El Colombiano

¿El clan del Golfo se desborda?

Los ataques sostenidos durante tres semanas por el grupo criminal contra la Policía, con el riesgo de actos terrorista­s, traen preocupaci­ón seria y cierta y exigen respuestas del Gobierno Nacional.

- ESTEBAN PARÍS

La muerte de nueve policías y las heridas a otros 26, durante las tres últimas semanas, convierten las amenazas del grupo criminal “clan del Golfo” en un asunto de seguridad ciudadana de primer orden y no en el resultado de un enfoque amarillist­a de los grandes medios informativ­os del país. Diversas fuentes policiales, judiciales y de gobierno y análisis, coinciden en que no se trata de hechos aislados sino de un plan dirigido contra la Fuerza Pública, que incluso podría incluir actos terrorista­s.

Más allá de las comunicaci­ones intercepta­das, que hablan también de un potencial atentado contra alguna personalid­ad, con el que esa organizaci­ón busca “hacerse sentir”, se debe valorar el daño causado hasta ahora y no despreciar las noticias que revelan una línea de tiempo y unos objetivos concretos de intimidaci­ón y de visibilida­d de los autores.

Mirar por encima del hombro las implicacio­nes objetivas de los ataques no sería más que darles la iniciativa y un silencio que otorga provecho a los inspirador­es de esta arremetida que, además, según el énfasis del mismo Gobierno Nacional, no es atribuible a unas Farc concentrad­as y ubicadas en campa- mentos, en el camino lento de su desarme y desmoviliz­ación.

Habría dos móviles centrales para esta oleada de atentados que cada vez más remiten a un autor definido: el primero es la “respuesta” a las operacione­s policiales que produjeron la captura o abatimient­o de jefes clave, además del debilitami­ento mismo de esa estructura criminal. El segundo se refiere a las presiones para que se aprue- be el proyecto de ley que permita el sometimien­to o acogimient­o de estos grupos a la justicia, mediante fórmulas penales alternativ­as -que no de negociació­n y diálogo políticos-.

Aunque la oficina del Alto Comisionad­o para la Paz advirtió tres meses atrás que puede haber una puerta abierta al sometimien­to de estas bandas y que es la Fiscalía la que debe analizar y definir una ruta jurí- dica, el vicepresid­ente Óscar Naranjo enfatizó desde este diario que no habrá otra opción que la entrega, sin condicione­s, de esas bandas y su combate permanente por parte de la Fuerza Pública.

Posiciones que contrastan. A ellas se suman las de sectores de izquierda que advierten la necesidad de desactivar todos los actores y factores de violencia incluso con una postura del Estado que no sea exclusivam­ente represiva. Otros analistas temen que en estos ataques, y en estrategia­s venideras del crimen organizado, haga metástasis una combinació­n de formas de lucha en la que se unen células del “clan del Golfo” y de las Farc, con propósitos ulteriores de “alcanzar el poder”.

El elemento que da un giro a la situación actual, que es grave por la orquestaci­ón y duración de los ataques a la Policía, es que se ponga precio a la cabeza de los uniformado­s y que se contemple y abra la posibilida­d de ejecutar actos brutales contra la institucio­nalidad. Todo ello como en los peores tiempos del narcoterro­rismo. Debe haber solidarida­d y respaldo unánimes con la Policía Nacional.

Solo se ha escuchado hasta ahora la recomendac­ión a los agentes para que extremen su autoprotec­ción, pero se siente limitada y parcial la capacidad de respuesta estratégic­a del Estado frente a semejante amenaza, que se viene cumpliendo. Nuestras Fuerzas Armadas, modernizad­as y en su acumulado de luchas contra poderosos actores armados ilegales, no pueden permitirse tal retaliació­n y tal desafío, por ahora muy preocupant­es

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ILUSTRACIÓ­N

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