SIN PREJUICIOS LITERARIOS
Esta semana leí un artículo muy interesante en el suplemento cultural de El País de España, Babelia, sobre los niños y los libros que están leyendo en las escuelas, sobre cómo los padres, maestros y editores están metiendo la mano más de la cuenta, teniendo como parámetros lo que para ellos es bueno o malo, según sus prejuicios.
En un libro bellísimo que escribió el francés Paul Hazard, “Los libros, los niños y los hombres”, que habla justamente de este mismo asunto: el deseo histórico de los adultos de pretender en vano imponer sus gustos a los “inofensivos” niños, a las pobres criaturas que están expuestas en este mundo tan cruel, hay un ensayo que me parece elocuente y que una vez más deja en alto la rebeldía afortunada de los in- fantes. Si hay algo claro es que ellos siempre se defenderán de los grandes: “Tranquilicémonos, los niños no se dejan oprimir sin resistencia; queremos dominar, pero ellos quieren ser libres: es un bello combate. En vano les damos el libro que merece nuestros plácemos por una serie de cualidades admirables; así como, muy pequeñines, dejan caer el reloj cuyo tictac ya no les interesa, con el mismo ademán disgustado dejan caer el libro que había de hacerlos más sabios que Pico de la Mirándola y más justos que Salomón”.
A veces, me da la impresión de que quiere imponerse cierta asepsia literaria, como si untarse de cierta mierdita mientras se explora fuera gravísimo. Y entonces los adultos, tan preocupados siempre por hacerles todo más fácil a los niños, ter- minan por embarrarla con curadurías extremas que tocan, sin pudor, la censura. Por eso me gustó lo que dijo la autora de “Manolito gafotas”, Elvira Lindo, en el artículo de Babel: “No consideran (las editoriales) que la infantil y juvenil sean literatura, no se tiene respeto al género. Siempre hay algo de condescendencia, es como si los autores de juvenil tuvieran que escribir siguiendo las necesidades educativas que requiere cada edad. Es una pena, porque nosotros leímos lo que nos dio la gana, libros excelentes, malos o regulares, pero uno de nuestros primeros actos de soberanía fue decidir el libro que íbamos a leer. Esta intromisión continua en la vida íntima del niño me parece que no le ayuda a hacerse un adulto”.
Yo creo que si algo recordamos quienes ya superamos los prejuicios literarios, es el descubrimiento de ese primer libro emancipador, el libro descubierto por nuestra propia curiosidad, sin mediaciones, al menos sin preámbulo, sin una romería de palabras. La literatura también está cargada de presente, y el presente, cuando lo alejamos de puritanismos ridículos, nos muestra siempre nuevas formas de leer
A veces, me da la impresión de que quiere imponerse cierta asepsia literaria.