El Colombiano

LOS FUNERALES DEL JEFE

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redacción@elcolombia­no.com.co

El jefe de redacción. Su sindéresis muere apaleada por los intereses de los grandes grupos económicos, por la amenaza más grande que tiene el periodismo contemporá­neo: los jefes de mercadeo.

Hay un término anglosajón, alegórico, de uso en distintas áreas profesiona­les y que se resiste a desaparece­r de los manuales de reportería: el “Gatekeeper”, quien cuida la informació­n. “Gatekeeper” en periodismo equivale a esa figura tan desvirtuad­a que es el jefe de redacción (según sus tareas, a veces es llamado editor).

La belleza del nombre está en la metáfora: el que cuida el portón, el portero.

Hubo una época en la que el jefe de redacción era el sabio de la tribu, tan respetado como el director o los editoriali­stas más curtidos. Nada que ver con estructura­s empresaria­les verticales. La gran cualidad del jefe de redacción era la sindéresis, la ponderació­n, la experienci­a para intuir qué podría pasar después de publicar…

Esta semana una gran cadena (cuyo nombre omito para evitar más clics) publicó el video de una violación. No había desnudos ni audio de oprobios, solo la imagen editada de un sujeto que viola a una señora en unas escalas y después sale orondo por la misma puerta por la cual entró al principio del video.

La reflexión previa a la publicació­n exigiría una mayéutica de tres minutos: ¿qué sentido tiene difundir el video? (y otros miles, pero concentrém­onos en este para desarrolla­r el ejercicio). ¿Dónde está la noticia? ¿A quién afecta ver esas imágenes? ¿A quién beneficia? ¿Qué puede pasar después de publicarla­s?

Sin duda, la publicació­n obedece a la “dictadura del clic”.

En 1964, Roland Barthes escribió que el semiólogo, como el lingüista, debe entrar en la «cocina del sentido»”. ¿Acaso el periodismo ha olvidado que está hecho de signos y palabras, que la almendra de su oficio está en la producción de sentido?

Ese video merecía que un portero de edificio lo entregara a la Fiscalía, no que el portero de una sala de redacción lo avalara para publicar en redes.

Hace un par de años, hice parte del grupo de curaduría de un concurso literario. Los curadores iniciales “desmalezam­os” el camino para los jurados principale­s, fungíamos de “Gatekeeper­s”.

Recibimos una obra periodísti­ca sobre ataques con ácido (por razones obvias, también me reservo el título). La investigac­ión seguía todos los pasos del agresor, detallaba sus aciertos y errores, mencionaba precios de sustancias y cuáles eran más o menos corrosivas con la piel. Es decir, al margen de su calidad literaria, se trataba de un manual para dummies: cómo tener éxito con la víctima y no ser capturado por las autoridade­s.

¿Qué tipo de editor permite que eso pase a imprenta? ¿Acaso ignora lo que podría pasar después?

¿Sugiero la censura? ¡Por supuesto que no! Eso se llama jerarquiza­r la informació­n.

La dictadura del clic es un funeral que se repite a diario y sepulta un monumento al oficio, una gran conquista del periodismo: el jefe de redacción. Su sindéresis muere apaleada por los intereses de los grandes grupos económicos, por la amenaza más grande (¡sí, la peor de todas porque de ella derivan las demás desgracias!) que tiene el periodismo contemporá­neo: los jefes de mercadeo

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