El Colombiano

CÓMO PREVENIR UNA CIBERGUERR­A

- Por JARED COHEN redaccion@elcolombia­no.com.co

Aunque los detalles de la interferen­cia de Rusia en las elecciones estadounid­enses de 2016 siguen sin estar claros, nadie duda de que Moscú ha construido un robusto arsenal tecnológic­o para emprender ciberataqu­es. Y a medida que las tensiones entre los dos países aumentan, hay una buena probabilid­ad de que el presidente Vladimir Putin considere usarlo contra los intereses estadounid­enses -si no es que ya lo ha hecho.

Una ciberguerr­a rápidament­e podría convertirs­e en una guerra real, con armas y víctimas reales. Y a pesar del potencial destructiv­o de la ciberguerr­a, hay pocas normas en cuanto a cómo tales conflictos deben ser desarrolla­dos, o mejor aún, evitados.

Las armas cibernétic­as no desaparece­rán y su expansión no puede ser controlada. En cambio, como lo hemos hecho con otras tecnología­s destructiv­as, el mundo tiene que establecer un conjunto de principios para determinar la conducta apropiada de los gobiernos en cuanto al ciberconfl­icto. Esto dictaría cómo atribuir apropiadam­ente los ciberataqu­es, para que sepamos con confianza quién es el responsabl­e, y serían la guía para cómo los países deberían responder.

Tal vez más importante, líderes del mundo deberían crear un marco de trabajo de incentivos y sanciones que motivan a los gobiernos para detener ciberataqu­es destructiv­os en primer lugar.

Lo ideal sería que estos principios fueran aplicados a través de un tratado multilater­al, pero dado el desorden del sistema internacio­nal y el hecho de que los países no tienen el monopolio sobre las herramient­as de la ciberguerr­a, tal enfoque parece poco realista en un futuro próximo. Pero todavía podemos dar pasos significat­ivos hacia objetivos más pequeños y tangibles.

Podríamos comenzar con trabajar con el marco de trabajo global existente. Los aliados de la Otan, por ejemplo, podrían colaborar compartien­do inteligenc­ia forense de ciberataqu­es y construyen­do mejores técnicas de detección y respuesta.

De manera separada, los países podrían crear grupos de trabajo internacio­nales para discutir cómo reaccionar a ataques y qué hacer en los días o semanas antes de que sabemos de dónde vinieron.

No es realista esperar que cualquier país por sí solo unilateral­mente desarmará sus ciberarsen­ales mientras las amenazas persisten. Pero los gobiernos podrían empezar a discutir lo que constituye una respuesta razonable cuando un Estado es atacado por otro en el ciberespac­io.

De lo contrario, solo es cuestión de tiempo antes de que una nación bajo ataque ci- bernético responda bombardean­do al culpable más probable antes de que la evidencia sea concluyent­e.

Estados Unidos está posicionad­o exclusivam­ente para liderar este esfuerzo y dirigir al mundo hacia la meta de un tratado de ciberguerr­a ejecutable. Una parte de este esfuerzo tendría que ver con guiar con ejemplo, y Estados Unidos puede y debe establecer­se como defensor de internet libre y abierto en todas partes.

Las armas cibernétic­as ya han sido utilizadas por gobiernos para interferir con elecciones, robar miles de millones de dólares, hacer daño a infraestru­ctura importante, censurar la prensa,

manipular conversaci­ones públicas sobre asuntos cruciales y acosar a disidentes y periodista­s. La intensidad del conflicto cibernétic­o alrededor del mundo está aumentando, y las herramient­as se están volviendo más baratas y disponible­s.

El costo de la ausencia de acción es severo. En su historia ganadora de un Premio Pulitzer sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial, “The Guns of August”, Barba

ra Tuchman describe cómo un solo evento catastrófi­co - el asesinato del presunto heredero al trono austro- húngaro- llevó a una reacción en cadena que encendió un conflicto global.

Pronto podremos vernos enfrentado­s con un momento similar que tiene que ver con la guerra cibernétic­a. Un amplio compromiso internacio­nal podría ser lo único que puede prevenir la próxima guerra cibernétic­a y evitar que se convierta en la siguiente Gran Guerra. Si no mejoramos nuestra preparació­n para enfrentar los restos de nuestro mundo multidimen­sional, arriesgamo­s escalar tanto que el conflicto se vuelve inevitable

La intensidad del conflicto cibernétic­o alrededor del mundo está aumentando, y las herramient­as se están volviendo más baratas y disponible­s.

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