El Colombiano

ESOS BICHOS MOLESTOS

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

Los cobardes matarifes que blasfeman contra Alá asesinando en su nombre por medio mundo desearían que esta columna se dedicara a analizar el porqué de sus actos. Los pusilánime­s gallinas que salieron el pasado sábado a matar a sus semejantes en el Puente de Londres, primero, y luego en el cercano Borough Market, cuentan con que llenaremos páginas y noticieros con sus crímenes sin sentido. Pobres calzonazos. No gastaré una línea más en buscar significad­o a sus actos, propios de seres débiles incapaces de respetar la diversidad, de tolerar la diferencia. Son escoria. No hay porqués. Cada día que pasa están más solos, más agazapados en las tinieblas. Y cada día que pasa sienten más el odio de sus familias, de sus parientes, de su comunidad y, finalmente, del conjunto de los musulmanes.

Y como no pienso dar publicidad a estos caguetas, aprove- chando que ayer fue el Día Mundial del Medio Ambiente, hablaré de un personaje de verdad inquietant­e: Donald Trump. Ese sí que pone los pelos de punta, que se lo digan a su señora esposa, Melania, que cualquier día le da un guantazo en directo porque ya no soporta ni respirar el mismo aire que él. Pero vamos al lío. Resulta que a nuestro querido supervilla­no, criado entre torres, cristales y asfalto, le importa un carajo la naturaleza. Es más, diría que si fuera por él pavimentab­a la selva amazónica para construir dúplex con piscina y embarcader­o a la puerta. Y es que Trump le tiene alergia al campo, salvo que tenga doce hoyos, y unos amigos muy poderosos a los que le debe en parte la presidenci­a del país que más ha contaminad­o en toda la historia. Los amigos de Trump son de la clase de gente a la que le da igual la Humanidad, como a los del Daesh ese, y su único objetivo en esta vida es acumular riquezas para enterrarse con ellas, como los faraones del Antiguo Egipto. Si para eso tienen que arrasar el planeta, no hay problema. Si causan otra glaciación, lo mismo da, que hay mucha chusma en el mundo y ellos siempre pueden exiliarse en una estación espacial de oro macizo. Para Trump y sus amigos lo del cambio climático es un cuento chino inventado por los demócratas de Al Gore y Obama, por el “lobby” de las energías renovables y por la Europa hippie del “flower power”. Por eso, tras su patética estancia en Europa durante la cumbre del G-7, lo primero que hizo fue sacar a Estados Unidos de los Acuerdos de París para reducir las emisiones de gases contaminan­tes y frenar el efecto invernader­o. El día que pruebe en su residencia de Mar-a-Lago los efectos de los cada vez más frecuentes y potentes huracanes que asolan Florida de cuando en cuando quizá ya sea tarde.

Le contaré algo Mr. Malvado. En este lado del mundo, donde quizá menos se nota el cambio climático, los inviernos son al menos tres grados más cálidos, en máximas y mínimas, que hace solo 40 años. En Inglaterra, donde se han dedicado a fumigar con pesticidas desde hace un siglo, el campo no huele a nada. Se lo juro. Está verde y lleno de árboles, pero de exposición. Las cada vez más esquivas flores silvestres son como hechas de plástico, pues no dejan aroma. Esa campiña inglesa de antaño es como un quirófano aséptico libre de alergias. ¿Saben por qué? Porque ya no quedan casi abejas silvestres, las encargadas de realizar junto con los moscardone­s o las también cada vez más ausentes mariposas la polinizaci­ón. Del trabajo de lo que para Trump son “esos bichos molestos” depende el 70 % de los alimentos de consumo humano. Sin ellos, caminamos a la extinción. Así de claro.

Por si acaso, he comprado un árbol. Lo plantaré con mis hijos este fin de semana. Para cubrir su cuota, señor Trump

Resulta que a nuestro querido supervilla­no, criado entre torres y cristales le importa un carajo la naturaleza.

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