Un mundo contenido
¿Qué es más importante? ¿Qué una película sea memorable por la “forma” audiovisual que adopta o por la historia detrás? Esa es una de las discusiones más agotadoras y extensas en la historia del cine, con buenos modelos tanto de títulos en que ese “empaque” es indispensable para el efecto que consigue (la textura documental de de el falso plano continuo de de Hitchcock) como de otros en que esa presentación no es más que un juego pirotécnico para seducir incautos, como el porno en 3D de en Felizmente ha llegado a nuestras carteleras otro gran ejemplo de cómo la forma, cuando está pensada con habilidad y ejecutada a la perfección, puede lograr que las resonancias emocionales de un argumento sean más potentes.
del director egipcio no sólo es una gran historia y un fascinante ejercicio de estilo, es una poderosa manera de acercarnos a una sociedad tan compleja como la egipcia y tratar de entender sus acontecimientos políticos recientes. Diab desarrolla su relato en medio de unos días coyunturales: los que siguieron al derrocamiento de quien a su vez había llegado al poder en 2012 apoyado en la organización de los Hermanos Musulmanes, tras el fin de la dictadura de Una temporada convulsionada en que las protestas de uno y otro grupo (los que apoyaban a los militares y su levantamiento contra los que defendían la interpretación del Corán como ley) se extendían por las calles convirtiéndolas en un campo de batalla. La solución de Diab para incorporar muchas de las visiones del conflicto sin tomar partido es plantar su cámara, como un detenido más, dentro de un camión de policía al que en un principio entran un periodista y su camarógrafo, arrestados por grabar a los militares. Casi sentimos la voz del director susurrándonos: la de ellos es la visión que usted tiene, la que les dan los noticieros, ahora verán todo lo que hay detrás. Comenzarán a entrar a ese espacio estrecho y tosco, personajes de todo tipo y clase social, que parecieran representar categorías sociales (el viejo musulmán ortodoxo con una nieta cubierta con su chador; el joven occidentalizado, que apoya a los militares; el policía que está ahí sin querer porque el servicio militar es obligatorio) pero que son lo suficientemente complejos y humanos para que no sintamos que nos están adoctrinando. Ese conjunto tan heterogéneo, se unirá a veces y se fraccionará otras a lo largo del día, en una serie de microconflictos que nos recuerdan lo que a veces olvidamos en Colombia: el ecosistema de una sociedad es mucho más que dos bandos. El espacio convierte las distintas tramas en una telaraña social con vida propia, en la que se destacan actuaciones como la de quien hace de una madre valiente e incansable, como tantas.