La paz esté con ustedes
El Papa ha enfatizado sus palabras hacia este sector de la sociedad que, a su juicio, debe respaldar a los adultos que repiten la división simplemente por estar atados a rencores.
Francisco pidió a Obispos coraje para ayudar a la reconciliación con la frase que, según la Biblia, dijo Jesús a los apóstoles luego de su resurrección. A sus 80 años mostró vitalidad. Dio su palabra en la Plaza de Bolívar con jóvenes; en la Presidencia, ante invitados especiales; con los Obispos, en la Catedral Primada; y finalizó con la homilía, en el Simón Bolívar, ante más de un millón trescientos mil asistentes ¿Qué sigue en la peregrinación?
“Una sociedad que se deja seducir por el espejismo del narcotráfico se arrastra a sí misma en esa metástasis moral que mercantiliza el infierno y siembra por doquier la corrupción y, al mismo tiempo, engorda los paraísos fiscales”. “Jesús disipa las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas”. “El respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia”.
Lahistoria dirá que sobre las 8 de la mañana del jueves 7 de septiembre de 2017, el Papa Francisco salió de la Nunciatura para, en una maratónica jornada, sorprendente para un hombre de 80 años, evangelizar en Bogotá. Lo hizo en un vehículo corriente que bien hubiera podido pasar inadvertido de no ser por la caravana acompañante y las motos policiales que lo flanqueaban.
Francisco, como prefiere ser llamado, mostraba los alcances de su vitalidad. De hecho, llevaba encima el jet lag de un viaje hecho desde Roma menos de 24 horas antes, que al parecer no le había hecho mella.
Camino a la Plaza de Bolívar, comenzó su primera tanda de saludos del día con el brazo derecho y por fuera de la ventanilla del carro. Una decisión como para despertar la preocupación de cualquier equipo de seguridad, menos el del Vaticano, que sabe que, Jorge Mario Bergoglio, tiene una particular definición de los límites y de eso que los demás, menos él, llaman protocolo.
Los colombianos parecían estar enterados de su carácter informal y abundaron las ocasiones en que la gente rompió las barreras de seguridad. En mañana de su primer día de actividades, un hombre se interpuso en su camino para postrarse de rodillas y pedirle la bendición, en plena alfombra roja del Patio de Armas del Palacio de Nariño, cuando caminaba junto al presidente Juan Manuel Santos y su esposa María Clemencia. Enseguida, decenas de niños desobedecieron las indicaciones de mantenerse en los lugares, para estrecharlo en un abrazo que él respondió con evidente cariño.
Al rato, cuando el papamóvil daba la vuelta a la Plaza de Bolívar, una monja no resistió quedarse junto a las hermanas de su congregación y corrió para asirse a los brazos del sumo pontífice, aún cuanto al vehículo estaba en marcha. El Papa golpeó la estructura metálica del papamóvil y alertó al conductor para que se detuviera y responder al esfuerzo de la religiosa.
Ya frente a la imagen de la Virgen de Chiquinquirá, esa vieja cita que por fin él pudo cumplir, el recogimiento de Francisco alcanzó toda su dimensión, hasta el punto de ver cómo sus ojos se humedecían. Ahí, con la cabeza gacha y sumido en un silencio inquebrantable, oró bajo la mirada atenta del padre Mauricio Rueda, ese sacerdote colombiano de confianza que le sigue como sombra, tanto en el Vaticano como en cada uno de sus viajes.
Mientras salía de la edificación que ha visto pasar la historia nacional desde la esquina de la once con la vieja Calle de la Carrera, como se llamó en antaño la Séptima, el Papa bendijo, una tras una, a varias personas en condición de discapacidad. Así lo había hecho el día anterior, recién desembarcó en Eldorado. Seguramente, así lo va a seguir haciendo en los días que estará en el país.
La respuesta que encuentra no es menor. Ante los miles de muchachos concentrados en la Plaza de Bolívar, se le notaba que estaba en la salsa de su alegría, mientras leía el discurso preparado para ellos en ese balcón del Palacio Arzobispal. Sus menciones al “refajo” o a una final “entre el Atlético Nacional y el América de Cali” cayeron cerca del alma de una concurrencia juvenil, que respondió en el mismo tono, entre salvas de aplausos y sonrisas.
Les dejó, eso sí, una misión: enseñar a perdonar. “Vuestra juventud los hace capaces de algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido; es notable ver cómo no se dejan enredar por historias viejas, cómo miran con extrañeza cuando los adultos repetimos acontecimientos de división simplemente por estar atados a rencores”
Eran las 11:05 de la mañana cuando el Papa apuró el primer vaso de agua de una mañana sin pausa. Por si faltara otra prueba de su fortaleza física. La otra, la de su cabeza, la intelectual, se dejó ver enseguida cuando reunido ante la plana mayor de la iglesia colombiana, hizo recomendaciones que sonaron a exigencias, siempre con ese tono paternal.
El almuerzo en la nunciatura apostólica, de ajiaco santafereño y salpicón de frutas, entre otros, fue otro encuentro con la cultura de un país que no le resulta ajeno. Después, vino su siesta infaltable y esta vez más necesaria que nunca.
Ya en la tarde, en medio de 1’360.000 amigos (quizás más), Francisco pareció estrechar las manos de cada uno de ellos, en esa vuelta triunfal que dio al pulmón más grande de la capital de la República, el Parque Simón Bolívar. Allí, luego de descender por la escalerilla del papamóvil, ejerció como lazarillo de una decena de invidentes, con esa ostensible cojera que trata de disimular.
Comenzaba así, sobre las cuatro y media, esa misa multitudinaria en que el silencio y la atención fueron denominadores comunes. Era el segundo tiempo de un día en que Francisco, el joven de 80 años nacido en Buenos Aires e hincha de San Lorenzo de Almagro (ondearon camisetas y banderines de ese club en su honor), dio muchas lecciones.
Unas de humanidad, otras de humildad. También de vitalidad, aquella con que ejerce ese liderazgo que ahora atestiguan millones de colombianos que lo siguieron, en vivo y por la televisión. Y que, sobre las cinco y cuarto de la tarde lo escucharon decir que hay que trabajar “en la defensa y en el cuidado de la vida humana”. Con la misma voz firme del joven de 80 años que enseñó así, con el ejemplo, “a no rendirse y a ser valientes”.
Al finalizar la jornada en la sede la Nunciatura, nuevamente las luces y las cámaras cayeron sobre Francisco, escucho a las personas, nuevamente dio palabras de aliento, y se despidió como ya nos tiene acostumbrados: “a todos; todos están en mi corazón. Y ruego a Dios que los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.”