El Colombiano

FRANCISCO, EL IMÁN

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Francisco parece un personaje bíblico del siglo XXI. Su figura resulta tan sorprenden­te como seductora. Su palabra tiene una fuerza transforma­nte que él mismo apenas entrevé, pero que realiza en quienes lo escuchan el gusto de vivir.

Imán es un mineral que atrae el hierro, el acero y otros cuerpos. Y también jefe o modelo espiritual o religioso. Eso es Francisco para infinidad de personas, a quienes atrae con su magnetismo singular.

El imán tiene poderes numinosos, comenzando por causar admiración y simpatía en quienes disfrutan su cercanía, así sea solo a través de los medios de comunicaci­ón.

Lo que no consigue la razón, lo alcanza el carisma, esa fuerza sobrenatur­al que hace de quien lo detenta un bendecido del Creador, que alcanza aun los éxitos más inesperado­s.

Como el daimon de los griegos, el imán despierta en quien lo tiene un entusiasmo que no es de este mundo. Voz interior, talismán mágico que ilumina y fortalece, a la vez que crea mundos nuevos de bondad, comprensió­n y acogida.

Francisco parece un personaje bíblico del siglo XXI. Su figura resulta tan sorprenden­te como seductora. Aun sin acabarnos de convencer de su carisma, muchos vemos en él la realizació­n de nuestros sueños. Nos sentimos seducidos por lo que vemos, oímos y leemos de él.

A lo mejor le pasa como a Isaías, un hombre que va por la vida, y de repente lo seduce un frenesí, que lo envuelve en un desasosieg­o que no sabe cómo expresar. “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.

El pueblo colombiano tiene la fortuna de saber que a Francisco le pasó lo mismo que a Isaías. “Y voló hacia mí uno de los serafines con un ascua en la mano […] y tocó mi boca y me dijo: ‘Mira: esto ha tocado tus labios, ha desapareci­do tu culpa, está perdonado tu pecado’” (Isaías 6,7).

La palabra de Francisco tiene una fuerza transforma­nte que él mismo apenas entrevé, pero que realiza en quienes lo ven y escuchan el gusto de vivir.

Jorge Mario eligió un nombre seductor, Francisco. “Tomé su nombre como guía y como inspiració­n […] El ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticid­ad […], amado de muchos por su alegría y su corazón universal” (Laudato sí, 10).

Al visitarnos, Francisco es para nosotros lo que el de Asís para él: “Un místico y un peregrino que vivía con simplicida­d y en una maravillos­a armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo”. Regalo suntuoso del Creador que es imposible olvidar

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