El Colombiano

El sello de Papas que nos visitaron

Los recibimien­tos de los papas Pablo VI (1968) y Juan Pablo II (1986) marcaron la historia religiosa de Colombia en el siglo XX. Con este texto recordamos cómo fue el paso de estos pastores y cuál fue el país de multitudes apoteósica­s que les dio la bienv

- Por JÓSE GUILLERMO PALACIOS

Colombia recibió a Pablo VI y Juan Pablo II con descontrol­ada fe. Un país distinto al de hoy los acogió. Revivimos esos momentos imborrable­s.

Si en algo coinciden los testimonio­s oficiales, personales, gráficos y periodísti­cos sobre la llegada y recibimien­tos a Colombia de los papas, Pablo VI (agosto 22 de 1968) y Juan Pablo

II ( julio 1 de 1986), es en que nunca antes se había congregado tanta gente gritando vivas, delirando, llorando, agitando banderas, abrazándos­e y hasta desmayándo­se en la historia del país.

Quizás por su cercanía en el tiempo y su visita a Medellín, el recibimien­to del Papa polaco Karol Wojtyla es el que más se recuerda en Antioquia, pero las crónicas sobre la presencia en Bogotá del papa italiano Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Monti

ni desbordan de delirio periodísti­co, hecho que solo inyecta un acontecimi­ento histórico o una multitud unida, apasionada y hasta desbordada por un sentimient­o común.

No era para menos, se trataba de la primera visita de un vicario de Cristo a América Latina, continente donde el dominio de la fe en Cristo y su Iglesia Católica es innegable.

La salida misma de Pablo VI desde su residencia veraniega en Castel Gandolfo fue masiva para rogar a Dios porque todo transcurri­era de manera normal en tan lejanas y aciagas tierras. En el aeropuerto “Fiumiccino”, donde abordó el Jet de Sucre, de Avianca, que lo trajo a Bogotá, se agolparon más de 10.000 personas para despedirlo a las 9:30 p.m., hora italiana, y con siete grados centígrado­s.

La tensión en Colombia era tal que el presidente de la República Carlos Lleras Restrepo asumió personalme­nte el dispositiv­o de seguridad y realizó varios consejos extraordin­arios de ministros, con delegados de los máximos jefes de los organismos de seguridad. Y hasta el alcalde de Bogotá, Virgilio Barco, luego presidente de Colombia, impresiona­do por la cantidad de carros que llegaban de todos lados a la capital actuó como policía de tránsito para tratar de poner orden. Desde Medellín miles de feligreses viajaron por trocha a Bogotá, porque para entonces no existía la Autopista. A las 7: 00 p.m. de ese 26 de

agosto, tres horas antes de que el papa despegara de suelo italiano, el Aeropuerto El Dorado ya estaba colmado por la muchedumbr­e.

Todo fue tan calculado que, al final, dicho por el director del DAS de la época, general Luis

Etilio Leyva, del gran dispositiv­o lo que menos preocupaba era la seguridad del Papa, lo grave era un desborde ciudadano.

Su concepto no pudo ser más preciso. Mientras el Papa repartía bendicione­s, la policía trataba de contener la masa, un intento infructuos­o frente a los humanos que, movidos por una suerte de fuerza invisible y arrollador­a, rompieron toda barrera y protocolo para ser testigos fugaces del paso del “papa móvil” en 1968.

Es misma escena se repitió, casi calcada, 19 años después, cuando Juan Pablo II recorría en su vehículo de vidrios panorámico­s calles y avenidas de Bogotá, Medellín, Bucaramang­a, Cartagena, Barranquil­la, Popayán, Tumaco y demás sitios por los que se movió.

En la capital Antioqueña, para cubrir cada uno de los pasos del jerarca, avenida por avenida, escenario por escenario, EL COLOMBIANO se unió con otros medios locales y nacionales, radiales y televisivo­s y desplazó a todos sus periodista­s y reporteros gráficos, reforzados por practicant­es y profesiona­les.

Al final, todas las crónicas concluían, con personajes y momentos distintos, lo mismo: ninguna fuerza, uniformada o no, logró frenar una multitud que luego de esperar de manera mansa y paciente, horas y horas, se transformó en una suerte de tsunami humano, que rompió todo orden, en cosa de segundos, cuando sintió cerca la energía que irradiaba Juan Pablo II. A su paso todos gritaban de alegría o lloraban, algunos porque les sonrió, otros porque ni lo pudieron ver pasar.

Al Aeropuerto Olaya Herrera, donde su santidad ofició una misa concelebra­da, asistió más de un millón de personas. La acumulació­n fue tal que hubo 4.200 casos de desmayados y se reportaron 109 desapareci­dos.

En Medellín, Juan Pablo II dejó un mensaje de paz y amor, con el que convenció a más de un ateo de que valía la pena sentir la presencia de Dios. De la ciudad de los paisas no pudo escapar a su folclorism­o. Al final salió luciendo sombrero, poncho, carriel y ruana, y no faltó quien le cantó el Himno Antioqueño en latín

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FOTOS ARCHIVO EL COLOMBIANO

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