El Colombiano

PEQUEÑAS HISTORIAS (7)

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Como suelo hacerlo a punto de empezar las vacaciones, comparto un par de historias que surgen Desde el cuarto: Soledades y videojuego­s

Hace muchos años, un amigo aficionado a los videojuego­s me contó que después de largas jornadas frente al televisor, superando mundos con la paciencia y la misma curiosidad que tiene una hormiga para encontrar caminos y salidas, sus padres le tocaban la puerta del cuarto y le daban la orden de apagar el Nintendo. La orden casi nunca era aceptada de inmediato, casi siempre tardaba un par de instantes mientras concluía ese fragmento que apenas comenzaba a explorar.

En la noche, cuando transcurrí­a el sueño, él sentía que en las paredes de su cuarto estaban atrapados los persona- jes de los videojuego­s, oía sin dificultad los momentos de suspenso, las palabras que algunos de ellos pronunciab­an e incluso alguna voz victoriosa. Era como si alguien continuara jugando cuando el cuarto estaba en silencio.

Hace poco, desocuparo­n el apartament­o de enfrente. Vi cómo los niños, a diferencia de los demás trasteos, esperaron al lado de sus padres hasta el final para cerrar la puerta y luego me quedé observando cómo es la soledad de un lugar cuando recién lo dejan solo. Observando esas paredes sin cuadros, sin videojuego­s me dio por pensar que algunas historias se quedan ahí, siguen su vida mientras llegan los nuevos inquilinos. El perrito

Supe que el cachorro la pasaba mal cuando una vez fue des- plazado de un lugar o otro de una patada mientras el niño se reía, luego fue arrojado al piso desde el metro y punta que mediría el culicagado. En otra ocasión, vi que le trataron de encender la colita como si fuera una mecha y el pobre, al tratar de huir del balcón, se golpeó con la puerta de vidrio. El perrito se hizo en un rincón mientras el niño soltaba carcajadas macabras, miradas fijas de soberbia.

Recuerdo que uno de los vicios de aquel niño, un poco antes de tener la mascota, era asomarse por la ventana de su cuarto en el quinto piso y empezar a arrojar juguetes por la ventana. Un día me asomé y vi que el niño tenía al perrito agarrado de una pata como si fuera uno de los muñecos de su colección. El tacita de té ladraba aterrado ante el vacío. El niño sonreía con crueldad. Pensé en gritarle para que dejara al perro en paz, pero no hice nada, me quedé esperando el desenlace. La caída nunca llegó, las cuatro patas del perro volvieron a estar sobre el piso del balcón y la ingenuidad del animal o la nobleza, yo no sé, se aferraron a la pierna de su amo indulgente. Un pajarito aterrado se cagó en la baranda

Supe que el perrito la pasaba mal. En una ocasión trataron de encenderle la colita como si fuera una mecha.

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