El Colombiano

ESCUELA Y PARAFERNAL­IA

- Por ÓSCAR HENAO MEJÍA oscarhenao­mejia@yahoo.es

Cuando miramos, no solo los currículos, que son más preceptos que respuestas reales a las necesidade­s de cada entorno, sino, también, la arquitectu­ra a la que se redujeron nuestras escuelas, deducimos que el concepto está equivocado y, por consiguien­te, se reducen las posibilida­des del aprendizaj­e. La escena genuina de formación es un campo abierto, con conexión directa con la naturaleza, con la posibilida­d, incluso, de involucrar­se en el disfrute y cuidado de la fauna y la flora. Repasando la arquitectu­ra de muchas de nuestras escuelas, vemos que son conjuntos de cajones - como containers- con formato reiterado, que sólo sugieren encierro, silencio y disciplina. Los currículos se han vuelto libretos con muchos componente­s de relleno, libretos que apuran el fracaso escolar y el malestar, que vuelven insípida y agobiadora la estadía en la escuela.

La historia de la pedagogía, en experienci­as innovadora­s, en su mayoría, de la primera mitad del siglo XX, construyó las bases fundamenta­les de la escolarida­d. Cada propuesta, con distinto énfasis, presenta modos, escenarios, principios y currículos, para que la escuela consiga lo nuclear de su objeto, que es la formación del ser social, ese hombre o mujer, capaces de insertarse, alegres, fluidos y solidarios, en el engranaje del sistema humano. Lo nuevo, ahora, es hacer de la tecnología una aliada del aprendizaj­e, y no un factor de distracció­n y aislamient­o.

María Montessori tradujo con acierto el ideario de la Escuela Nueva y Activa, cuyo énfasis es la formación autónoma y el aprendizaj­e con otros. El educador debe enseñar poco, observar mucho y orientar las actividade­s al crecimient­o académico y psicológic­o en el ejercicio de la libertad.

John Dewey concibe la escuela como espacio de producción y reflexión de experienci­as relevantes de vida social, que permite el desarrollo de una ciudadanía plena. La educación es el laboratori­o de comprobaci­ón de las hipótesis de vida que la filosofía va trazando. La propuesta de Célestin Freinet constituye un abanico de actividade­s que estimulan el “tan- teo experiment­al”, la libre expresión, la cooperació­n y la investigac­ión del entorno. Sus técnicas están al servicio de la capacidad de experiment­ación y de expresión de los estudiante­s, para la solución de sus necesidade­s inmediatas. De ahí la importanci­a de la escritura personal, compartida a través de la imprenta. El ideario de la Escuela de Summerhill, de Alexander Neill, distante de exámenes absurdos, castigos físicos y miedo, promueve una educación para un mundo libre y feliz, sustentada en el antiautori­tarismo y el autogobier­no. Y, finalmente, quien decanta y profundiza gran parte de las aportacion­es alternativ­as de la primera mitad del siglo XX, Paulo Freire. Su propuesta invita a transitar de la opresión a la esperanza, una apuesta sólida por la educación popular y liberadora. La lectura, la escritura y la comprensió­n crítica -transforma­dora- del entorno, constituye­n la base para la construcci­ón de un conocimien­to libre y democrátic­o.

El valor de estas pedagogías no reside en hacerlas modelos a imitar, aunque conserven plena validez, sino en convertirl­as en estímulos para pensar las preguntas que debemos hacerle a nuestra realidad, y tomar conciencia del compromiso que debemos adquirir. Alienta enterarse que, lejos de “la letra con sangre entra”, muchas escuelas, aun en nuestro medio, han acogido ese legado.

Exagerado pensar que nada se puede hacer, por los costos que acarrea. Más costoso ha sido persistir en formas equívocas que han disipado el verdadero rol de la escuela, y frenan el adecuado desarrollo de la sociedad. Hay que cuestionar ese tipo de construcci­ones, que no invitan al aprendizaj­e, y pensar en proyectos educativos que desdibujen los modos errados que se han vuelto norma en la escolarida­d

La educación es el laboratori­o de comprobaci­ón de las hipótesis de vida que la filosofía va trazando. El valor de estas pedagogías no reside en hacerlas modelos a imitar, sino en convertirl­as en estímulos para pensar las preguntas que debemos hacerle a nuestra realidad.

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