EL ÚLTIMO AÑO
Este es el último año de los dos cuatrienios de Santos. La última oportunidad de recuperar parte del tiempo perdido, malogrado en políticas improvisadas. Dis- cutibles en la poca transparencia por la forma como sometió, a través del presupuesto nacional, a políticos y congresistas que perdieron la capacidad de ejercer con libertad la fiscalización de los actos de gobierno. Gestión sobre todo, bastante discutible en lo económico. Un crecimiento cicatero, una deuda pública alta, un déficit fiscal preocupante, son materias que le harían reprobar el curso.
Reactivar la economía –decía en estos días el exministro de Hacienda Roberto Jungui
to– es el mayor reto que tiene Santos. Porque de esto sí que depende que su proceso firmado con la subversión se cristalice. Sin una economía fuerte, creciendo tan solo ligeramente por encima del 1 %, los problemas que se le pueden venir al posconflicto pueden ser iguales o más traumáticos que la misma guerra que se ha propuesto terminar. Sentirse engañado, asaltado en la buena o mala fe, puede crear más retaliaciones que los mismos conejos que se le puedan poner a la interpretación de una justicia coja y gelatinosa como la colombiana.
Con una economía frenada, sin conciencia y sin destreza en su manejo, seguirá creciendo el déficit fiscal hasta reventar la llamada regla fiscal. Y sin crecimiento, la deuda pública –interna y externa– subirá, cuando hoy alcanza niveles que comienzan a preocupar a las agencias internacionales que certifican los riesgos que desestabilizan la economía colombiana.
Lo de la deuda no es exageración. Viene creciendo a ritmos acelerados. Pasó del 23 % del PIB en el año 2010 hasta el 42 % el año pasado. Cada vez los desembolsos son cuantiosos para cumplir su servicio y amortización.
Santos en este último año de su desordenada gestión económica debe ajustar tuercas, para darle consistencia y aclarar falsas expectativas que abre cuando visita pueblos y ciudades colombianas, señalando índices de crecimiento que, dice, se derivarán de la paz. No los puede sobrevalorar. Ni hacerle creer al país que ríos de leche y miel inundarán la nación por cuenta del tratado habanero.
Calificados analistas dudan de que la economía pueda crecer dos puntos porcentuales por obra y gracia del sector agropecuario, bajo el supuesto de que en los campos se vaya a respirar paz. Como lo decía por estos días el ex superintendente bancario, Jorge Hum
berto Botero, para lograr ese dos por ciento adicional al PIB, “tendría que crecer el sector agropecuario en forma sostenible a más del 20 % anual, lo cual es imposible”. Bájese entonces de la nube el presidente para que cesen los cañazos.
Así que el país en este año final de Santos, requiere menos retórica y más acción. Trabajar sin ilusionismos, sin engaños. Es hora de volver los ojos a aquel pensamiento visionario de Keynes: “En el largo plazo, todos estaremos muertos”. La economía hay que reactivarla ya para los seres que hoy están vivos. Hay que tener conciencia para buscar rápido los instrumentos posibles y eficientes para darle oxígeno. Sin una economía fuerte, sólida, las políticas sociales estables y justas, no pasarán de ser una quimera
El país en este año final de Santos, requiere menos retórica y más acción. Trabajar sin ilusionismos, sin engaños.