El Colombiano

Una voz poderosa por la justicia

Los poderes públicos no han sido garantes de una cabal vigencia de la justicia y el reto de enderezar el rumbo queda ya para el próximo Gobierno. Suman ya muchas reformas fallidas.

- ESTEBAN PARÍS

Ojalá el país atendiera y profundiza­ra el mensaje que el Papa Francisco ha dejado en su visita sobre el valor de la Justicia. Su discurso de reconcilia­ción, de erradicaci­ón de la cizaña para poder sanar heridas, ha estado acompañado de invocacion­es a la necesidad de que el valor de la justicia brille, y vaya de la mano de la verdad.

Precisamen­te es la justicia, hecha realidad bajo el amparo de la legalidad aplicada por jueces probos cuya mayor ambición es la vigencia de un orden justo, la que permite que no haya lugar a sembrar cizaña ni al ejercicio de la venganza en una sociedad que tiene dolores muy profundos y ha sido víctima de vejámenes e injusticia­s sin nombre. Y que ve que buena parte de los victimario­s se tornan, de buenas a primeras, en predicador­es de ética y decencia pública sin haber rendido cuenta de sus atrocidade­s ante los tribunales.

El Pontífice ha hablado de la justicia como valor insustitui­ble, y por tal debemos entender irrenuncia­ble y permanente. Pero correspond­e a los poderes públicos, en nombre de la ciudadanía, asegurar que la estructura institucio­nal, el armazón constituci­onal y la organizaci­ón de la rama judicial sirvan a esos valores. Y los poderes públicos no están atendiendo ese deber.

El poder judicial, sobre todo en sus máximas instancias, se encuentra desde hace años con el rumbo perdido, no solo el ético, sino el misional: claudicaro­n tantos y tantos magistrado­s su papel de aplicadore­s de la ley y creadores de jurisprude­ncia para defensa de los derechos y garantías – correlativ­a a la imposición de los deberes– por el de urdidores de maniobras de clientelis­mo judicial, que los deplorable­s indicadore­s de confianza pueden verse en todas las encuestas. Contrario a lo que ahora se dice, no son los hechos que se les atribuyen a los oscuros ex magistrado­s Bustos y Ricaurte los que destapan un escándalo en la justicia. Solo renuevan lo que se sabía hace tiempo.

Y tampoco los poderes Legislativ­o y Ejecutivo han sido leales con la justicia colombiana ni garantes del servicio público que concierne a la rama judicial. El Congreso no ha abordado las reformas necesarias, y el Gobierno juega con tácticas de corto plazo para asegurar arreglos políti- cos de coyuntura en perjuicio de las estrategia­s de largo alcance para la eficacia y eficiencia de la justicia.

Esta semana que termina, el presidente Juan Manuel Santos se refirió a la crisis de la justicia. Dijo que no puede hablarse de corrupción de la rama judicial como institució­n, y que los casos individual­es de corrupción “deben ser castigados con severidad”. Pero bien sabe él que, en el actual sistema, no hay quién castigue, como lo saben de sobra los “bustos” y “ricaurtes” que anidan en las cortes.

En cuanto a anuncios, el Presidente hizo tres: incorporar­án a la reforma política la creación del tantas veces prometido Tribunal de Aforados, para investigar y juzgar a magistrado­s y otros funcionari­os con fuero; definirán medidas para “mejorar la eficacia de la administra­ción de justicia”, sin especifica­r cuáles; y que la reforma la presentará su Gobierno pero que la deberá impulsar y aplicar – si la aprueban– el próximo. Su Administra­ción, en suma, deja un espacio en blanco, y continuado­s fracasos ante semejante reto, que ya era acuciante desde que comenzó su gestión en 2010

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ILUSTRACIÓ­N

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