El Colombiano

PENTECOSTÉ­S

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

El viento me es tan familiar como la luz. Hay momentos en que anhelo el viento con toda el alma. Me encanta ver cómo está viva la naturaleza porque el viento sopla, me hace sentir vivo, me habla de lo inefable, de lo que no tiene nombre, de Dios. El viento me llena de felicidad cuando respiro.

Viento es espíritu, espíritu es viento. Donde hay viento, hay espíritu, donde hay espíritu, hay viento. En los Hechos de los Apóstoles (2, 2) leemos: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraba­n”. El Espíritu Santo es el viento impetuoso que llena nuestra casa común, el cosmos, el corazón.

Lo intuía León de Greiff al escribir en su poema ‘ Baladeta’: “Quieto el viento, ca- llado: porque otra voz se oía / tan cristalina y frágil / como jamás lo fuera / la voz de los bulbules”.

La delicia de madrugar a escuchar la voz cristalina y frágil del bulbul, del ruiseñor que es el Espíritu.

Un día Nicodemo, magistrado judío, fue a visitar a Jesús en la noche con este saludo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las obras que tú realizas si Dios no está con él”.

Conmovido, Jesús hace a Nicodemo esta confidenci­a: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace de Espíritu” (Juan 3, 8). Nicodemo esperaba la luz de una antorcha, y apareció el sol. Día embriagado­r, deslumbram­iento total.

Pentecosté­s es el misterio de los misterios, el milagro de los milagros, conseguir que los hombres por amarnos nos entendamos, comenzando cada uno por sí mismo. “Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírlos hablar cada uno en su propia lengua” ( Hechos 2,6). Pentecosté­s acontece en nosotros cuando por amarnos sabemos quiénes somos y trabajamos unidos por el bien común.

Hombres del siglo XXI, necesitamo­s volvernos sensibles a la presencia del Espíritu, único que puede colmar las aspiracion­es del corazón, la imperiosa necesidad de entenderno­s porque nos amamos haciendo unidad con quienes vivimos, la familia, la empresa, el colegio, el barrio, el partido, la ciudad, el país, el mundo.

Pentecosté­s acontece siempre. “Todos, estupefact­os y perplejos, los oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”. El Espíritu, la maravilla de hacer presente en el tiempo la eternidad. El prodigio de la espiritual­idad

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