UNA CÁRCEL SIN BARROTES
“Hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres…”, dijo don Porfirio Barba Jacob en su Canción de la vida profun- da hace poco más de un siglo. Y siento que podría repetirla con el mismo sentimiento esta mañana.
Yo, que no soy precisamente la mata del optimismo, hoy siento que tengo razones para este sabor amargo. Lamento si parezco un pozo de desaliento pero ni modo… Hoy no hay lugar en mí para las ilusiones, que en nuestro país son tan efímeras como el algodón de azúcar en la boca.
Siento que vivimos en una cárcel sin barrotes llamada Colombia. Presos de la zozobra a la que nos incitan fuerzas oscuras, reales o inventadas, nunca se sabe, que amenazan -y cumplen- con paros violentos y sangrientos. Zozobra porque so sobran, como diría un tartamudo, los problemas: Hay crisis en la salud. La economía entró en paro y en pánico. La justicia ni siquiera cojea. La mala educación es un hecho aceptado y el campo ha sido abandonado a su suerte.
Presos de los líderes políticos que nos manipulan con sus mentiras y con sus verdades a medias. De solo pensar en el tarjetón de 2018 para elegir al presidente me da un retorcijón en todo el cuerpo.
Presos del miedo de no saber qué vendrá después del no, que se volvió un sí, y que en todo caso dudo que se llame “paz”. No me dan tanto miedo los cabecillas guerrilleros que podrán ser candidatos, porque todavía confío en el criterio de los electores (aunque eligiendo nos hemos pegado más de un resbalón y tres caídas) sino en lo que va a pasar con los disidentes de esas filas. Qué pena con los optimistas inflexibles pero algo huele muy mal en todo eso.
Presos de la inseguridad. Qué miedo salir a la calle y que nos suene el celular, que nos lo pueden quitar junto con la vida. La bicicleta también se la llevan y el consuelo se volvió un lugar común que aborrezco: “bueno, pero siquiera que no le hicieron nada”. De dos males, el menos peor.
Presos de las injusticias sociales y la indisciplina ciudadana, que no resisten más el peso de una crisis que no acaba.
Y entre tanto, nos metemos solos a una de las peores celdas: la del sobreendeudamiento que nos ofrecen los bancos, para después quitarnos hasta la última pluma.
Vivimos con miedo del próximo escándalo de corrupción donde cambien de dueño los ahorros de la gente honrada o de los impuestos que pagamos, no sé si por decencia o porque lo único que no nos han podido quitar es una gota de buena fe que todavía conservamos.
Presos de una prensa rendida a los pies del mejor postor y de unos pacifistas muy violentos que enardecen multitudes y que acaban siendo como aquellos que critican.
Somos ricos en recursos naturales y en capacidad de trabajo. Cuánto progresaría Colombia de no sufrir esta ausencia de gobernabilidad, esta inoperancia y esta ineficiencia de los entes gubernamentales ante la vista gorda y complicidad de los privados. Con unas cuantas y honrosas excepciones, de lado y lado.
Colombia es como una cárcel sin barrotes. Mis abuelos y mis papás se quejaban de lo mismo en su momento, lo que me hace pensar que, al menos por ahora, no se ve muy cerca la tan anhelada boleta de libertad
Qué pena con los optimistas inflexibles, pero algo huele muy mal en todo eso.