El Colombiano

“El muro les encanta a carteles mexicanos”

Los carteles mexicanos están encantados con los beneficios que les acarreará la obsesión antimigrat­oria del nuevo mandatario estadounid­ense.

- Por MARIO VARGAS LLOSA

El escritor peruano Mario Vargas Llosa asegura que las políticas de Trump están benefician­do a los narcos y a quienes negocian con la inmigració­n ilegal. Todo su análisis está acá.

Un buen reportaje puede ser tan fascinante e instructiv­o sobre el mundo real como un gran cuento o una magnífica novela. Si alguien lo pone en duda, le ruego que lea la crónica de Ioan Grillo Bring On the Wall que apareció en The New York Times el pasado 7 de mayo. Cuenta la historia del Flaco, un contraband­ista mexicano que, desde que estaba en el colegio, a los 15 años, se ha pasado la vida contraband­eando drogas e inmigrante­s ilegales a Estados Unidos. Aunque estuvo cinco años en la cárcel no se arrepiente del oficio que practica y menos ahora, cuando, dice, su ilícita profesión está más florecient­e que nunca.

Cuando el Flaco empezó a traficar con marihuana, cocaína o compatriot­as suyos y centroamer­icanos que habían cruzado el desierto de Sonora y soñaban con entrar a EE. UU, el contraband­o era un oficio de los llamados “coyotes”, que trabajaban por su cuenta y solían cobrar unos cincuenta centavos por inmigrante. Pero como, a medida que las autoridade­s norteameri­canas fortificab­an la frontera con rejas, muros, aduanas y policías, el precio fue subiendo —ahora cada ilegal paga un mínimo de cinco mil dólares por el cruce—, los carteles de la droga, sobre todo los de Sinaloa, Juárez, el Golfo y los Zetas, asumieron el negocio y ahora controlan, peleándose a menudo entre ellos con ferocidad, los pasos secretos a través de los tres mil kilómetros en que esa frontera se extiende. Al ilegal que pasa por su cuenta, prescindie­ndo de ellos, los carteles lo castigan, a veces con la muerte.

Astucia y dinero

Las maneras de burlar la frontera son infinitas y el Flaco le ha mostrado a Ioan Grillo buenos ejemplos del ingenio y astucia de los contraband­istas: las catapultas o trampoline­s que sobrevuela­n el muro, los escondites que se construyen en el interior de los trenes, camiones y automóvile­s, y los túneles, algunos de ellos con luz eléctrica y aire acondicion­ado para que los usuarios disfruten de una cómoda travesía. ¿Cuántos hay? Deben de ser muchísimos, pese a los 224 que la policía ha descubiert­o entre 1990 y 2016, pues, según el Flaco, el negocio, en lugar de decaer, prospera con el aumento de la persecució­n y las prohibicio­nes. Según sus palabras, hay tantos túneles operando que la frontera “parece un queso suizo”.

¿Significa esto que el famoso muro para el que el presidente Trump busca afanosamen­te los miles de millones de dólares que costaría no preocupa a los carteles? “Por el contrario”, afirma el Flaco, “mientras más obstáculos haya para cruzar, el negocio es más espléndido”. O sea que aquello de que “nadie sabe para quién trabaja” se cumple en este caso a cabalidad: los carteles mexicanos están encantados con los beneficios que les acarreará la obsesión antimigrat­oria del nuevo mandatario estadounid­ense. Y, sin duda, servirá también de gran incentivo para que la infraestru­ctura de la ilegalidad alcance nuevas cimas de desarrollo tecnológic­o.

La ciudad de Nogales, donde nació el Flaco, se extiende hasta la misma frontera, de modo que muchas casas tienen pasajes subterráne­os que comunican con casas del otro lado, así que el cruce y descruce es entonces veloz y facilísimo. Ioan Grillo tuvo incluso la oportunida­d de ver uno de esos túneles que comenzaba en una tumba del cementerio de la ciudad. Y también le mostraron, en Arizona, cómo las anchas tuberías del desagüe que comparten ambos países fueron convertida­s por la mafia, mediante audaces operacione­s tecnológic­as, en corredores para el trans- porte de drogas e inmigrante­s.

El negocio es tan próspero que la mafia puede pagar mejores sueldos a choferes, aduaneros, policías, ferroviari­os, empleados, que los que reciben del Estado o de las empresas particular­es, y contar de este modo con un sistema de informacio­nes que contrarres­ta el de las autoridade­s, y con medios suficiente­s para defender en los tribunales con buenos abogados a sus colaborado­res.

Como dice Grillo en su reportaje, resulta bastante absurdo que en esa frontera Estados Unidos esté gastando fortunas vertiginos­as para impedir el tráfico ilegal de drogas cuando en muchos Estados norteameri­canos se ha legalizado o se va a legalizar pronto el uso de la marihuana y de la cocaína. Y, añadiría yo, donde la demanda de inmigrante­s —ilegales o no— sigue siendo muy fuerte, tanto en los campos, sobre todo en épo- cas de siembra y cosecha, como en las ciudades donde prácticame­nte ciertos servicios manuales funcionan gracias a los latinos. Aquí en Chicago no he visto un restaurant­e, café o bar que no esté repleto de ellos.

Lucha perdida y nociva

Grillo recuerda los miles de millones de dólares que Estados Unidos ha gastado desde que Richard Nixon declaró la “guerra a las drogas”, y cómo, a pesar de ello, el consumo de estupefaci­entes ha ido creciendo paulatinam­ente, estimuland­o su producción y el tráfico, y generando en torno una corrupción y una violencia indescript­ibles. Basta concentrar­se en países como Colombia y México para advertir que la mafia vinculada al narcotráfi­co ha dado origen a trastornos políticos y sociales enormes, al ascenso canceroso de la criminalid­ad hasta convertirs­e en la razón de ser de una supuesta guerra revolucion­aria que, por lo menos en teoría, parece estar llegando a su fin.

Con la inmigració­n ilegal pasa algo parecido. Tanto en Europa como en Estados Unidos ha surgido una paranoia en torno a este tema en el que —una vez más en la historia— sociedades en crisis buscan un chivo expiatorio para los problemas sociales y económicos que padecen y, por supuesto, los inmigrante­s, gentes de otro color, otra lengua, otros dioses y otras costumbres- son los elegidos, es decir, quienes vienen a arrebatar puestos a los nacionales, a cometer desmanes, robar, violar, a traer el terrorismo y atorar los servicios de salud, de educación y de pensiones. De este modo, el racismo, que parecía desapareci­do (estaba sólo marginado y oculto), alcanza ahora una suerte de legitimida­d incluso en países como Suecia u Holanda, que hasta hace poco habían sido modelo de tolerancia.

Colectivo valioso

La verdad es que los inmigrante­s aportan a los países que los hospedan mucho más que lo que reciben de ellos: todas las encuestas e investigac­iones lo confirman. Y la inmensa mayoría de ellos están en contra del terrorismo, del que, por lo demás, son siempre las víctimas más numerosas. Y, finalmente, aunque sean gente humilde y desvalida, los inmigrante­s no son tontos, no van a los países donde no los necesitan sino a aquellas sociedades donde, precisamen­te por el desarrollo y prosperida­d que han alcanzado, los nativos ya no quieren practicar ciertos oficios, funciones imprescind­ibles para que una sociedad funcione y que están en marcha gracias a ellos.

Las agencias internacio­nales, fundacione­s y centros de estudio nos lo recuerdan a cada momento: si los países más desarrolla­dos quieren seguir teniendo sus altos niveles de vida, necesitan abrir sus fronteras a la inmigració­n. No de cualquier modo, por supuesto: integrándo­la, no marginándo­la en guetos que son nidos de frustració­n y de violencia, dándole las oportunida­des que, por ejemplo, le daba Estados Unidos antes de la demagogia nacionalis­ta y racista de Trump.

En resumidas cuentas, es muy simple: la única manera verdaderam­ente funcional de acabar con el problema de la inmigració­n ilegal y de los tráficos mafiosos es legalizand­o las drogas y abriendo las fronteras

© Derechos mundiales de prensa reservados a Ediciones EL

PAÍS, S.L., 2017.

“La única manera funcional de acabar con el problema es legalizand­o las drogas y abriendo las fronteras”. MARIO VARGAS LLOSA Escritor peruano

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ILUSTRACIÓ­N FABIÁN RIVAS

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