CON DEPORTE SE SANAN LAS HERIDAS DE LA VIOLENCIA
Víctimas del conflicto armado encuentran una salida en la actividad física. Allí desaparecen las limitaciones.
Desde cuando Óscar Al
beiro Figueroa, su madre Hermelinda y sus hermanos, decidieron salir de su natal Zaragoza, en el Bajo Cauca antioqueño, huyendo de la violencia que por esa época -cuando él tenía nueve años de edad- azotaba la región, tenían la certeza de que en Cartago, a donde fueron, encontrarían una vida mejor.
El ganador de la medalla de oro de la división de los 62 kilogramos del torneo de halterofilia (levantamiento de pesas) de los pasados Juegos Olímpicos de Río-2016, halló, efectivamente, en esas tierras del Valle del Cauca no solo la tranquilidad que tanto anhelaba sino un medio de subsistencia en el deporte.
Caso similar protagonizó el ciclista Rigoberto Urán, nacido en Urrao, Antioquia, quien siendo niño perdió a su padre en un hecho de violencia paramilitar. Y, posteriormente, ofició de ciclista pasajero vendiendo chance.
Ambos eligieron el camino de la disciplina para dejar atrás ese legado de sangre y terror que marcó sus infancias y, a través del deporte, reconciliarse con la vida.
Como ellos hay otros que, a pesar de múltiples obstáculos, encontraron una motivación para salir adelante con la ayuda de la actividad física.
“Cuando llegan por primera vez a los grupos de trabajo ponen una barrera y se les ve lejos de todo el mundo. Luego, se vuelven sensibles y ven la vida diferente. El deporte les da salud, bienestar y autoestima”, dice Javier López, entrenador del proyecto Sport Power 2 de la Fundación Arcángeles (que desde 2006 ayuda a las personas en situación de discapacidad a vincularse al mundo laboral), patrocinado por la Embajada de Estados Unidos.
Esta historia incluye testimonios de cómo la vida les cambió a tres personajes a partir de la práctica de atletismo, voleibol sentado y goalball.
Una particularidad en ellos, y que no tienen Figueroa y Urán, es que todos sufrieron una afectación física severa.
Son ellos Jesús María García, desplazado de Ituango que sufrió la pérdida de su visión; José
Alejandro Parra, quien prestaba su servicio militar como escolta de un coronel y perdió sus piernas; y Edis Guillermo Álva
rez, un soldado que pisó una mina antipersona en un operativo en el Nudo de Paramillo.
Todos víctimas de un flagelo similar: el de las minas que solo en Antioquia ha dejado 11.470 afectados desde 1990 (el 22% de los casos que se registran en el país), según Pierry
Duván Ramírez, representante de United for Colombia, entidad que rehabilita civiles y miembros de la Fuerza Pública. Ellos hallaron en el deporte una escapatoria a esos fantasmas