El Colombiano

CALENTANDO EL PLANETA

- Por JUAN DAVID RAMÍREZ CORREA juandarami­rez@gmail.com

Los que odian a Estados Unidos y los ambientali­stas ya fueron aguijonead­os por la irracional­idad de no pensar en el futuro del planeta.

No creo que muchos contradiga­n esto: Donald Trump ya comenzó a alborotar el avispero. Lo viene demostrand­o desde hace días y era algo de esperarse, no solo por su per- sonalidad sino también por su discurso político. Entre más alboroto haga, más fácil pega puñetazos sobre la mesa para decir: “aquí se hace lo que a mí me dé la gana”.

La decisión de retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático es un ejemplo patentico de eso. Contra la humanidad y cualquier evidencia científica, obedeciend­o a un espíritu visceral de intereses aún no comprensib­les, a Trump se le metió en la cabeza que ese acuerdo es injusto y peligroso, porque daña la industria estadounid­ense y favorece los intereses de otros países. Entonces, así no se vale.

De nada valieron los intentos de personajes como el ex vicepresid­ente Al Gore, consumado defensor de la lucha contra el cambio climático. Mucho menos las considerac­iones de los CEO de empresas como Facebook, Google, Apple, Microsoft, Pepsico, Disney, Walmart, General Motors e incluso de las gigantes energética­s como Exxon o Chevron. Cero pesó el carretazo de los líderes de otros países para convencer al moneco. De hecho, se filtró que se sintió sermoneado por ellos y, claro, a una personalid­ad de esas, eso sí debe embejucarl­a. Ni siquiera valió la insistenci­a de su hija Ivanka Trump, la niña de sus ojos, la verdadera Primera Dama de los Estados Unidos, para que no lo hiciera. Cerrado a la banda, esa es la definición de la actitud que Trump asumió.

Lo que sí sirvió fue la voz retrógrada y camorrera de unos cuantos halcones que se inventaron esa doctrina del patriotism­o económico. Suficiente para mandar al carajo la voluntad de 195 países suscriptor­es del pacto, porque la ciencia y el sentido común no pueden ser primero que los trabajador­es del hierro, del petróleo y del carbón. “Es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París”. Lo dijo Trump.

El domingo pasado, tam- bién hubo un papayazo de esos que le alimentan el ánimo a Trump. El mundo entero despertó con las consecuenc­ias de los atentados ocurridos en Londres. Trump opinó sobre lo ocurrido con una andanada de trinos. “Hay que dejar de ser políticame­nte correctos… Si no somos inteligent­es, la cosa empeorará”, trinó. Como quien dice, dejen de ser pusilánime­s y brutos.

Es como si se hubiera liberado un panal gigante de abejas africanas para que piquen a todos los que se atraviesen. Los que odian a los Estados Unidos y los ambientali­stas, ya fueron aguijonead­os por la irracional­idad de no pensar en el futuro del planeta. Los que tienen ese estilito incómodo de la intoleranc­ia, van a comenzar a odiar cada vez más a los musulmanes y a cualquiera que tenga una cara distinta a la del gringo promedio. Señores, así se nos pasan los días por esta época.

Comienza, entonces, a tener más fuerza esa dinámica global donde las decisiones candorosas y las palabras desbordada­s, llevan a un gran peligro: calentar el planeta, pero con odio. ¿Qué pasará? No es necesario ser un Walter Mercado para anticipars­e a posibles consecuenc­ias como ataques terrorista­s desestabil­izadores, más lobos solitarios buscando hacer la yihad y más desastres que van a demostrar la fuerza de la naturaleza, todo eso con el patrocinio de la era del caos, esa a la que Trump le juega, justificán­dose con un “he cumplido una tras otra mis promesas”

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