Las Farc cambian armas por lápices y escriben su futuro
No saben quiénes serán en adelante, lo que sí tienen claro es que no volverán a la guerra.
Sentados alrededor de las mesas donde intentan solucionar el proyecto que les resolverá la vida económica en los próximos años, veo a los miembros de las Farc como a colegiales de cualquier pueblo antioqueño.
Con cuadernos cocidos, lápices con la punta chata por el uso y reglas, dibujan los cuadros que luego rellenan con cronogramas y presupuestos. Su letra es como de niños de primaria, borran cada dos palabras y continúan adelante.
Los proyectos que quieren desarrollar a través de las cooperativas Ecomún son ambiciosos: ganadería, procesamiento de fruta y una empresa ecoturística, son algunas de las ideas que flotan en el aula, pero no tienen idea de cómo concretarlas, pues en este caso no solo se trató de dejar las armas, ellos salieron de la selva para construir su proyecto de vida en la legalidad, una situación prácticamente desconocida.
—¿Cuánto van a gastar en alimentación?, ¿cuánto en materiales?, recuerden que cada cosita debe ir desglosada para que al final las cuentas queden claras— les insiste Leandro Palacio, técnico agropecuario de la Asociación de Campesinos de Ituango, quien quiso vincularse en la formación de excombatientes porque el proceso con el Gobierno avanza lento.
Así que él, con el respaldo económico de la Asociación y con el permiso de los comandantes del Frente 18, empezó a dictar un curso de formulación de proyectos con base teórica y práctica.
Los alumnos hacen un cronograma con cuadrículas correspondientes a semanas, meses y con una mirada empírica hacia los objetivos que quieren alcanzar. En un computador tienen un archivo de excel con colores y se ayudan en los celulares, que no tienen señal en la zona, pero les sirven para hacer cálculos de lo que invertirán en la ejecución del proyecto.
Los veo copiarse de un cuaderno a otro los cuadros con esmero para que queden derechos, a diferencia de un colegial cualquiera no lo hacen por la nota, sino porque ese proyecto marcará el rumbo de sus vidas. Para algunos no alcanzan las mesas, y entonces utilizan las piernas como apoyo.
—¿Los fertilizantes los van a comprar en Medellín o en Ituango?— pregunta el profesor.
En medio de risas picarescas una de las estudiantes contesta: —en Ituango, profe.
—Comprar aquí es mucho más caro— los jóvenes lo miran asombrados— hay que comprar en Medellín, incluso, si se puede, directamente en la fábrica.
—Pero ir hasta Medellín es muy caro, nos gastamos mucho en pasajes— cuestiona otro.
—No. Es que usted va hasta la fábrica una sola vez, se presenta, expone su negocio y compra, después no es sino llamar y le traen las cosas hasta la finca. Recuerden lo que les he dicho— el profesor alza un poco la voz para que llegue hasta los otros grupos— si un bulto de abono cuesta 40.000 pesos en la fábrica, hasta que llega a las manos de uno va ganando precio, se lo venden por 80.000.
Unos estudiantes especiales
Hasta hace muy poco los jóvenes que hoy toman clases con el profesor Leandro eran guerrilleros, cargaban un fusil y causaban temor.
De esa lucha aprendieron disciplina, característica clave de las milicias, de los combatientes, menciona el docente, quien valora el orden a la hora de aprender.
También piensan en los demás. “Lo que todos me dicen es que quieren hacer un proyecto para salir adelante pero con el que le puedan ayudar a la gente. No sé si esa era su mentalidad o si sienten que deben resarcir algo de lo que pasó en la guerra”, me cuenta el profesor.
En su mayoría, los miembros de las Farc tienen origen campesino, según el censo realizado por la Universidad Nacional, el 66 % son de zonas rurales, de ahí que el 60 % de los excombatientes quieran dedicarse a actividades agropecuarias en granjas integrales.
“Uno del campo sabe mucho, coge un machete y se va a rozar, hace su trabajo, pero no tiene claro qué da la tierra o cómo puede producir más”, aclara Jhon Fredy Zabala, excombatiente.
En ese sentido habla su compañero “Brayan Areiza”: “Nosotros hacíamos marraneras, cosechas grandes, pero las improvisábamos, se sacaba la gente que iba al trabajo y se sembraba, no teníamos el conocimiento de hacer un estudio de la tierra, y así mismo con las pisciculturas, hacíamos la piscina y le echábamos los pescaditos”.
Y esto es claro por el nivel educativo de los exguerrilleros, según el censo el 57 % dejó sus estudios en básica primaria, y luego, en las Farc, solo recibieron capacitación política y militar, como dice “Brayan”.
Es un problema al que el Gobierno le está poniendo el pecho. El Sena estuvo en las zonas veredales y dictó cursos de tecnologías de la información y las comunicaciones y producción o transformación de alimentos con duración entre 40 y 60 horas. En la zona veredal de Santa Lucía 30 excombatientes recibieron un curso de gastronomía. Solo en Antio-
quia hubo 540 cupos, pero no es suficiente y eso lo sabe Juan Felipe Rendón, director de esa entidad en Antioquia.
Ahora que la Universidad Nacional entregó el censo, que es el diagnóstico más detallado que se ha hecho de la insurgencia, la Comisión Nacional de Reincorporación determinará cuáles son los programas de formación que deben continuar.
¿Y el futuro?
Cuando les pregunto por el futuro los jóvenes que madrugaron al curso se ponen nerviosos, algunos preguntan si me refiero al proyecto en el que quedaron para las cooperativas Ecomún o a otra cosa, cuando insisto en la pregunta: —¿A qué le quiere dedicar la vida?— muchos no saben responder.
—A los proyectos Ecomún nosotros le vamos a dedicar el tiempo que nos toque— responde “Paola Gómez” después de pensarlo mucho.
Brayan, en cambio, dice: —El proyecto al quiero dedicarle mi vida es estudiar derecho o administración de empresas, pero en estos momentos estoy metido en un proyecto, en el que voy a tratar de destacarme, que es la sastrería, me gustaría aprender a hacer ropa y zapatos.
Del futuro más lejano nadie dice nada, esperan poder ver cómo se ponen las cosas y qué les depara el destino.
Los estudiantes siguen en su tarea, cada paso lo van registrando en el cuaderno, algunos suman cifras que nunca habían escrito y uno de ellos, proyectando su negocio afirma, medio en chiste, medio en serio, “ya nos hemos gastado 20 millones y no tenemos ni un peso, y sin comprar la planta procesadora”.