El Colombiano

VIVIENDO EN JUNGLA

- Por JORGE RAMOS redaccion@elcolombia­no.com.co

Casi todos vivimos en la jungla. Entre atrapados y encarcelad­os a voluntad; algo así como un pájaro en una jaula abierta pero que no se atreve a escapar. La jungla es Twitter, Facebook y ese conglomera­do de cables e ideas que llamamos internet.

Primero una confesión: yo estoy metido en la jungla desde enero del 2010 cuando lancé mi primer tuit. Desde entonces, he enviado más de 18 mil. Me da un poco de pena hacer las cuentas porque las restas son muy dolorosas. He perdido meses de mi vida leyendo cosas que no valen la pena, y me he desvelado mil veces con un aburrido dedo bailarín sobre la pantalla de mi celular. Además, claro, de escribir un par de burradas.

Todo, solo. Las redes sociales son la mejor manera de acercarse a los que están lejos a costa de alejarse de los que están cerca.

A Facebook entré más tarde, solo para cuestiones del trabajo. Unos minutos en Facebook Live pueden llegar a millones de personas, y son mucho más baratos que un satélite de televisión.

Sin embargo, no le he abierto a Facebook la puerta de mi casa. Entiendo y respeto a los que quieren compartir su vida privada, aunque no sé qué tan privada es una vida cuando se comparte con los amigos de los amigos de mis amigos.

Facebook, Twitter, Instagram y otras redes sociales son armas poderosísi­mas para comunicar un mensaje. Casi todos los días mis compañeros en Univision y yo nos hacemos la pregunta de “los tres millones de ojos”. ¿Esperamos al noticiero de televisión de la noche para dar a conocer una noticia, o la sacamos inmediatam­ente a través del internet? El nuevo poder es digital. Y

Donald Trump lo sabe usar. “Los medios de las noticias falsas odian cuando uso lo que ha resultado ser mi muy poderosa red social, ¡más de 100 millones de personas! Puedo sacarles la vuelta”, tuiteó Trump recienteme­nte. ¿Puso Twitter a Donald

Trump en la Casa Blanca? Muy posiblemen­te. “El rol de Twitter [en la elección] es algo muy malo”, comentó el mismísimo fundador de Twitter,

Evan Williams al New York Times. “Si es cierto que él (Trump) no hubiera sido presidente sin Twitter entonces, sí, de verdad, lo siento”.

Creo que es un poco tarde para disculpas. Twitter y los otros pajaritos del internet son muy buenos para comunicar nuevos mensajes y para abrir mercados, pero son muy malos cuando se trata de destruir personas. Es como Angry Birds tamaño King Kong.

El 40 por ciento de los usuarios del internet dicen haber sido víctimas de algún tipo de hostigamie­nto, según un estudio del Pew Research Center. Y ese porcentaje sube peligrosam­ente al 65 por ciento entre los internauta­s más jóvenes (de 18 a 24 años). Que levante la mano a quién no le han dado un zape en las redes sociales.

Cada vez que escribo algo criticando a Trump o a Enrique

Peña Nieto, o algo que defienda a los inmigrante­s me llega una avalancha de odio que tupe las tuberías. No tengo ningún problema con los que piensan distinto a mí. La comunicaci­ón es de ida y vuelta, y por eso suelo aceptar entrevista­s en Fox News para debatir temas complicado­s. Pero una parte de los comentario­s en internet suelen estar cargados de insultos, descalific­aciones, frases racistas y amenazas.

Quizá lo grave es que ya nos hemos acostumbra­do a que el internet es una selva, con sus monstruos, y que ahí cualquier cosa puede ocurrir. Además de ser una lona de lucha libre planetaria es un repositori­o de las mentiras más sofisticad­as.

Es el reino de las “Fake News”, o noticias falsas. No, el Papa jamás apoyó la candidatur­a de Trump. “Nunca digo ni una palabra sobre las campañas electorale­s”, tuvo que aclarar días antes de las votaciones en Estados Unidos.

Y, sí, fue una gran mentira que Barack Obama hubiera nacido en África y no en Hawái, aun cuando Trump y sus simpatizan­tes propagaron la mentira durante años.

El internet es la jungla. Es ahí donde casi todos, de alguna manera, sobrevivim­os. Nadie nos obliga. Es quizás uno de esos actos de autosabota­je, medio inconscien­te, en parte masoquismo. Pero por mil razones no nos atrevemos a dejarla.

Me encanta hablar de esto con mi mamá, que hace rato pasó de los ochenta y que vive alegre e intensamen­te sin internet. “Ay m’ijito”, me dice, “yo de esas cosas ni entiendo”. Yo tampoco, mamá. Yo tampoco

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