EL HOMBRE QUE COLECCIONABA CAFÉS (Y 2)
Decíamos ayer que Fernando
Jaramillo, coleccionista de cafés, visitó un día el Felixerre. Pidió la cuenta. Le pareció tan excesiva que decidió comprarlo. De parroquiano insatisfecho pasó a encopetado dueño. No nació para ser subalterno. Luego compraría el Mahoma, el Polo, el Luis XV, el Gato Negro.
Faltaba la cereza en la copa: El Automático, que en su encarnación anterior fue el restaurante La Fortaleza. Lo fundó el piloto Benjamín Mén
dez Rey. El “Gordo” Martínez se ocupaba de la sazón .
Un matrimonio belga lo compró. La europea, de piernas pluscuamperfectas, “llena de místico perfume, como Anabel, como Ulalume”, dicho sea con León de
Greiff, su cliente insignia, convocaba más gente que la sazón de Martínez.
En el cambalache de dueños, el negocio reencarnó en el rebautizado prosaicamente El Automático, porque la nueva administración europea pensaba convertirlo en una especie de autoservicio. Fracasaron.
Al Fortaleza iba el panida León a practicar el arte de la conversación con su corte. Y como cuando Dios no viene manda el azar, el matrimonio belga decidió que si León no se quitaba la boina, no entraba. De Greiff sin su boina era tan insólito como cualquiera de sus sonetos sin los tercetos que mandan los cánones.
Le habló del veto a su paisano Jaramillo Botero y este, solidario, decidió que para que el de la “taheña barba” pudiera entrar completo al establecimiento, lo compró casi en quiebra, con todo y su famoso mezanine habilitado después como salón de ajedrez y galería de arte.
Pero todo tiene su final, dice el lugar común. Y Jaramillo decidió vender el negocio y se fue a Girardot donde enrocó largó y murió. Por una mezcla de paisanaje y pragmatismo le vendió a otro antioqueño de Jericó,
Enrique Sánchez, diminuto, imaginativo, mamagallista.
Propició el trasteo del Automático a un local cercano al parque Santander, donde funciona actualmente la cafetería Glück. Ningún cachivache le recuerda al caminante la célebre cofradía de los automáticos.
Sánchez había hecho su primaria en cafés del centro mientras despachaba como empleado de la Droguería Granada. El jericoano recetaba y les encimaba poemas a los achacosos. Con esa fórmula, infalible como los papas, alivió a Jorge Luis Borges.
Compró el negocio con todo y clientes. Del más famoso, el maestro León, decía que desayunaba con dos huevos: el que se comía y el que se untaba en la ropa. El asesinato de Sánchez en su apartamento de la Avenida 19, en pleno centro bogotano, selló la suerte del Automático en su edad dorada.
Sobrevive con el mismo nombre un lánguido café en la calle 18 Nº 7-41 que también visité para estas líneas. Su dueño, Hernando Betancur, comentó que aparte de la reproducción de una foto de De Greiff con el fondo de una caricatura que le hizo Merino, no quedan huellas del viejo café-leyenda. (www.oscardominguezgiraldo.com)