El Colombiano

COMPAÑEROS DE UN TOBILLO ROTO

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

Hace mes y medio me caí por las escaleras y me fracturé el tobillo izquierdo. Una placa y tres tornillos más tarde regrese a casa. Tenía el pie inmoviliza­do, muletas y una nueva rutina de vida. Los primeros días me deprimí. De pronto las cosas más comunes y corrientes eran tareas difíciles de lograr. Bañarme, subir las escaleras, caminar con cosas en las manos. Eso sumado al dolor, la incomodida­d, el calor, la picazón, el miedo a caerme hacían de la experienci­a algo desesperan­te.

Una de las cosas que más me costó aceptar fue que ahora necesitaba ayuda para todo. El no poder valerme por mí misma tan repentinam­ente es algo que a pesar de que llevo casi dos meses en esto me cuesta aceptar. Los familiares de alguien accidentad­o se preocupan y hacen lo mejor que pueden, pero cuando uno está impedido levemente por una circunstan­cia como esta, aunque uno sepa que no es permanente, lo más difícil de aceptar es la pérdida de tu independen­cia. Es una pérdida de poder.

En aras a mantener algo de esa independen­cia intenté salir y hacer algunas cosas de mi vida normal. Después de todo el médico había dicho que sí, que no tendría por qué estar metida en casa sin salir. Los médicos edulcoran todo para que la realidad se vaya mostrando como es. Andar por la vida con un pie inmoviliza­do no es una vida normal. Ir brincando de paso en paso con las muletas por la calle no es caminar, menos en una ciudad en la que las calles están rotas, hay desniveles, los elevadores están lejísimos unos de otros y mientras el pie malo está colgando a salvo el resto del cuerpo tiene que compensar para poder moverse. Las salidas me dejaron agotada y desmoraliz­ada. Y entendí entonces que esto sería un período de semanas de reposo casi absoluto. Entonces me tocó aplicar

la Frida Kahlo, “Pies para qué los quiero si tengo alas para volar”. Empecé a desplazarm­e a través de libros. Fui a la Francia de Raydmond Radiguet en su novela El diablo en el cuerpo. Allí encontré a una mujer casada con un soldado que luchaba en la Primera Guerra. Mientras él estaba en el frente ella se debatía bajo el dilema de haberse enamorado de un adolescent­e. Una de la novelas más bellas y desgarrado­ras que he leído. Después fui a la Rusia Zarista con Simon Sea

bag Montefiore, quien ha hecho un estudio extenso de los archivos históricos de Rusia, abiertos recienteme­nte y que nos presenta la historia de una dinastía cuyo auge y caída cambiaron el mundo.

Me perdí casis tres semanas en su fascinante historia de invasiones, y luchas de poder. Espadas, guerras, traiciones, amantes, todo lo que tiene lo mejor de la ficción con la diferencia de que esto realmente sucedió. Pedro el Grande, las zarinas incluida Catali

na La Grande. Y los zares que no pudieron frenar la llegada de la revolución comunista que acabó con Rusia, y cambió el mundo. En ese viaje no solo aprendí historia, sino que entendí mejor el mundo en el que vivo, la política, lo que sucede en mi propio país asediado por un totalitari­smo comunista, pero sobre todo el drama humano. ( texto completo en elcolombia­no.com.co)

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