LAS RASTAS DE MERKEL
Doce años en el poder dan para mucho. En ese tiempo, Hugo
Chávez fue capaz de llevar a la ruina a un país que nada en petróleo, mientras en Alemania una señora, nacida y criada en la opresiva RDA, con pinta de agente de la Stasi en una peli de James Bond, de esas que te clavan un punzón envenenado oculto en el zapato, lograba sacar a la locomotora europea del letargo en el que se encontraba tras el esfuerzo económico de la reunificación. Angela Merkel, a sus 63 años, volverá a disponer de otros cuatro años para cumplir el sueño que los teutones tienen desde que el mundo es mundo: germanizar Europa como los romanos homogeneizaron antes el Viejo Continente. En su caso, de forma incruenta y pactada con el resto de potencias continentales, como soñó
Konrad Adenauer, precursor de la UE con el francés Jean Monet. Aunque el desgaste electoral tras más de dos lustros en el poder se ha dejado notar en las urnas, los alemanes han premiado la dinámica económica y su impecable gestión, exenta de grandes escándalos. Nada más alcanzar el poder, Alemania volvió a ponerse en marcha. En 2006, su primer año al frente del país, el PIB germano creció un 2,5%, cifra que no se alcanzaba desde 2000. Además, por primera vez desde 2001, el déficit público alemán pudo mantenerse por debajo del 3%, cumpliendo al fin, y tras cinco años de suspenso, el principal criterio del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE. La inversión se disparó. La formación bruta de capital fijo registró el mayor aumento (5,3%), desde la reunificación. El paro cayó drásticamente con 600.000 desempleados menos y la tasa se quedó en el 9,6% de la población activa. El PIB superó los 2,3 billones de euros, gracias a los 39,1 millones de alemanes con contrato laboral.
Desde entonces, la tasa de paro alemana no ha superado el 7% ni siquiera en los peores años de la crisis financiera y hoy se encuentra en el 3,7%, según los datos del pasado julio, a un paso del pleno empleo. Se da la circunstancia de que en las economías europeas, especialmente en las más desarrolladas, la tasa de paro es un dato más que fiable, pues no existe informalidad y quienes no figuran como desempleados es porque disponen de un contrato laboral en regla.
Merkel ha apostado siempre por hacer más Europa. Con el pragmatismo que la caracteriza, alejada de cualquier sentimentalismo nacionalista, la canciller que se jubilará dejando a Alema- nia en el podio de economías mundiales, pese a su tamaño, sabe que la única manera de competir frente a colosos como China, Corea e India. Sin el freno británico, todo resulta además más sencillo para quienes sueñan con una Europa fuerte.
Pero como doce años dan para mucho, Merkel ha cometido tropiezos. Uno en particular le ha pasado factura en las urnas. Su enconada defensa de la política de puertas abiertas a los refugiados, en especial afganos y sirios, ha aupado a la extrema derecha al Bundestag. Pese a que los centros de acogida, estaciones y albergues estaban colapsados, Merkel no puso freno alguno a la llegada de asilados, más de 1,2 millones desde 2015. Aunque la integración de estos está funcionando y es probable que la buena marcha económica logre colocar a buena parte de ellos en la construcción y otros empleos menos cualificados, cualquier ataque sexual de un refugiado a una mujer alemana es un puñado de votos para la xenófoba Alternativa para Alemania (AfD). Aunque la llegada de afganos y sirios se ha frenado, de la adaptación de ese millón largo de personas depende que los nostálgicos del Führer sean flor de un día o un problema para el futuro de Alemania y de Europa. Sea como sea, Merkel representa todas las buenas cualidades que debería aunar un político: pragmatismo, austeridad y laboriosidad. Además, la canciller suma la tolerancia, lo que le permite gobernar con verdes, liberales y socialdemócratas. La coalición Jamaica (los cuatro partidos llevan los colores de la bandera antillana) solo es posible con ella al frente