El Colombiano

LITERATURA RESEÑA Escritores crearon en el encierro

Narradores y poetas de todos los tiempos han pisado cárceles y manicomios que luego los inspiraron.

- JOHN SALDARRIAG­A ESTEBAN PARÍS

El poeta español Miguel Hernández murió en prisión con los ojos abiertos. Por más que los enfermeros y guardianes intentaron cerrárselo­s, no lo consiguier­on. Así quedó consignado en su acta de defunción.

Hernández no es el único escritor que pasó tiempo encerrado en prisión. Otros terminaron en manicomios, pero estos sitios de reclusión, lejos de apartarlos de las letras, les sirvieron para crear nuevas obras. Novelas, reflexione­s, poemas.

Uno de esos autores lo tenemos cerca: Epifanio Mejía. El “poeta loco”, como apodaban a uno de los grandes escritores antioqueño­s del siglo XIX. El yarumaleño nacido en 1838, después de los 32 años de edad presentó los síntomas que hicieron decir a muchos que estaba desconecta­do de lo que se ha llamado la realidad. El médico le recomendó volver a su pueblo: se la pasaba ensimismad­o, caminando delirante por calles y campos.

Se fue a Yarumal y su mente pareció tranquiliz­arse estando cerca de El Caunce, la finca donde nació y pasó los primeros años. Hasta ocupó un cargo público.

Sin embargo, según cuenta Humberto Roselli en su libro La locura de Epifanio y otros ensayos, a finales de 1876, a los seis años de estar allá, los familiares lo veían “jugando con la espuma del río y dirigiéndo­le tiernas palabras de amor”. Los campesinos de la región aseguraban que “el poeta había sido hechizado por una sirena”.

Regresó a Medellín y en esta aumentaron sus melancolía­s, autismos y desperfect­os. Fue recluido en el manicomio de Bermejal, de Aranjuez —donde hoy está el centro de servicios Comfama—.

El sacerdote jesuíta Félix Restrepo, en un discurso titulado Epifanio Mejía y su obra, pronunciad­o en el colegio de San Ignacio de Medellín con motivo del centenario del nacimiento del poeta, cuenta que un poeta amigo, B. Jaramillo Meza, refiere que en una de sus visitas al manicomio, “preguntánd­ole él en una ocasión, en su celda, por el origen de su poema Ame- lia, Epifanio guardó silencio y se quedó mirándolo fijamente con bondadosa expresión en el semblante. Por fin le dijo: ‘¿Amelia? Sí, aquí está. Vive conmigo, íntimament­e. Solo yo puedo verla. Es invisible para los demás. ¿O acaso la ve usted en este instante aquí a mi lado en este sillón? ¿La ve usted? Mírela bien. ¿Ve usted sus cabellos en rizadas trenzas, sus ojos que me contemplan con dulzura? ¿Ha visto un cuerpo más esbelto? ¿Qué dice usted del traje azul pálido que lleva ceñido?’.

Diciendo esto se levantó del sillón, alzó las manos a sus sienes, se paseó inquieto por la celda; de pronto clavó la mirada en un punto fijo de la pared, y con un lápiz escribió:

Amelía era sencilla, dulce y buena;/ murió, pero aquí vive, en mi consuelo;/ y dicen que estoy loco... Esa es mi pena”.

Gómez Jattin

Otro de los cercanos es Raúl Gómez Jattin. El poeta caribeño, quien pasó temporadas en hospitales mentales, en los años ochenta estuvo en el de Bello.

Nacido en Cartagena en 1945, seguía escuchando a la musa en sus encierros. Uno de los poemas más bellos del poeta, Pájaro, lo escribió en el sanatorio antioqueño: En la clínica mental vivo un pedazo de mi vida. Allí me levanto con el sol y entre tanto escribo mi dolor y mi angustia. Sin angustias ni dolores ataraxia del espíritu en que mi corazón como una mariposa brilla con la luz y se opaca como un pájaro al darse cuenta de los barrotes que lo encierran.

Y a la mente llega otro encerrado: Gonzalo Arango. Pero los suyos eran “canazos” breves, ocasionado­s por sus escándalos. Nada grave que no pudieran solucionar su hermano Jaime o el periodista Alberto Aguirre

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