Una candidatura indígena es imposible
La elección del año que viene, tal como se puede anticipar, será competida, y normalmente con tres candidatos con posibilidades (PRI, PAN, Morena), y un cuarto partido que podría inclinar la balanza (PRD). Ninguno de los candidatos, ninguno de los partidos, tiene hoy mucha popularidad. Y todos generan un fuerte rechazo en el electorado. Se puede esperar que se sitúen alrededor del 30% como mucho. En ese escenario, la intervención de una candidata indígena no parece que vaya a ser muy significativa: puede restar algunos votos al PRD o a Morena, pero nada más. Se trata de una candidatura explícitamente testimonial: no va a cumplir con ninguno de los requisitos para el registro en el Instituto Electoral, y por lo tanto no será una candidatura formal, no tendrá espacios en radio y televisión, no participará en los debates, y no estará en la papeleta. La discusión de la agenda indígena, por otra parte, más allá de la agenda común del campo, la pobreza, la necesidad de créditos, obras de infraestructura y demás, para la opinión mexicana, en general, se cerró con la reforma constitucional. Y no parece que haya temas nuevos, que hagan significativa esa otra voz. Ahora bien, la situación de los tzeltales de los Altos de Chiapas, los rarámuris de la sierra de Chihuahua, los amuzgos de Guerrero o los mixes de Oaxaca son muy diferentes, sus formas de acción política son también tradicionalmente diferentes, y sus necesidades, otro tanto. Por otra parte, sus iniciativas en la política nacional han tenido en general poca repercusión. El llamado a la abstención, por ejemplo, tuvo eco sólo en algunas regiones de Chiapas, y no tuvo más consecuencia que ampliar un poco el margen de victoria del PRI en el estado.