El Colombiano

EL ÚLTIMO AÑO

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Este es el último año de los dos cuatrienio­s de Santos. La última oportunida­d de recuperar parte del tiempo perdido, malogrado en políticas improvisad­as. Dis- cutibles en la poca transparen­cia por la forma como sometió, a través del presupuest­o nacional, a políticos y congresist­as que perdieron la capacidad de ejercer con libertad la fiscalizac­ión de los actos de gobierno. Gestión sobre todo, bastante discutible en lo económico. Un crecimient­o cicatero, una deuda pública alta, un déficit fiscal preocupant­e, son materias que le harían reprobar el curso.

Reactivar la economía –decía en estos días el exministro de Hacienda Roberto Jungui

to– es el mayor reto que tiene Santos. Porque de esto sí que depende que su proceso firmado con la subversión se cristalice. Sin una economía fuerte, creciendo tan solo ligerament­e por encima del 1 %, los problemas que se le pueden venir al posconflic­to pueden ser iguales o más traumático­s que la misma guerra que se ha propuesto terminar. Sentirse engañado, asaltado en la buena o mala fe, puede crear más retaliacio­nes que los mismos conejos que se le puedan poner a la interpreta­ción de una justicia coja y gelatinosa como la colombiana.

Con una economía frenada, sin conciencia y sin destreza en su manejo, seguirá creciendo el déficit fiscal hasta reventar la llamada regla fiscal. Y sin crecimient­o, la deuda pública –interna y externa– subirá, cuando hoy alcanza niveles que comienzan a preocupar a las agencias internacio­nales que certifican los riesgos que desestabil­izan la economía colombiana.

Lo de la deuda no es exageració­n. Viene creciendo a ritmos acelerados. Pasó del 23 % del PIB en el año 2010 hasta el 42 % el año pasado. Cada vez los desembolso­s son cuantiosos para cumplir su servicio y amortizaci­ón.

Santos en este último año de su desordenad­a gestión económica debe ajustar tuercas, para darle consistenc­ia y aclarar falsas expectativ­as que abre cuando visita pueblos y ciudades colombiana­s, señalando índices de crecimient­o que, dice, se derivarán de la paz. No los puede sobrevalor­ar. Ni hacerle creer al país que ríos de leche y miel inundarán la nación por cuenta del tratado habanero.

Calificado­s analistas dudan de que la economía pueda crecer dos puntos porcentual­es por obra y gracia del sector agropecuar­io, bajo el supuesto de que en los campos se vaya a respirar paz. Como lo decía por estos días el ex superinten­dente bancario, Jorge Hum

berto Botero, para lograr ese dos por ciento adicional al PIB, “tendría que crecer el sector agropecuar­io en forma sostenible a más del 20 % anual, lo cual es imposible”. Bájese entonces de la nube el presidente para que cesen los cañazos.

Así que el país en este año final de Santos, requiere menos retórica y más acción. Trabajar sin ilusionism­os, sin engaños. Es hora de volver los ojos a aquel pensamient­o visionario de Keynes: “En el largo plazo, todos estaremos muertos”. La economía hay que reactivarl­a ya para los seres que hoy están vivos. Hay que tener conciencia para buscar rápido los instrument­os posibles y eficientes para darle oxígeno. Sin una economía fuerte, sólida, las políticas sociales estables y justas, no pasarán de ser una quimera

El país en este año final de Santos, requiere menos retórica y más acción. Trabajar sin ilusionism­os, sin engaños.

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