SOBRE LA INCERTIDUMBRE
Dividir el día en 24 horas, el círculo en 360 grados, aspirar al control social a través de normas, como el Código de Hammurabi. Desde Babilonia, no; desde muchísimo antes, el hombre ya luchaba contra un monstruo que nos agobia como individuos y grupo: la incertidumbre.
“La incertidumbre, frente a las vehementes esperanzas y temores, es dolorosa, pero hay que soportarla si deseamos vivir sin tener que apoyarnos en consoladores cuentos de hadas”: Ber
trand Russell observaba en la religión una búsqueda de la certeza, de un entorno seguro. (“Hasta que la muerte los separe” deja de ser una máxima de comodidad cuando se descubre que la fecha de La Parca es, ante todo, incierta). Pero exige la fe. Y no a todos se nos da.
Descubrimos cosas y conceptos, los inventamos, los adaptamos y nos adaptamos a ellos, para reducir la incertidumbre. Trabajar en la búsqueda de lo predecible –por ejemplo, universalizar las señales tránsito–, intentar eliminar el factor sorpresa, son propósitos esenciales del ser humano…
No obstante, la tentación del “hagámosle a ver qué pasa” también hace parte de nuestra naturaleza.
La incertidumbre es una página en blanco. Puede venir en forma de autoridad mundial ( Donald Trump abandona el Tratado de París) o de improvisación criolla (los Acuerdos de Paz, listos para recibir la patadita de la buena suerte). O cerremos el plano: un superávit de 298 mil 847 millones de pesos en Medellín, que prioriza en infraestructura y seguridad, sin destinar un peso a la cultura. Y lo mejor: con la aprobación de las mayorías del Concejo, porque “Ajá”.
A los amantes ortodoxos del fútbol los excita la adrenalina del azar, desprecian el uso de la tecnología. El foto-finish en la cancha equivaldría a eliminar la incertidumbre, o confinar nuestros peores instintos en la profundidad del inconsciente: ¿qué haríamos si los hampones como Sergio
Ramos (o el subsecretario del Senado, Saúl Cruz, para seguir con la comparación de moda) siempre pagaran sus culpas?
¿Nos gustaría el mundo si fuera así de justo?
La gran paradoja es que el exceso de certezas conduzca a la incertidumbre: no más Santos pero tampoco otro Uribe. Más pastranas, ni de vainas. Otro Samper: trágame tierra.
Todos los lunes son de incertidumbre. En medio de una pataleta, el presidente gringo podría jugar con el gatillo que legó Robert Oppenheimer. “El padre de la bomba atómica” llamó Trinity a las primeras pruebas nucleares, inspirado en los sonetos de John Donne. Ni quién es Oppenheimer y mucho menos Donne, a Trump solo le interesa dónde está el botón.
Existe un retroceso peor que la mentira emocional que llamamos “posverdad”: estar en manos de quienes creen que la verdad es una sola. Y que les pertenece. Crean estados colectivos de falsa certidumbre, guiados por los impulsos de su intuición, subjetiva, egoísta, ordinaria. (La intuición es un paso inicial, lo suele ser para el científico. Quedarse en ella es un desvío de la Razón).
Caperucita Roja, el Lobo, las mayorías, prefieren el camino más corto: el retorno al consuelo de los cuentos de hadas
El hombre ha luchado desde siempre contra un monstruo que nos agobia: la incertidumbre.