ARMAS MÁS PELIGROSAS QUE UN FUSIL

Hay armas más peligrosas que un fusil, difundir odio a través de la palabra, por ejemplo. Hay explosivos más dañinos que una granada, como los términos muerte, escupir, imbécil, asesinato, maldito... Y estas últimas no se borran. Las palabras nunca mueren.

Algún día escuché a un profesor en clase decir: “no podés tocarla, pero la palabra te toca. La palabra construye realidades”. Eso ganó un lugar inmediato en mi libreta de apuntes. Al leerla durante estos días y con los últimos sucesos que tratan de incendiar nuestra cotidianidad, pienso: ¿cuál es el tipo de realidad que queremos construir? ¿Tendrá Colombia clara la realidad que quiere construir?

Al parecer no, o tal vez sí, pero no la más adecuada. Hay un patrón de negación hacia la finalidad de la guerra, no se quiere aceptar su terminación a pesar de que veamos videos con miles de balas siendo incineradas. Se quiere prolongar a toda costa la lucha, pero esta vez por medio de la palabra, como escribía Fernando Araújo: “como si las únicas guerras que hubiera fueran las de las balas, las metrallas, los tanques y la sangre expuesta”.

Profesionales en distintas áreas -del derecho, del periodismo, de la política-, personas con micrófonos, cámaras y medios a la mano invitan al asesinato, a la agresión física, con argumentos que pa- recen no ir más allá del insulto. Incendian el país con sus discursos llenos de odio porque eso es lo único que saben difundir, porque eso es lo que vende, lo que mueve a la masa, lo que a los medios les conviene mostrar. “El heroísmo en la paz es más escaso, porque es me- nos glorioso que el de la guerra” decía José Martí.

Vivimos en un mundo incendiado por otros que ni siquiera padecen las llamas y se pavonean felices viéndolas crecer.

No se trata de dejar de llamar las cosas por su nombre, ni de ocultar nuestra opinión, se trata de reconocer que el otro también es un ser humano, con todos los defectos o virtudes que pueda tener