“La esperada comparecencia del exdirector del FBI podría abrir paso a un impeachment (proceso de destitución) al presidente de EE. UU. Será largo el camino para probar con certeza si recibió presiones”.
La esperada comparecencia del exdirector del FBI podría abrir paso a un impeachment (proceso de destitución) al presidente de EE. UU. Será largo el camino para probar con certeza si recibió presiones.
Este es un jueves 8 de junio que puede pasar a la historia: el exdirector del FBI, James Comey, se presenta ante la Comisión de Inteligencia del Senado de Estados Unidos para corroborar si recibió presiones del presidente Donald Trump con el fin de frenar la investigación sobre los nexos con funcionarios rusos de alto nivel del general Michael Flynn, quien apenas ofició 24 días como consejero de Seguridad de la Casa Blanca.
Hace mucho tiempo que sobre el gobierno estadounidense no pendía un escándalo que cada vez se ha vuelto más afilado, más hiriente. Ayer, en una primera jornada, el director Nacional de Inteligencia, Dan Coats, y el de la Agencia Nacional de Seguridad, Michael Rogers, negaron ser sujetos de presiones por parte del jefe del gobierno.
La situación actual provoca un notorio desgaste a Washington, pero muy en particular a la figura de Trump. Varios congresistas comparan la crisis presente con episodios como el Watergate, que terminó con la renuncia de Richard Nixon, en 1974. “Esta película ya la habíamos visto”, dijo el senador republicano John McCain 20 días atrás.
Es que tras la comparecencia de Comey hoy se levanta una estela de versiones sobre los vínculos de Michael Flynn con influyentes figuras y empresas rusas de las cuales recibió pagos superiores a USD 50.000 por oficiar como conferenciante en 2015, emolumentos que no figuraron en su declaración al fisco.
La “trama rusa”, como han llamado en el escenario mediático de EE. UU. la supuesta “coordinación” entre los ase- sores de Trump y los servicios secretos rusos, para afectar la campaña de Hillary Clinton, saca ampollas no solo por el hecho mismo de la posible conspiración sino por una alianza inédita entre personalidades de dos potencias históricamente antagónicas.
Por eso el creciente reproche de la opinión pública a un acto censurable en lo ético, pero sobre todo en la perspec- tiva de sus graves implicaciones para la seguridad nacional. ¿Confiarían los ciudadanos en un gobierno que diluye sus principios en empresas de espionaje contra la democracia y las instituciones propias?
La audiencia de esta mañana puede lanzar un nubarrón sobre la Casa Blanca, sobre la futura solvencia política y moral del gobierno y sobre la solidez y credibilidad de la figura de un Donald Trump que desde el día mismo de su posesión levantó una ola de protestas y que con sus sentencias provocadoras tiene una popularidad bastante horadada.
La gran incógnita está en la contundencia y profundidad del testimonio de James Comey ante la Comisión de Inteligencia del Senado. En todo caso no será una bagatela retórica. El exjefe del FBI tiene ganada reputación de ajedrecista metódico, y se advierte que remitió un texto de siete folios de la mano del cual hoy detallará las conversaciones con el presidente Trump.
El documento, que algunos medios ya presentan como filtrado, contiene los pormenores de los tres encuentros personales y las seis llamadas telefónicas que sostuvieron ambos. Ayer, una frase de Trump a Comey le dio la vuelta al planeta: “Necesito lealtad, espero lealtad”. Está por verse si el fogueado exdirector del FBI la ratifica y la catapulta este jueves, sumada a otros comentarios del presidente que podrían abrir paso a que el Congreso considere la apertura de un proceso de destitución, impeachment. El senador Chuck Schummer ya advirtió la trascendencia y gravedad del momento: “la historia nos observa”