EL MOMENTO DE LOS TONTOS
Pasamos por una época particular. Una en la cual los tontos han tomado la batuta para decirnos qué hacer, bajo qué forma y con qué fondo, en medio del bullicio y las luces del espectáculo que no dan tiempo para la razón. Una época de paradojas que ofrece mayor acceso a la información, pero ciudadanos menos inquisitivos mientras los argumentos son derrotados por los gritos y la histeria.
La vida como una eterna red social en la que explotan los sentimientos políticos al mismo tenor que las hinchadas de fútbol, con pasiones desenfrenadas que no resisten el mínimo control de la razón y, al mismo tiempo, destrozan cualquier oportunidad de tolerancia. Mi pensamiento como ver- dad revelada y el otro como el inferior incapaz de seguirme.
Donald Trump lo escenifica todo. Lo culmina todo. Parado en la rosaleda de la Casa Blanca para acabar con la participación de Estados Unidos en el acuerdo medioambiental de París, mientras miente descaradamente para justificar sus irresponsabilidades. Su libreto no supera un detector de mentiras, pero qué más le da a él, o los que lo aplauden, si con el poder en sus manos la verdad es apenas una masa que se estira a conveniencia.
O una semana antes, entrando a empujones en las reuniones de la Otan, sin más ofertas para sus aliados que el insulto y la prepotencia. O el carrito de golf mientras los otros deciden caminar. O la firma en el libro de invitados ilustres del Museo del Holocausto en Jerusalén que parece más el escrito para un parque de diversiones que para un lugar de reflexión: “Es un honor estar aquí con todos mis amigos”.
Los errores no son ya los resultados de las malas decisiones. Son la consecuencia matemática de conspiraciones de todos aquellos que no opinan como yo. Pueden ser la oposición política o los medios. De las fuerzas oscuras que me permiten resolver las ecuaciones de mi ineptitud.
Que el mundo arda en fuego que los tontos nunca responden. Se le exculpa su maldad por su incapacidad para racionalizar. Que siga la lista de los muertos en Caracas o en Zulia o en Barinas mientras los incapaces bailan en televisión pública o deciden demostrarle al mundo, aunque no lo pida, que son hábiles para tocar el piano
Su libreto no supera un detector de mentiras, pero qué más le da a él o a los que lo aplauden, si con el poder en sus manos la verdad es una masa que se estira a conveniencia.