El Colombiano

MADURO DEBE SER CALIFICADO COMO LO QUE ES: UN DICTADOR

- Por ANDRÉS OPPENHEIME­R redaccion@elcolombia­no.com.co

A la luz de los trágicos acontecimi­entos en Venezuela, es hora de que los periodista­s empecemos a llamar las cosas por su nombre, y nos refiramos al gobernante venezolano Nicolás Maduro como lo que es: un dictador.

La mayoría de los medios periodísti­cos todavía se refieren a Maduro como “Presidente de Venezuela”, “Líder venezolano” o “Jefe de Estado de Venezuela”.

Eso está bien en una primera referencia, pero no en todo un artículo, porque coloca a Maduro en el mismo nivel que la presidenta alemana Angela Merkel, o -incluso para quienes lo consideram­os un pésimo presidente- Donald Trump.

Según el diccionari­o de la Real Academia Española, un dictador es una “persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica”. El diccionari­o Merriam-Webster dice que un dictador es “una persona que gobierna un país con autoridad absoluta y a menudo de manera cruel o brutal”.

No van a encontrar ninguna definición de dictador en ningún diccionari­o que no se aplique a Maduro. El asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, H. R. McMaster, estuvo en lo cierto cuando declaró que “Maduro no es sólo un mal líder: ahora es un dictador”.

Maduro ha completado el trabajo iniciado por su predecesor, el fallecido Hugo Chávez, de desmantela­r las institucio­nes democrátic­as de Venezuela.

Después de ganar una elección altamente dudosa en 2013 con un 50,5 % del voto, Maduro llenó su gabinete con generales corruptos, y escaló la represión de opositores políticos.

En 2015, a pesar de la represión gubernamen­tal y de la censura, la oposición ganó las elecciones legislativ­as por una avalancha de votos. Obtuvo una mayoría absoluta de dos tercios de la Asamblea Nacional, lo que le permitía despedir a ministros o cambiar la Constituci­ón.

Pero Maduro, mediante argucias legales, impidió que varios legislador­es electos de la oposición pudieran ocupar sus bancas, privando a la oposición de su mayoría absoluta. Y poco después ordenó ampliar el Tribunal Supremo de Justicia con 13 nuevos jueces. Desde entonces, ha utilizado el TSJ para reducir gradualmen­te todos los poderes de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora.

Ahora, Maduro ha decidido quemar las naves: convocó una elección fraudulent­a del 30 de julio para crear una Asamblea Constituye­nte que redacte una nueva Constituci­ón, con la cual se cerraría la actual Asamblea Nacional.

La votación de la Asamblea Constituye­nte fue una farsa: como en Cuba, solo se podía votar por partidario­s del gobierno. Los 5.500 candidatos eran oficialist­as. No había ob- servadores internacio­nales creíbles, y los reporteros tenían que permanecer a 500 metros de los lugares de votación.

Lo que es más, la propia empresa encargada del conteo electrónic­o de los votos, Smartmatic, anunció poco después que el gobierno de Maduro había manipulado el recuento de votos, y agregado por lo menos 1 millón de votos falsos. Según documentos del Consejo Nacional Electoral revelados por la agencia Reuters, solo 3,7 millones de personas habían votado hasta las 5:30 de la tarde, menos de la mitad de los que dijo el gobierno de Maduro.

Si todo eso no es ser un dictador, ¿qué es? Y en cuanto a la otra parte de la definición, se- gún la cual los dictadores suelen gobernar “de manera cruel o brutal”, tampoco puede haber dudas: han muerto por lo menos 120 personas durante las protestas callejeras durante los últimos cuatro meses.

Por supuesto, Maduro no es el único déspota al que los periodista­s raramente identifica­mos como “dictador”.

Nuestros manuales de estilo nos exigen abstenerno­s de usar adjetivos en las páginas de noticias, y reservarlo­s para las secciones de opinión. Y, además, tenemos una larga tradición de referirnos a los dictadores como “presidente­s” mientras están en el poder, y pasar a llamarlos “dictadores” apenas se mueren, o son derrocados.

Hicimos eso con el dictador derechista Augusto Pinochet en Chile, y con el dictador izquierdis­ta Fidel Castro en Cuba. Y lo seguimos haciendo hoy con el cubano Raúl Castro. ¿Hay alguna duda de que es un dictador?

Es hora de cambiar todo eso. Llamar a estas personas “dictadores” no es una cuestión de opinión. Es un hecho. Y si no están de acuerdo, los invito a mostrarme una definición de dictador de cualquier diccionari­o que no se aplique a estos personajes

Si todo esto no es ser un dictador, ¿qué es? Por supuesto, Maduro no es el único déspota al que los periodista­s raramente identifica­mos como dictador.

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