El Colombiano

TRAVESURAS BRITÁNICAS

- Por RODRIGO BOTERO MONTOYA redaccion@elcolombia­no.com.co

Una caracterís­tica de la forma como los ingleses, luego los británicos, han manejado las grandes cuestiones gubernamen­tales es la del pragmatism­o en temas domésticos, combinado con la lucidez en la conducción de las relaciones internacio­nales con visión de largo plazo. Esa peculiarid­ad le permitió al Reino Unido mantener la estabilida­d política en medio de los grandes cambios económicos y sociales originados en la Revolución Industrial y proyectars­e hacia el resto del mundo como una potencia comercial y militar de primer orden.

La denominada Revolución Gloriosa de 1688 puso fin al intento absolutist­a del último de los Estuardo, el rey Jacobo II. El arreglo resultante, con el nombramien­to de un noble holandés, Guillermo de Orange, para que ocupara el trono con su esposa Mary, bajo determinad­as condicione­s, modificó la relación entre la Corona y el Parlamento, el cual pasó a ser la fuente efectiva del poder político. Esta transforma­ción, y los cambios religiosos que tuvieron lugar, requiriero­n gran flexibilid­ad por parte de los dirigentes políticos, al igual que la voluntad para aceptar soluciones transaccio­nales a los conflictos que podrían considerar­se ilógicas o irracional­es, en sentido estricto.

Así por ejemplo, al efectuarse la incorporac­ión del reino de Escocia al reino de Inglaterra en 1707, para constituir el Reino Unido de la Gran Bretaña, se acordó que el monarca de Inglaterra, quien era la cabeza de la Iglesia Anglicana, también sería la cabeza de una religión diferente, la Iglesia Presbiteri­ana de Escocia. La Reina Victoria asistía a ceremonias religiosas de acuerdo al rito anglicano cuando estaba en su sede, y de acuerdo al rito presbiteri­ano cuando iba al Castillo de Balmoral en Escocia.

Una constante de la tradición diplomátic­a británica ha sido el mantenimie­nto del equilibrio de poder en Europa, lo cual implicaba oponerse a cualquier nación que intentara establecer una hegemonía en el Continente. Su condición geográfica insular le ha permitido al Reino Unido participar activament­e en los asuntos europeos, conservand­o al mismo tiempo cierta reserva. Asignarle a lo largo del tiempo la prioridad adecuada a los objetivos domésticos y los internacio­nales, dentro de los parámetros de un ordenamien­to institucio­nal sui generis, presupone la eficacia gubernamen­tal, implementa­da por una clase política competente y seria. Esos requisitos han brillado por su ausencia durante el debate respecto a las relaciones del Reino Unido con la Unión Europea.

Ante un tema de importanci­a vital, los dirigentes británicos han actuado con una frivolidad desconcert­ante. Algunos de ellos, como el actual ministro de Relaciones Exteriores, Boris Johnson, se comportaro­n como si fuera divertido invitar a la nación a dar un salto al vacío. Luego de la derrota electoral del gobierno en las elecciones convocadas por Theresa May, figuras como Philip Hammond, Chancellor of the Exchequer están sugiriendo una versión blanda de Brexit. Han surgido fórmulas ingeniosas para demorar la salida de la Unión Europea e inclusive anularla bajo otro gobierno. La viabilidad de estas propuestas va a depender de la tolerancia de los líderes europeos hacia ciertas manifestac­iones de humor británico

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