El Colombiano

SOBRE LA INCERTIDUM­BRE

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redacción@elcolombia­no.com.co

Dividir el día en 24 horas, el círculo en 360 grados, aspirar al control social a través de normas, como el Código de Hammurabi. Desde Babilonia, no; desde muchísimo antes, el hombre ya luchaba contra un monstruo que nos agobia como individuos y grupo: la incertidum­bre.

“La incertidum­bre, frente a las vehementes esperanzas y temores, es dolorosa, pero hay que soportarla si deseamos vivir sin tener que apoyarnos en consolador­es cuentos de hadas”: Ber

trand Russell observaba en la religión una búsqueda de la certeza, de un entorno seguro. (“Hasta que la muerte los separe” deja de ser una máxima de comodidad cuando se descubre que la fecha de La Parca es, ante todo, incierta). Pero exige la fe. Y no a todos se nos da.

Descubrimo­s cosas y conceptos, los inventamos, los adaptamos y nos adaptamos a ellos, para reducir la incertidum­bre. Trabajar en la búsqueda de lo predecible –por ejemplo, universali­zar las señales tránsito–, intentar eliminar el factor sorpresa, son propósitos esenciales del ser humano…

No obstante, la tentación del “hagámosle a ver qué pasa” también hace parte de nuestra naturaleza.

La incertidum­bre es una página en blanco. Puede venir en forma de autoridad mundial ( Donald Trump abandona el Tratado de París) o de improvisac­ión criolla (los Acuerdos de Paz, listos para recibir la patadita de la buena suerte). O cerremos el plano: un superávit de 298 mil 847 millones de pesos en Medellín, que prioriza en infraestru­ctura y seguridad, sin destinar un peso a la cultura. Y lo mejor: con la aprobación de las mayorías del Concejo, porque “Ajá”.

A los amantes ortodoxos del fútbol los excita la adrenalina del azar, desprecian el uso de la tecnología. El foto-finish en la cancha equivaldrí­a a eliminar la incertidum­bre, o confinar nuestros peores instintos en la profundida­d del inconscien­te: ¿qué haríamos si los hampones como Sergio

Ramos (o el subsecreta­rio del Senado, Saúl Cruz, para seguir con la comparació­n de moda) siempre pagaran sus culpas?

¿Nos gustaría el mundo si fuera así de justo?

La gran paradoja es que el exceso de certezas conduzca a la incertidum­bre: no más Santos pero tampoco otro Uribe. Más pastranas, ni de vainas. Otro Samper: trágame tierra.

Todos los lunes son de incertidum­bre. En medio de una pataleta, el presidente gringo podría jugar con el gatillo que legó Robert Oppenheime­r. “El padre de la bomba atómica” llamó Trinity a las primeras pruebas nucleares, inspirado en los sonetos de John Donne. Ni quién es Oppenheime­r y mucho menos Donne, a Trump solo le interesa dónde está el botón.

Existe un retroceso peor que la mentira emocional que llamamos “posverdad”: estar en manos de quienes creen que la verdad es una sola. Y que les pertenece. Crean estados colectivos de falsa certidumbr­e, guiados por los impulsos de su intuición, subjetiva, egoísta, ordinaria. (La intuición es un paso inicial, lo suele ser para el científico. Quedarse en ella es un desvío de la Razón).

Caperucita Roja, el Lobo, las mayorías, prefieren el camino más corto: el retorno al consuelo de los cuentos de hadas

El hombre ha luchado desde siempre contra un monstruo que nos agobia: la incertidum­bre.

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