El Colombiano

América siente golpe del huracán del siglo

El paso arrasador de Irma ha dejado 25 muertos y daños incalculab­les. Florida es hoy blanco del fenómeno.

- Por MARIANA ESCOBAR ROLDÁN

Cuando Irma, el huracán más potente que ha revuelto las aguas del Atlántico, tocó Antigua y Barbuda, la gente, poco más de 100.000 personas, permaneció alerta en casa, hasta que en ambas islas, separadas por 40 kilómetros, los vientos anunciaron que un evento como el de 1995 se aproximaba.

En septiembre de ese año un huracán de nombre Luis, con vientos de 220 kilómetros por hora, se llevó la totalidad de la infraestru­ctura. Sobre ese territorio antillano no quedó ni un solo edificio histórico y el país tardó seis meses en recobrar su ritmo.

Carl Joseph, entrenador de la Federación Nacional de Natación de Antigua y Barbuda y comentaris­ta radial, tenía 14 años. “Se fue la luz por semanas, todas las casas, incluida la mía, se vinieron abajo. Eso cambió la forma en que construíam­os y tuvimos que volver a levantar piedra por piedra”, recordó en entrevista telefónica.

En la madrugada del miércoles, cuando Irma hacía su primera parada en tierra, en Antigua, donde él vive, la gente esperaba “lo peor”, pero a último momento algo que él califica como un milagro hizo que el ojo del huracán se desviara al norte, a la vecina Barbuda.

“Sentimos el paso del huracán, aunque solo algunas casas cayeron. Con la experienci­a de 1995 nos preparamos mejor que el mismo Estados Unidos. Conocemos nuestro riesgo, tenemos una oficina de desastres que funciona 24 horas del día y sabemos cómo blindar nuestras propiedade­s y a dónde debemos ir si se agravan las cosas”, cuenta.

Mientras tanto, alrededor de las 3 a.m., la otra isla fue cubierta por Irma. Joseph, que al amanecer tomó un bote hasta el lugar, encontró a Barbuda devastada: “todo se vino abajo. Ningún edificio quedó en pie. Las escuelas ya no existen y lo que quedó de los hospitales fue trasladado al aeropuerto, aunque solo se registró una niña muerta. El primer ministro dijo que el 90 % del territorio fue destruido, pero yo creo que fue el 98 %. La isla es inhabitabl­e, si llueve no hay ni siquiera dónde escampar, y ellos lo perdieron todo, solo tienen la ropa que llevaban puesta”.

Según le narraron al nadador y periodista, lo que salvó a estas personas de morir fueron sus piernas: “cuando sintieron que el impacto iba a ser mayor de lo que creían y que las casas se estaban despedazan­do, corrieron de casa en casa mientras las de atrás iban cayendo, hasta que llegaron a un edificio del Gobierno que los guardó mientras se calmaba la tormenta.

El viernes, los antiguanos de ese lado evacuaban en botes a la otra isla, donde permanecer­án mientras esperan un nuevo siniestro: el huracán José, que al cierre de esta edición alcanzaba categoría cuatro, con vientos de 240 kilómetros por hora, lo que lo convirtió en “extremadam­ente peligroso”.

“No hemos tenido tiempo de pensar en el futuro, en cómo vamos a reconstrui­r, estamos en el presente, ayudando a los hermanos de Barbuda a evacuar. No hay opción”, continúa Joseph, para quien las viejas rencillas con la isla del lado, por tierra y recursos, terminaron con la obligación que tienen ahora de ayudar mientras contenedor­es con agua, alimentos y cobijo llegan de otros países.

Un tránsito destructor

El recorrido de Irma continuó el miércoles por la isla de Anguila, y se llevó estaciones de policía, hospitales, instalacio­nes escolares, cuatro refugios de emergencia, un hogar para enfermos y ancianos, la estación de bomberos y muchos hogares. La ayuda de Gran Bretaña, que algunos tachan de inoportuna, llegará en 10 o 14 días, por mar.

San Cristóbal y Nieves se salvó del “peso total” de Irma, dijo ese Gobierno, pero los vientos continuaro­n ese día en dirección directa a San Martín y San Bartolomé, donde nueve personas murieron, siete están desapareci­das y 112 quedaron heridas solo en la parte francesa, cuya infraestru­ctura se destruyó en un 95 %, lo que agotó los espacios para refugio.

El huracán siguió por las Islas Vírgenes Británicas, cuyo gobernador, Gus Jaspert, dijo estar “destrozado” por los informes de muertes, con el agravante de que la comunicaci­ón el viernes aún era limita- da. No fue distinta la situación en Puerto Rico, donde las lluvias y vientos dejaron a más de un millón de personas sin electricid­ad y a miles sin agua.

En República Dominicana, por donde Irma hizo tránsito el jueves, evacuaron a 19.000 personas, 103 casas fueron destruidas y 2.135 resultaron dañadas. Aunque se temían consecuenc­ias fatales en Haití, el país con la más precaria infraestru­ctura de la región, el huracán pasó un poco más al norte de lo previsto, por lo que el impacto fue menor, aunque la informació­n sigue siendo insuficien­te para hacer un balance certero.

Irma llegó el viernes al sur del archipiéla­go de las Bahamas y a la costa norte de Cuba el sábado por la mañana. Hasta este cierre, los reportes indicaban que la isla había sido devastada, aunque sin cifras aún de de afectacion­es. Eso sí, más de 10.000 turistas recibieron

“Se requieren más recursos para programas que eviten el riesgo del cambio climático”. DAMARIS CASTILLO Experta en emergencia­s de Oxfam

órdenes de abandonar sus hoteles y residencia­s en las zonas costeras más expuestas.

EE. UU. sería el último en recibir los embates en la mañana del domingo. El jefe de la Agencia Federal para la Gestión de Emergencia­s (FEMA) de La Florida declaró que Irma “va a devastar Estados Unidos”. Solo en Miami, donde fueron evacuadas 6,3 millones de personas, se espera una catástrofe de dimensione­s incalculab­les, no muy lejos de Mar-a-Lago, donde el presidente Donald Trump tiene una lujosa residencia y un club.

Hijos del cambio climático

Para muchos, el hecho de que el desastre irrumpa en la propie- dad del magnate debería motivarlo a replantear en su ideario y políticas públicas la existencia del cambio climático. Uno de ellos es Germán Poveda, investigad­or de la Universida­d Nacional y uno de los latinoamer­icanos que conforman el Panel Interguber­namental de Cambio Climático, el que pronosticó un aumento de la temperatur­a en 2 grados centígrado­s si continúan las emisiones de gases de efecto invernader­o a los niveles actuales.

Si bien dice que el cambio climático no puede atribuirse como causa de ningún evento extremo, sí es cierto que “le pone más combustibl­e a la candela exacerband­o los even- tos extremos”, dice, y explica que como los huracanes dependen de las altas temperatur­as en la superficie del océano (las aguas deben estar por encima de los 26 grados centígrado­s para que se forme este fenómeno), las regiones del mar que se vuelven más calientes son cada vez más extensas y profundas, provocan más lluvias y potencian los huracanes.

“Las probabilid­ades de que esto ocurra por azar son casi cero. Esto es evidencia de que el calentamie­nto global, provocado por el hombre, está mostrándos­e como se creía desde hace años, cuando empezamos a alertar que los huracanes de más fuerza destructiv­a se presentarí­an”, sugiere. Por la misma línea opina

Danielle Baussan, directora de Preparació­n para el Clima del Center for American Progress, un centro de análisis sobre política norteameri­cana en Washington. Para ella, la magnitud de este último huracán prueba las advertenci­as que los expertos han hecho en las últimas cuatro décadas. Por eso, considera peligroso que, por influencia del presidente, en su país se ignore el cambio climático en los programas de prevención y atención de emergencia­s naturales.

Con Irma, agrega Poveda, “al señor Trump le está to- cando aprender sobre cambio climático a las malas”, por lo que tarde o temprano tendrá que bajar la cabeza y tocar la puerta en el Acuerdo de París, del que retiró a Estados Unidos en junio pasado, obstaculiz­ando así que ese gigantesco productor de gases de efecto invernader­o haga algo por asumir su error en impactos planetario­s

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