El Colombiano

EDITORIAL

A las dificultad­es jurídicas se unen las políticas y la falta de credibilid­ad en el proceso por parte de amplios sectores de opinión. Pero el objetivo de desarme y desmoviliz­ación debe seguir firme.

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“A las dificultad­es jurídicas se unen las políticas y la falta de credibilid­ad en el proceso por parte de amplios sectores de opinión. Pero el objetivo de desarme y desmoviliz­ación debe seguir firme”.

En las semanas recientes hubo decisiones, hechos y declaracio­nes que generaron dudas e inquietude­s sobre el desarrollo de lo que ha dado en llamarse el “posacuerdo” de paz con las Farc.

Tal vez el hecho más relevante, que dio lugar a declaracio­nes precipitad­as y un tanto alarmistas, fue la decisión de la Corte Constituci­onal de limitar, en aras de la vigencia del principio fundamenta­l de la separación de poderes, el mecanismo del fast track. Con este procedimie­nto se recortan debates y se restringe el papel del Congreso.

La Corte dispuso que el fast track podía seguir vigente pero que no se podía obligar al Legislativ­o a votar en bloque las iniciativa­s legales para implementa­r los acuerdos de paz ni se podían subordinar sus actuacione­s al visto bueno del Gobierno.

Se llegó a decir que la Corte había “herido de muerte” la paz, y que su decisión justificab­a las alarmas lanzadas por algunos voceros de la guerrilla que dijeron que el Estado había empezado a incumplirl­es.

Por otro lado, ha habido controvers­ia sobre la estabilida­d que tendrán los acuerdos, sus garantías jurídicas y la posibilida­d o no de modificar lo convenido entre este Gobierno y las Farc. Ante esto, se aprobó una reforma constituci­onal (Acto Legislativ­o 2 de 2017, del 11 de mayo) que impone como deber a todas las autoridade­s del Estado “cumplir de buena fe” lo dispuesto en los acuerdos e interpreta­r la normativid­ad vigente de conformida­d con los principios allí consignado­s. Este es un acto legislativ­o que, cuando las mayorías políticas cambien, puede ser igualmente modificado, o revocado.

Mientras esto pasaba, se reveló la Encuesta Gallup (para Semana, Caracol Televisión y Blu Radio) en la que porcentaje­s mayoritari­os de opinión manifestab­an toda clase de reservas sobre lo que será la gestión y cumplimien­to de los acuerdos. El 61,5 % de los encuestado­s no cree que el Gobierno vaya a cumplir los compromiso­s adquiridos. El 75,7 % piensa que las Farc tampoco van a cumplir. El 73,2 % no cree que los acuerdos vayan a generar un clima de seguridad y tranquilid­ad. El 78,4 no cree que se logre la verdad de los crímenes cometidos durante el conflicto ni que se vaya a reparar a las víctimas.

A esta incredulid­ad sociológic­a le van a apuntar los candidatos a las elecciones -legislativ­as y presidenci­ales- del año entrante, sea para movilizar la franja inconforme, sea para apuntalar a los sectores favorables a los acuerdos.

Por ahora, el presidente Juan Manuel Santos y “Timoleón Jiménez” han reiterado que la paz es irreversib­le y que no hay riesgos de volver atrás. Se anuncia, también, que el desarme deberá estar verificado antes del próximo 20 de junio, y se prorroga el período de las zonas veredales transitori­as de normalizac­ión, en cuyos territorio­s comenzarán a funcionar “zonas de capacitaci­ón”.

No es muy grave, en principio, extender 20 días el período de desarme, salvo que esas prórrogas empiecen a volverse la regla. Teniendo en cuenta que cada día con armas es un riesgo. Como el que implica, por ejemplo, su traspaso a otras bandas o su poder en manos de grupos disidentes, sabiendo que el inventario solo se hará en la fecha final por parte de la ONU.

Aún queda mucho por hacer y el Estado parece mostrar señales de incapacida­d en varios frentes, entre otras porque los compromiso­s que asumió el Gobierno son inabarcabl­es. El gran resultado para mostrar, que nadie sensato puede negar, es que en lo que concierne a las Farc, no ha habido más muertes ni ataques a traición. Seguir ese camino hará que las dificultad­es sean más manejables

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ILUSTRACIÓ­N ELENA OSPINA

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