VIVIR SIN MIEDO
De Mamá aprendí a dar abrazos de verdad, a lavar los platos cuando estoy en casa ajena y a no gastar agua mientras me cepillo los dientes. Ella, con fervorosa entrega, me hizo un ser presentable en sociedad, y siempre su mayor orgullo fueron sus dos niñas sin un síntoma de berrinchudas. Lo que vine a entender, veinti-tantos años después, es que gracias al mundo en el que vivimos, su instinto de protección maternal se desarrolló por encima del promedio, haciéndonos crecer a mi hermana y a mí conscientes de la realidad que se vive en esta ciudad: aquí no hay día en que no se tema por la vida.
Luego de ser testigo de la violencia en este Valle, con la amenaza indiscriminada de convertirse en víctima (de hur- to, de agresión, de muerte, de intolerancia) hasta sin motivo, Mamá nos inyectó dosis de miedo, haciendo del instinto de supervivencia la única forma de enfrentar el peligro. También nos dio herramientas para volvernos fuertes ante la intemperie emocional, pero se encargó con especial cuidado de sembrar y regar todos los días la semilla de la desconfianza: “cuídese que gente mala hay en todo lado”, “no se exponga sin necesidad al peligro”.
Que Mamá tuviera que ser mi guardaespaldas esperando el bus para ir a clase de seis de la mañana, por ejemplo, me hizo asimilar la vulnerabilidad en un país donde el peligro se magnifica para una mujer en cualquier circunstancia, pero de todas formas descubrí la nece- sidad de aventura. Tuve que aprender a buscar opciones para vivir sin sentirme material para víctima, y sin embargo no consigo exorcizar el pánico que me inunda al sentir que una moto me zumba por el lado, ver caminar a algún desconocido muy cerca de mí, o desconfiar del desconocido que me quiera preguntar por una dirección. Hoy toca encender las alertas por cualquier indicio, y no porque mi Mamá sea exagerada: el número de casos y víctimas lo confirman. Lo grave es que nos acostumbramos al peligro, porque nos toca seguir los días tengamos miedo o no, y así vivimos... jugando a ser valientes.
Con profunda esperanza sigo anhelando abandonar todos esos temores, mientras llega el día en que pueda vivir estas calles sin estar tentando la suerte, o la muerte
Con esperanza anhelo abandonar los temores, mientras llega el día en que pueda vivir sin estar tentando la suerte, o la muerte.
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