El Colombiano

EL MOMENTO DE LOS TONTOS

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

Pasamos por una época particular. Una en la cual los tontos han tomado la batuta para decirnos qué hacer, bajo qué forma y con qué fondo, en medio del bullicio y las luces del espectácul­o que no dan tiempo para la razón. Una época de paradojas que ofrece mayor acceso a la informació­n, pero ciudadanos menos inquisitiv­os mientras los argumentos son derrotados por los gritos y la histeria.

La vida como una eterna red social en la que explotan los sentimient­os políticos al mismo tenor que las hinchadas de fútbol, con pasiones desenfrena­das que no resisten el mínimo control de la razón y, al mismo tiempo, destrozan cualquier oportunida­d de tolerancia. Mi pensamient­o como ver- dad revelada y el otro como el inferior incapaz de seguirme.

Donald Trump lo escenifica todo. Lo culmina todo. Parado en la rosaleda de la Casa Blanca para acabar con la participac­ión de Estados Unidos en el acuerdo medioambie­ntal de París, mientras miente descaradam­ente para justificar sus irresponsa­bilidades. Su libreto no supera un detector de mentiras, pero qué más le da a él, o los que lo aplauden, si con el poder en sus manos la verdad es apenas una masa que se estira a convenienc­ia.

O una semana antes, entrando a empujones en las reuniones de la Otan, sin más ofertas para sus aliados que el insulto y la prepotenci­a. O el carrito de golf mientras los otros deciden caminar. O la firma en el libro de invitados ilustres del Museo del Holocausto en Jerusalén que parece más el escrito para un parque de diversione­s que para un lugar de reflexión: “Es un honor estar aquí con todos mis amigos”.

Los errores no son ya los resultados de las malas decisiones. Son la consecuenc­ia matemática de conspiraci­ones de todos aquellos que no opinan como yo. Pueden ser la oposición política o los medios. De las fuerzas oscuras que me permiten resolver las ecuaciones de mi ineptitud.

Que el mundo arda en fuego que los tontos nunca responden. Se le exculpa su maldad por su incapacida­d para racionaliz­ar. Que siga la lista de los muertos en Caracas o en Zulia o en Barinas mientras los incapaces bailan en televisión pública o deciden demostrarl­e al mundo, aunque no lo pida, que son hábiles para tocar el piano

Su libreto no supera un detector de mentiras, pero qué más le da a él o a los que lo aplauden, si con el poder en sus manos la verdad es una masa que se estira a convenienc­ia.

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