje narrador por no haberh pasado más tiempo con e ella cuando pudo haberlo hech hecho.

Con un t título semejante, el ruso MáximoMáx Gorki tiene una obra qu que siempre se recuerda cuandocuan se habla de este asunto: La madre. Pelagia se involucrói­nvolu en las actividade­s políticasp­olíti de su hijo y luchó contr contra el imperio zarista. InclusoInc­lu sufrió rigores de violenc violencia por sus actos.

Clara T Trueba, la de La casa de loslo espíritus, de Isabel Alle Allende, va por ahí hablando con los muertos y adiv adivinando cuanto va a ocurr ocurrir. Madre misteriosa, sin duda.d

Y no olvi olvidemos a las madrastras, que en los cuentos infantiles, en general, han tenido fama de crueles. La de Cenicienta, la ded Hansel y Gretel, la de Blanca Nieves que a sus hijastros lo los quieren... ver muertos. Per Pero, ah, Lucrecia, la de El elogio ded la madrastra, la novela eróticaeró­tic de Mario Vargas Llosa, si sirve de excepción a la regla.reg Además del sexo quequ tiene con Rigoberto, su esposo, a lo largo de la novela, entre ella y Alfonsito,A hijo de Rigoberto pero no suyo, hay una tend tendencia incestuosa.

Madres hechash de letras y de ideas —co —como las de la llamada realidad—realida hay muchas, como puede v verse.

Se rezaga una más, con andar de pato: lal de El Patito feo, de Hans Chris Christian Andersen: la mamá pata a acogió un huevo que no era su suyo, lo calentó, y cuando nació un polluelo diferente a los demás,d del que se burlaban por diferente y feo, lo defendió y quiso como a los salidos de su entraña.

Mamás conco sus cuentos

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